La
Guerra de Sucesión por la corona de España de 1701 a 1713 terminó con el
abandono de las armas y el territorio por parte del pretendiente Carlos de
Habsburgo, en rivalidad con el heredero Felipe de Borbón (Felipe V). Y se firmó
sin la participación inicial de España el Tratado de Utrecht (1713-1715) donde
se cedió “a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la
ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y
fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad sin jurisdicción
territorial”.
Propiedad no es soberanía. Lo pactado en Utrecht fue una “cesión
forzada” previa apropiación británica en un acto de perfidia. Los principios
propios del derecho intemporal en el ámbito del Derecho de los Tratados
permiten negar la vigencia de los derechos británicos derivados de Utrecht. El
artículo 64 del Convenio de Viena dispone la terminación de los tratados que
estén en oposición con una nueva norma imperativa del Derecho Internacional,
como es la cesión de soberanía a resultas del uso de la fuerza y con
vulneración del principio de integridad territorial. El art. 71.2 dispensa del
cumplimiento del Tratado en tanto contravenga esa nueva norma.
La soberanía nacional se ejerce sobre el territorio nacional, pero no sobre las colonias. Gibraltar es una colonia británica y, por ello, no forma parte del territorio nacional británico. Concretamente Gibraltar es un "Territorio de Ultramar", más exactamente, un "Dominio de Su Majestad". La Resolución 2625 de la Asamblea General de la ONU declara que "el territorio de una colonia u otro territorio no autónomo tiene, en virtud de la Carta, una condición jurídica distinta y separada de la del territorio del Estado que lo administra".
La soberanía de un Estado la ejerce sobre su territorio, es decir, sobre su territorio nacional, a diferencia de las colonias sobre las que ejerce otro tipo de poder, limitado, temporal y no soberano.
Las metrópolis de los territorios no autónomos pendientes de descolonizar, son denominados «potencias administradoras» cuyo estatuto jurídico está regulado en el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas, donde se indican sus obligaciones y sus facultades, sin que entre ellas se encuentre el ejercicio de soberanía. El término "Potencia administradora" es significativamente diferente al de "Estado soberano".
Soberanía y descolonización son incompatibles. Los territorios verdaderamente soberanos, las metrópolis, no pueden ser objeto de descolonización. Solo deben ser descolonizados los territorios no autónomos inscritos en la lista del Comité de Descolonización de la ONU, como Gibraltar. La obligación de descolonizar un territorio impone a la metrópoli tan fuertes obligaciones y servidumbres que desnaturalizan el concepto de soberanía, convirtiéndola en una administración temporal.
Gibraltar viola la integridad territorial de España. Así lo ha reconocido la ONU. Dicha integridad es uno de los principios amparados y respetados por la ONU, íntimamente unido al principio de soberanía. La situación colonial de Gibraltar quebranta la integridad territorial española y, por ello, es contraria a la Carta.
El Reino Unido está obligado a reintegrar Gibraltar a España. Así lo han declarado diversas Resoluciones de las Naciones Unidas e incluso se le puso fecha límite: el 1 de octubre de 1969. No se puede llamar soberano de un territorio a un Estado que tiene la obligación de reintegrarlo a otro. Si el Reino Unido fuera verdaderamente soberano de Gibraltar nada ni nadie podría obligarle a reintegrar Gibraltar a España.
Gibraltar no forma parte del sujeto activo de la soberanía popular británica. En las sociedades democráticas modernas, como la británica, la soberanía nacional reside en el pueblo británico. Gibraltar al ser una colonia sin derecho a voto en Westminster, sus ciudadanos no conforman con su voto la soberanía popular británica. Esta se impone, en virtud del principio democrático, exclusivamente en aquellos territorios donde, con su voto, los ciudadanos británicos la constituyen. No es el caso de Gibraltar.
La soberanía permanente de los recursos naturales es de la colonia y no de la metrópoli. Así lo declara la ONU, y ese ha sido el motivo por el que el TJUE ha anulado el acuerdo pesquero de la UE con Marruecos en lo relativo a las aguas del Sahara. No puede llamarse soberano a quien no le corresponde los recursos de un territorio.
No hay soberanía sin autodeterminación. En los territorios no autónomos pendientes de ejercer el derecho de autodeterminación, sus ciudadanos están llamados a decidir su futuro. La metrópoli no puede ser considerada soberana, ya que carece del poder de decisión.
Gibraltar tampoco puede ser soberana. La ONU no le reconoce el derecho de autodeterminación y, por ello, tampoco puede ser sujeto de soberanía.
Si la soberanía de Gibraltar no le corresponde a ésta porque la ONU no le reconoce derecho a la autodeterminación, ni al Reino Unido porque es una simple "Potencia administradora", la soberanía de Gibraltar debe ser española, única legitima destinataria de un territorio cuya actual situación viola su integridad territorial.
Si alguna vez el Reino Unido tuvo la soberanía de Gibraltar, la perdió cuando fue inscrito en la lista de territorios a descolonizar. Una vez transcurrido el plazo dado por la ONU para reintegrarlo a España, el Reino Unido se ha transformando en un ilegítimo ocupante.
El Auto del Supremo no le reconoció legitimidad a los tribunales gibraltareños porque, o bien la cesión territorial llevada a cabo en 1713 lo fue desnuda de soberanía y, por tanto, de jurisdicción, o bien, si conllevó esa transmisión de soberanía territorial, su legitimidad actual está en cuestión a la vista de las normas sobre el derecho de tratados, del actual derecho de la descolonización, y del hecho, en fin, de que el estatuto actual de Gibraltar deriva del uso de la fuerza y que sus efectos y consecuencias pugnan con los postulados de la integridad territorial.
Gibraltar es un resquicio por el que los británicos se niegan a asumir su historia y les recuerda que por mantener esta plaza, perdieron medio continente.
La idea de que la independencia de Estados Unidos dependió en una medida importante de hispanos y de la ayuda económica y militar de España ha sido, y resulta aún, una conclusión difícil de aceptar para buena parte de la ideología oficial de Estados Unidos. Lo mismo que Gibraltar era parte del precio. Es significativo que en 200 años los Estados Unidos no hayan sido capaces de desarrollar, con todos los recursos de la ciencia historiográfica, un detalle correcto de la participación hispánica en su proceso de nacimiento.
Sin embargo, sin ayuda exterior masiva los colonos norteamericanos no habrían obtenido la independencia de los Estados Unidos. Al menos no se habría conseguido en el momento en que se produjo y con el protagonismo de Washington, Franklin, Jefferson, Adams o Paine los caracteres que la concibieron en origen, dando lugar a la república que ahora conocemos.
No habría bastado la ayuda francesa para lograr la independencia. Los datos del conflicto son la más eficaz refutación de esta idea: la alianza entre la rebelión americana y el Reino de Francia carecía de dos ingredientes fundamentales para producir la independencia de las colonias: cantidad suficiente de plata y el dominio del mar. Gran Bretaña era una manzana demasiado grande para la Francia de entonces. Hasta la entrada de España los datos son concluyentes y el Reino de Francia (y la rebelión americana) pasan por una situación crítica.
En ese momento y en esas circunstancias ayudar a los rebeldes americanos no parecía ningún buen negocio. Además, España limitaba con Inglaterra en 5 continentes, a través del mar… Un conflicto con ese país sería necesariamente mundial y aquella situación amenazaba con repetir los desastres de la Guerra de los 7 años en que La Habana, Manila y Florida fueron saqueadas por fuerzas británicas.
Sin embargo, Carlos III de España no se mantuvo neutral nunca en este conflicto. Financió desde el primer momento a los rebeldes, los protegió en su territorio, les abrió sus puertos y les dio acceso a sus arsenales. Otro de los aportes españoles fundamentales fue el desmantelamiento de todas las posibles alianzas británicas en Europa comenzando con Portugal. El Tratado de Aranjuez (15 de abril de 1779) con Francia vinculó finalmente a España con una guerra que no podrá cerrar ningún acuerdo sin que se concierte la independencia de Estados Unidos (artículo 4) y ambas partes se comprometieron a no deponer las armas, ni hacer tratado alguno de paz, o suspensión de hostilidades, sin que hubieran obtenido respectivamente la restitución de Gibraltar para España y la libertad de fortificación de Dunquerque para Francia. Esta propuesta era congruente con el pacto secreto acordado entre los norteamericanos y Francia para que esta última pudiese acomodarse con España. El último esfuerzo británico de apartar a España de la guerra fue la oferta de Gibraltar por el Comodoro Johnson, jefe de la escuadra británica en Lisboa en 1779.
Las colonias americanas sin recursos, sin industria, sin fuerza naval considerable, poco y mal armadas se dieron cuenta que una mera dimensión local del conflicto les era insostenible frente a Inglaterra. El imprescindible teatro europeo fue posible gracias a algunas de las mentes más valiosas de Norteamérica que lo entendieron así y se desplazaron al viejo continente para que el conflicto fuera global. Por eso en Europa se libraron algunas de las más decisivas batallas de aquella guerra: la guerra económica que tanto debe a España, Francia y Holanda y que desbordó la capacidad financiera del Reino Unido, la de los mares europeos y las plazas de Gibraltar y Mahón. Aquellas fueron algunas de las batallas más sangrientas, duras y costosas de toda la guerra de independencia de Estados Unidos. Batallas invisibles ahora en los libros de historia pero no lo vivieron así los norteamericanos de aquella época.
De hecho, una de las apuestas estratégicas de Benjamin Franklin fue crear una armada de corsarios desde Europa para enfrentar al comercio y los suministros británicos. Varios de aquellos buques corsarios norteamericanos, y con el protagonismo del gran John Paul Jones, padre de la marina de ese país, concebían la lucha por Gibraltar como parte fundamental de la guerra común. No sólo actuaron cerca del Estrecho sino que Jones, además de dificultar el abastecimiento de la plaza, concibió e intentó interrumpir los movimientos de la flota inglesa del báltico por su directa conexión con los abastos a Gibraltar, afirmando que, de haber sido respaldado por el intermediario francés Chaumont, "La bandera española ondearía rampante en Gibraltar". Todo ello, por supuesto, bajo la supervisión y dirección de Benjamin Franklin. El asalto de Gibraltar y Mahón obligó a Gran Bretaña a destinar una inmensa cantidad de recursos económicos y militares para mantener ambas plazas. Cualquiera de las tres expediciones para abastecer Gibraltar por Inglaterra podría haber desequilibrado el balance de fuerzas en América septentrional, impedido la derrota de Yorktown o asegurado el control para Inglaterra del territorio de Nueva York hasta Canadá.
El historiador británico Piers Mackesy no dudó de que fue la incapacidad de Inglaterra de dominar el mar lo que posibilitó la independencia. En ese sentido, Gibraltar desvió la atención de recursos que podrían haber permitido el dominio del mar por Inglaterra y que habrían permitido que incluso el general Clinton se enfrentase con éxito a Washington impidiendo que la batalla de Yorktown se hubiera sucedido.
En Gibraltar combatieron más ingleses que en la batalla de Saratoga y casi los mismos que en la de Yorktown. Los costes de mantener la defensa de la plaza fueron ingentes, y hay que tenerlo en cuenta cuando la batalla de Yorktown nunca habría sucedido sin que España no hubiera financiado en esa ocasión a las tropas francesas y a las propias americanas y, desde luego, a la propia flota francesa.
En la pugna por Gibraltar son muchas las expresiones de respaldo de George Washington, Thomas Payne, el mismísimo Benjamin Franklin, el admirable John Adams. Confiaban en que la toma de Gibraltar acabaría definitivamente con la guerra.
Sin embargo, España no consiguió la toma de Gibraltar y la dura negociación por la paz exigió, por su parte, el sacrificio de la exigencia de Gibraltar. La batalla que se perdió para España sirvió para ganar la guerra para los Estados Unidos.
Fuentes:
La Razón, Tribuna, José María Lacho, ABC, A. Manzano. La guerra de Sucesión
Española. Manuel Monreal Casamayor
La soberanía nacional se ejerce sobre el territorio nacional, pero no sobre las colonias. Gibraltar es una colonia británica y, por ello, no forma parte del territorio nacional británico. Concretamente Gibraltar es un "Territorio de Ultramar", más exactamente, un "Dominio de Su Majestad". La Resolución 2625 de la Asamblea General de la ONU declara que "el territorio de una colonia u otro territorio no autónomo tiene, en virtud de la Carta, una condición jurídica distinta y separada de la del territorio del Estado que lo administra".
La soberanía de un Estado la ejerce sobre su territorio, es decir, sobre su territorio nacional, a diferencia de las colonias sobre las que ejerce otro tipo de poder, limitado, temporal y no soberano.
Las metrópolis de los territorios no autónomos pendientes de descolonizar, son denominados «potencias administradoras» cuyo estatuto jurídico está regulado en el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas, donde se indican sus obligaciones y sus facultades, sin que entre ellas se encuentre el ejercicio de soberanía. El término "Potencia administradora" es significativamente diferente al de "Estado soberano".
Soberanía y descolonización son incompatibles. Los territorios verdaderamente soberanos, las metrópolis, no pueden ser objeto de descolonización. Solo deben ser descolonizados los territorios no autónomos inscritos en la lista del Comité de Descolonización de la ONU, como Gibraltar. La obligación de descolonizar un territorio impone a la metrópoli tan fuertes obligaciones y servidumbres que desnaturalizan el concepto de soberanía, convirtiéndola en una administración temporal.
Gibraltar viola la integridad territorial de España. Así lo ha reconocido la ONU. Dicha integridad es uno de los principios amparados y respetados por la ONU, íntimamente unido al principio de soberanía. La situación colonial de Gibraltar quebranta la integridad territorial española y, por ello, es contraria a la Carta.
El Reino Unido está obligado a reintegrar Gibraltar a España. Así lo han declarado diversas Resoluciones de las Naciones Unidas e incluso se le puso fecha límite: el 1 de octubre de 1969. No se puede llamar soberano de un territorio a un Estado que tiene la obligación de reintegrarlo a otro. Si el Reino Unido fuera verdaderamente soberano de Gibraltar nada ni nadie podría obligarle a reintegrar Gibraltar a España.
Gibraltar no forma parte del sujeto activo de la soberanía popular británica. En las sociedades democráticas modernas, como la británica, la soberanía nacional reside en el pueblo británico. Gibraltar al ser una colonia sin derecho a voto en Westminster, sus ciudadanos no conforman con su voto la soberanía popular británica. Esta se impone, en virtud del principio democrático, exclusivamente en aquellos territorios donde, con su voto, los ciudadanos británicos la constituyen. No es el caso de Gibraltar.
La soberanía permanente de los recursos naturales es de la colonia y no de la metrópoli. Así lo declara la ONU, y ese ha sido el motivo por el que el TJUE ha anulado el acuerdo pesquero de la UE con Marruecos en lo relativo a las aguas del Sahara. No puede llamarse soberano a quien no le corresponde los recursos de un territorio.
No hay soberanía sin autodeterminación. En los territorios no autónomos pendientes de ejercer el derecho de autodeterminación, sus ciudadanos están llamados a decidir su futuro. La metrópoli no puede ser considerada soberana, ya que carece del poder de decisión.
Gibraltar tampoco puede ser soberana. La ONU no le reconoce el derecho de autodeterminación y, por ello, tampoco puede ser sujeto de soberanía.
Si la soberanía de Gibraltar no le corresponde a ésta porque la ONU no le reconoce derecho a la autodeterminación, ni al Reino Unido porque es una simple "Potencia administradora", la soberanía de Gibraltar debe ser española, única legitima destinataria de un territorio cuya actual situación viola su integridad territorial.
Si alguna vez el Reino Unido tuvo la soberanía de Gibraltar, la perdió cuando fue inscrito en la lista de territorios a descolonizar. Una vez transcurrido el plazo dado por la ONU para reintegrarlo a España, el Reino Unido se ha transformando en un ilegítimo ocupante.
El Auto del Supremo no le reconoció legitimidad a los tribunales gibraltareños porque, o bien la cesión territorial llevada a cabo en 1713 lo fue desnuda de soberanía y, por tanto, de jurisdicción, o bien, si conllevó esa transmisión de soberanía territorial, su legitimidad actual está en cuestión a la vista de las normas sobre el derecho de tratados, del actual derecho de la descolonización, y del hecho, en fin, de que el estatuto actual de Gibraltar deriva del uso de la fuerza y que sus efectos y consecuencias pugnan con los postulados de la integridad territorial.
Gibraltar es un resquicio por el que los británicos se niegan a asumir su historia y les recuerda que por mantener esta plaza, perdieron medio continente.
La idea de que la independencia de Estados Unidos dependió en una medida importante de hispanos y de la ayuda económica y militar de España ha sido, y resulta aún, una conclusión difícil de aceptar para buena parte de la ideología oficial de Estados Unidos. Lo mismo que Gibraltar era parte del precio. Es significativo que en 200 años los Estados Unidos no hayan sido capaces de desarrollar, con todos los recursos de la ciencia historiográfica, un detalle correcto de la participación hispánica en su proceso de nacimiento.
Sin embargo, sin ayuda exterior masiva los colonos norteamericanos no habrían obtenido la independencia de los Estados Unidos. Al menos no se habría conseguido en el momento en que se produjo y con el protagonismo de Washington, Franklin, Jefferson, Adams o Paine los caracteres que la concibieron en origen, dando lugar a la república que ahora conocemos.
No habría bastado la ayuda francesa para lograr la independencia. Los datos del conflicto son la más eficaz refutación de esta idea: la alianza entre la rebelión americana y el Reino de Francia carecía de dos ingredientes fundamentales para producir la independencia de las colonias: cantidad suficiente de plata y el dominio del mar. Gran Bretaña era una manzana demasiado grande para la Francia de entonces. Hasta la entrada de España los datos son concluyentes y el Reino de Francia (y la rebelión americana) pasan por una situación crítica.
En ese momento y en esas circunstancias ayudar a los rebeldes americanos no parecía ningún buen negocio. Además, España limitaba con Inglaterra en 5 continentes, a través del mar… Un conflicto con ese país sería necesariamente mundial y aquella situación amenazaba con repetir los desastres de la Guerra de los 7 años en que La Habana, Manila y Florida fueron saqueadas por fuerzas británicas.
Sin embargo, Carlos III de España no se mantuvo neutral nunca en este conflicto. Financió desde el primer momento a los rebeldes, los protegió en su territorio, les abrió sus puertos y les dio acceso a sus arsenales. Otro de los aportes españoles fundamentales fue el desmantelamiento de todas las posibles alianzas británicas en Europa comenzando con Portugal. El Tratado de Aranjuez (15 de abril de 1779) con Francia vinculó finalmente a España con una guerra que no podrá cerrar ningún acuerdo sin que se concierte la independencia de Estados Unidos (artículo 4) y ambas partes se comprometieron a no deponer las armas, ni hacer tratado alguno de paz, o suspensión de hostilidades, sin que hubieran obtenido respectivamente la restitución de Gibraltar para España y la libertad de fortificación de Dunquerque para Francia. Esta propuesta era congruente con el pacto secreto acordado entre los norteamericanos y Francia para que esta última pudiese acomodarse con España. El último esfuerzo británico de apartar a España de la guerra fue la oferta de Gibraltar por el Comodoro Johnson, jefe de la escuadra británica en Lisboa en 1779.
Las colonias americanas sin recursos, sin industria, sin fuerza naval considerable, poco y mal armadas se dieron cuenta que una mera dimensión local del conflicto les era insostenible frente a Inglaterra. El imprescindible teatro europeo fue posible gracias a algunas de las mentes más valiosas de Norteamérica que lo entendieron así y se desplazaron al viejo continente para que el conflicto fuera global. Por eso en Europa se libraron algunas de las más decisivas batallas de aquella guerra: la guerra económica que tanto debe a España, Francia y Holanda y que desbordó la capacidad financiera del Reino Unido, la de los mares europeos y las plazas de Gibraltar y Mahón. Aquellas fueron algunas de las batallas más sangrientas, duras y costosas de toda la guerra de independencia de Estados Unidos. Batallas invisibles ahora en los libros de historia pero no lo vivieron así los norteamericanos de aquella época.
De hecho, una de las apuestas estratégicas de Benjamin Franklin fue crear una armada de corsarios desde Europa para enfrentar al comercio y los suministros británicos. Varios de aquellos buques corsarios norteamericanos, y con el protagonismo del gran John Paul Jones, padre de la marina de ese país, concebían la lucha por Gibraltar como parte fundamental de la guerra común. No sólo actuaron cerca del Estrecho sino que Jones, además de dificultar el abastecimiento de la plaza, concibió e intentó interrumpir los movimientos de la flota inglesa del báltico por su directa conexión con los abastos a Gibraltar, afirmando que, de haber sido respaldado por el intermediario francés Chaumont, "La bandera española ondearía rampante en Gibraltar". Todo ello, por supuesto, bajo la supervisión y dirección de Benjamin Franklin. El asalto de Gibraltar y Mahón obligó a Gran Bretaña a destinar una inmensa cantidad de recursos económicos y militares para mantener ambas plazas. Cualquiera de las tres expediciones para abastecer Gibraltar por Inglaterra podría haber desequilibrado el balance de fuerzas en América septentrional, impedido la derrota de Yorktown o asegurado el control para Inglaterra del territorio de Nueva York hasta Canadá.
El historiador británico Piers Mackesy no dudó de que fue la incapacidad de Inglaterra de dominar el mar lo que posibilitó la independencia. En ese sentido, Gibraltar desvió la atención de recursos que podrían haber permitido el dominio del mar por Inglaterra y que habrían permitido que incluso el general Clinton se enfrentase con éxito a Washington impidiendo que la batalla de Yorktown se hubiera sucedido.
En Gibraltar combatieron más ingleses que en la batalla de Saratoga y casi los mismos que en la de Yorktown. Los costes de mantener la defensa de la plaza fueron ingentes, y hay que tenerlo en cuenta cuando la batalla de Yorktown nunca habría sucedido sin que España no hubiera financiado en esa ocasión a las tropas francesas y a las propias americanas y, desde luego, a la propia flota francesa.
En la pugna por Gibraltar son muchas las expresiones de respaldo de George Washington, Thomas Payne, el mismísimo Benjamin Franklin, el admirable John Adams. Confiaban en que la toma de Gibraltar acabaría definitivamente con la guerra.
Sin embargo, España no consiguió la toma de Gibraltar y la dura negociación por la paz exigió, por su parte, el sacrificio de la exigencia de Gibraltar. La batalla que se perdió para España sirvió para ganar la guerra para los Estados Unidos.