sábado, 11 de febrero de 2017
REGRESO DE FERNANDO VII - EL ABSOLUTISMO
En 1814, una vez que acabó la contienda con los franceses, Fernando VII regresó a España, con la intención, según sus propias palabras, de ser “un rey absolutamente absoluto”. Dio buena prueba de sus propósitos, pues al llegar a Madrid ordenó a la comitiva que le acompañaba que evitase el paso ante el edificio de las Cortes, donde le aguardaban los representantes del pueblo que había luchado por su regreso. A la llegada de Fernando VII a Valencia un grupo de diputados reaccionarios le presentó el llamado "Manifiesto de los Persas", que era un documento en el que le aconsejaban derogar la Constitución elaborada en 1812 en las Cortes de Cádiz, conocida como "La Pepa".
La primera etapa de su gobierno se caracterizó por el absolutismo (1814-1820) y tuvo lugar la persecución y depuración de liberales y afrancesados, así como por un intento de sanear la economía y la Hacienda Pública. Fue un período de privación de libertades, teniendo lugar el cierre de universidades, la supresión de publicaciones y el acoso a los liberales rebeldes. La ruina absoluta de la Hacienda Pública hacía imposible la añorada reconquista de las colonias americanas emancipadas, viéndose frustrada a su vez la posibilidad de elevar a España al rango de potencia europea. Fernando llevó personalmente la gestión de su gobierno, incluyendo la depuración de afrancesados y liberales. Pronto pasó el monarca de ser el "rey deseado", a convertirse en "rey malquerido" y "rey felón". Se trata de una época en que los constitucionales, cuando ven pasar al rey por la calle, le increpan diciendo: ¡Vivan las cadenas!
Toda la legislación de Cádiz fue derogada, con las consecuencias inevitables en la estructura económica y social del país: desamortización de baldíos y bienes comunales, secularización de bienes de los conventos…También se intentó contener la inflación sobrevenida después de la guerra, con medidas clásicas de restricción a la extracción y circulación de metales preciosos. No obstante, hay que señalar que la economía española apenas era aún mercantil puesto que la mayoría de la población agraria vivía en un ciclo primitivo de economía cerrada.
Fernando VII nombró entonces nuevos ministros, el primero de ellos fue el duque de San Carlos y así empezó una era de represión contra todo sospechoso de liberalismo o de simpatía a la obra de las Cortes. Ninguno de los acuerdos firmados por el rey durante su captura entró en vigor y los jefes liberales fueron condenados por no someterse a la autoridad del soberano. En 1815 viendo que la justicia era demasiado lenta, Fernando VII decretó el arresto y decidió, el mismo, las penas a las que fueron condenados los liberales que intentaron oponerse a la monarquía absoluta. A partir de aquel momento, el verdadero gobierno del país era llevado por la camarilla del rey. La camarilla era un grupo de individuos allegados al monarca que constituían una verdadera organización paralela de gobierno. Varios ministros fueron nombrados durante este periodo, pero según numerosas fuentes solo Martín Garay fue competente, era un liberal al que apelaron los absolutistas para sanear las finanzas pero dada la crisis que atravesaba el país su misión se vio seriamente dificultada.
Al mismo tiempo, el clero reclamó y obtuvo la restauración del tribunal de la Inquisición y el restablecimiento de los jesuitas en España. Además del descontento de los militares, numerosos intelectuales que habían estado prisioneros en Francia se habían hecho masones y se establecieron numerosas logias en España. La masonería siempre había estado opuesta a la Iglesia y al Gobierno absolutista. Así, estas organizaciones secretas constituyeron, en un principio la única oposición al gobierno absolutista y a las clases sociales que lo apoyaban.
Mientras en América, a partir de 1816 se fueron sucediendo las victorias de San Martín, Bolívar y Sucre, haciendo desvanecerse la idea de mantener el dominio español en territorio americano. Tras las batallas americanas de Chacabuco (1817), Maipú (1818) y Boyacá (1819) los independentistas Bolívar y San Martín consiguieron la emancipación de los territorios.
Los movimientos liberales realizaron varios levantamientos: Mina (1814), Porlier (1815), la conspiración del triángulo (1816), Lacy (1817), Vidal (1819), hasta el finalmente triunfante el famoso Pronunciamiento de Riego, en 1820, que fue seguido por otras guarniciones instalado un gobierno provisional, (la Junta Provisional Consultiva, obligando al rey a jurar y firmar la Constitución liberal de 1812. Pronunciando su famosa frase “Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda Constitucional”.
Se inauguraba así la segunda etapa del reinado de Fernando VII (1820-1823), llamada "trienio liberal", aboliéndose los privilegios de clase y los mayorazgos, además de suprimirse la Santa Inquisición y de producirse la ruptura de relaciones con la Santa Sede. Tres años de gobierno de izquierda, por decirlo en moderno, que fueron una chapuza, aunque, siendo justos, hay que señalar que al desastre contribuyeron tanto la mala voluntad del rey, que siguió dando por saco bajo cuerda, como la estupidez de los liberales, que favorecieron la reacción con su demagogia y sus excesos. Los tiempos no estaban todavía para perseguir a los curas y acorralar al rey, como pretendían los extremistas. Y así, las voces sensatas, los liberales moderados que veían claro el futuro, fueron desbordados y atacados por lo que podríamos llamar extrema derecha y extrema izquierda..
Y entonces volvió a demostrar hasta qué punto era falso e hipócrita y dijo aquello de «Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional». Tres años tuvo que fingir que era un rey parlamentario, constitucional, un rey moderno, de los que pedían los nuevos tiempos. Los países europeos, tras el fracaso de Napoleón, ya habían vuelto a reinstaurar las monarquías absolutas y veían con recelo este régimen liberal español. Estos países eran los que habían sido miembros de la Santa Alianza; Prusia, Rusia y Austria, a los que se sumó Francia cuando la monarquía fue restaurada en ese país. Fernando VII pidió secretamente ayuda a la Santa Alianza que tardó un poco en responder. Luego, tan pronto entraron los Cien Mil Hijos de San Luis, franceses y voluntarios españoles, el Gobierno y las Cortes en Madrid decidieron trasladarse a Sevilla, a falta de apoyo popular, e instaron a que Fernando VII les acompañase.
El día 10 de abril de 1823 llegó la familia real española a Sevilla, y al día siguiente la Comisión Permanente de las Cortes. Hasta el 11 de junio Sevilla fue la capital de España de facto, pero la llegada de las tropas francesas obligó a trasladar la capital a Cádiz, llevándose al monarca con ellos.
Cádiz fue sitiada y bombardeada. Los franceses no pudieron tomar la ciudad, aunque acabaron con las fortalezas que la protegían. Al final se llegó a un pacto: Fernando VII saldría y prometería defender la libertad alcanzada por los españoles con la Constitución de 1812 y a cambio se rendiría la plaza.
Acordado con los franceses, Fernando VII salió de la ciudad, pero de forma inmediata se unió al invasor y el mismo 1 de octubre decretó la abolición de cuantas normas jurídicas que habían sido aprobadas durante los tres años anteriores, dando fin al Trienio Liberal.
Y volvió a lo de siempre, lo que más cómodo le resultaba, a mandar a la Santa Inquisición a perseguir a los enemigos políticos, a fusilar a los que se sublevaban y a que todo siguiera igual en todas partes, aunque todo se hundía por todas partes. ¿Y el pueblo, mientras, le seguía queriendo? Pues por desgracia parece que sí. Y eso explica por qué dejaron entrar sin grandes problemas al ejército francés que venía en su rescate. O cómo consiguió llegar a viejo y morir en su cama, como rey, después de haber recurrido a sus viejos enemigos, los liberales, para que estos aceptaran como reina a su hija, la futura Isabel II, frente al candidato absolutista, su hermano Carlos María Isidro. Y el plan le salió bien. Los liberales aceptaron a la niña reina. Y corrieron un “estúpido velo” sobre su padre. El juicio de la historia lo dejaron para más adelante. «Un pueblo que ha soportado a reyes como estos tiene alma de esclavo», cuentan que dijo una vez Napoleón refiriéndose a Carlos IV y su familia. Luego reconoció que había subestimado al pueblo español, que resultó mucho más orgulloso e indomable de lo que se esperaba. Pero el daño ya estaba hecho.
viernes, 10 de febrero de 2017
DESARROLLO DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
El 25 de mayo de 1808 Napoleón lanza una proclama donde anuncia que no será el rey de España y como depositario de la corona reafirma en el cargo de Presidente de la Junta Suprema Central a su lugarteniente Murat.
El 6 de junio es coronado José Bonaparte como rey de España. Su llegada a a Madrid no fue bien recibida y hubo revueltas por todo el país. Proclamado en Madrid el 25 de julio tuvo que huir el 10 de agosto poco después ante la derrota de las tropas francsas en Bailén, dirigiendose al norte.
La Junta Suprema Central creada por Fenando VII al marchar a Francia tenía representantes de las Juntas Provinciales. Dado que las autoridades provinciales no respondían a las presiones para la rebelión, se formaron Juntas Supremas, la primera en Sevilla el 27 de mayo de 1808 y tuvo un papel fundamental en la resistencia y lo primero que hicieron fue crear un ejército al mando del General Castaños.
CUADRO DEL PRADO DEL GENERAL CASTAÑOS
Al iniciarse la guerra contra los franceses hubo una batalla muy sonada, Bailén. Se produjo el 19 de julio de 1808. En la batalla se midieron el francés Dupont contra el general Castaños. El desenlace fue entre las diez y la una de la mañana. Los franceses no reciben ayuda. El calor era intenso, el agua escaseaba y la desmoralización de los franceses era general. Además el apoyo popular al ejército español fue muy importante. El pueblo colaboraba arriesgandos sus vidas, llevando agua a los soldados y retirando heridos. Dupont casi vencido, finalmente y a la desesperada ataca al mediodía pero sin éxito, las bajas crecen y comienzan a huir en retirada. Dupont no tiene más remedio que solicitar el final de las hostilidades. Los refuerzos franceses llegaron tarde y aunque intentaron un último ataque, porque no se creían que Dupont hubiese sido vencido, recibieron por escrito la orden de Dupont de deponer las armas.
Un detalle a recordar. En esta batalla combatió el capitán de infantería del regimiento de voluntarios de Campo Mayor, el español José de San Martín, el que sería libertador en Argentina. Por su arrojo contra los invasores franceses en la batalla de Bailén le valdría ser nombrado teniente coronel de caballería.
La derrota francesa de Bailen tuvo numerosas consecuencias, primero originó un enorme entusiasmo en la sociedad española sobre todo por el heroísmo de la población en Zaragoza y Gerona. Este entusiasmo se propagó por Europa. Fue la primera derrota en campo abierto de un ejército napoleónico. Y la pérdida de 20.000 soldados imperiales.
Resumiendo mucho, la referida victoria del general Castaños en Bailén forzó la retirada de las tropas francesas hasta el Ebro, desembarcando un ejército inglés en Portugal. El 5 de septiembre los generales españoles entran en Madrid. Con el triunfo de Bailén el propio emperador vino a España a combatir, logrando varias victorias pero con enorme cantidad de bajas por ambas partes. Se perdió en Tudela y Uclés, debiendo retirarse nuestros compatriotas al sur. En diciembre Napoleón recupera Madrid. Pero en enero el emperador se marcha a París.
Sin embargo, aunque España, más o menos, estaba oficialmente bajo dominio francés, lo cierto es que buena parte nunca lo estuvo del todo, pues surgió una modalidad de combate tan española, tan nuestra, que los franchutes llamaron “guerrita”, pero en acento francés, de ahí “guerrilla”. Aquí se inventó, ¿o fueron los celtas contra los romanos? Bueno es igual, el caso es que los guerrilleros eran gente dura y bronca: bandoleros, campesinos, contrabandistas y gente así. Fulanos desesperados que no tragaban a los gabachos o tenían cuentas pendientes porque les habían quemado la casa, violado a la mujer y otras lindezas. Luego ya se fue sumando más gente, incluidos muchos desertores de los ejércitos regulares que los franceses solían derrotar casi siempre cuando había batallas en campo abierto, porque lo nuestro era un descojono de disciplina y organización; pero que luego, después de cada derrota, de correr por los campos o refugiarse en la sierra, volvían a reunirse y peleaban de nuevo, incansables, supliendo la falta de medios y de encuadramiento militar con esa mala leche, ese valor suicida y ese odio contumaz que tienen los españoles cuando algo o alguien se les atraviesa en el gaznate. Así cantidad de derrotas militares que a los españoles parecían importarles un huevo, pues siempre estaban dispuestos para la siguiente. Y de ese modo, entre ejércitos regulares desorganizados y con poco éxito, pero tenaces y guerrilleros feroces que infestaban los campos y caminos, sacándole literalmente las tripas al franchute que pillaban aparte, los invasores dormían con un ojo abierto y vivían en angustia permanente. Pero aún después de Bailén habían de pasar cinco años más de guerra, que esquilmó y destrozó al país y tuvo unas consecuencias desastrosas, aún ganando.
Como unidad frente al invasor, y dejando absoluta claridad sobre el reconocimiento al rey Fernando VII y a a Iglesia Católica y en rechazo al rey impuesto, José I Bonaparte, el día de San José, el 19 de marzo de 1912, fue promulgada la Constitución por las Cortes Generales Españolas en Cádiz.. Se trata de la primera Constitución promulgada en España, además de ser una de las más liberales de su tiempo.
Oficialmente estuvo en vigor solo dos años, desde su promulgación hasta su derogación en Valencia el 4 de mayo de 1814, tras el regreso a España del borbón Fernando VII.
Fue la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón Bonaparte que, aspiraba a constituir en España una monarquía satélite del Imperio, como ya había hecho con Holanda, Alemania e Italia, coronando a su hermano José Bonaparte.
La Constitución establecía la soberanía en la Nación, que residía en el pueblo, se establecía una monarquía constitucional, la separación de poderes, la limitación de los poderes del rey, el sufragio universal masculino indirecto, el derecho de propiedad o la fundamental abolición de los señoríos, entre otras cuestiones. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a las colonias americanas.
Por el contrario, el texto consagraba a España como Estado confesional católico, prohibiendo expresamente en su artículo duodécimo cualquier otra confesión, y el rey lo seguía siendo «por la gracia de Dios y la Constitución». No contempló derechos para la mujer, ni siquiera la ciudadanía, aunque hoy sería impensable este hecho, por entonces esto sucedía en los usos y costumbres de toda europa. No obstante fue la Constitución más liberal de las existentes. Pensemos que solo eran anteriores a esta la de Estados Unidos de 1787 y la de la Revolución Francesa de 1789.
EL GENERAL WELLINGTON
La España patriota, disgregada, se unió finalmente en una Junta Central Suprema. La designación de los Diputados y su aportación fundamental fue la Constitución de 1812.
Tuvo además una gran influencia fuera de España, tanto en América, en las constituciones de las viejas colonias españolas al independizarse, como en Europa, en la que durante años operó como un auténtico mito, influyendo en las ideas constitucionales portuguesas, en el surgimiento del Estado italiano e incluso en la Rusia zarista.
Vuelve José I el 2 de noviembre de 1812 cuando las tropas francesas reconquistan Madrid. Pero se marchará para siempre el 29 de junio de 1813.
En julio de 1813 las tropas francesas son derrotadas en Vitoria y en Irún con lo que se pone fin a la Guerra. El ejército alnglo-español penetra en suelo francés.
En diciembre de ese mismo año Bonaparte firmó la paz con Fernando, en el llamado "Tratado de Valençay", concediéndole la libertad.
Y entonces el rey “Deseado” volvió a España para poner las cosas en su sitio, según su corto entender.
miércoles, 8 de febrero de 2017
LA GUERRA ESPAÑOLA CONTRA NAPOLEÓN
En Bayona el zorro de Napoleón hizo una jugada maestra. Digamos que pone bajo arresto domiciliario, a todo lujo a Carlos IV, a Fernando VII y a toda la familia Telerín. Y nombra a su hermano mayor José, rey de España y éste marcha a Madrid. El emperador también reúne en Bayona a una serie de notables, (notablemente cobardes) y proclaman la Constitución de Bayona, de la que no se enteró casi nadie.
Pero el corso no calculó un aspecto de la jugada. No contó con las pelotas que le echaría al asunto el pueblo español. Y lo pagó muy caro al final.
El pueblo de Madrid, y no el gobierno, monta un quilombo negro, el 2 de mayo de 1808, fecha que si este fuera un país serio sería Fiesta Nacional. Ya en el capitulo anterior dijimos como se le declaró la guerra a Napoleón.
El 2 y 3 de mayo el cabrón de Murat, el jefe francés que dominaba en Madrid, se dedicó a fusilar a mansalva. Es importante recordar a los dos militares españoles que dieron su vida por haber ayudado al pueblo entregándoles armas. Pocos hechos hay más heroicos que los protagonizados por los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, quienes murieron heroicamente en las calles de Madrid luchando, sin más ayuda que un mosquete y un sable, contra miles de invasores franceses. Se encontraban al mando del Parque de Artillería de Monteleón (ubicado en la actual Plaza del dos de Mayo, y a pesar de que desde el gobierno (la Junta que había dejado Fernando VII al irse a Bayona), se les había ordenado no combatir contra los franceses, decidieron ponerse de lado del pueblo que, con piedras, palos y navajas, se enfrentaba a miles de soldados franceses.Las fuerzas del ejército español eran unos 5.000 hombres, en su mayoría acuartelados fuera de la ciudad, y los franceses unos 40.000, situados en el casco urbano y alrededores, Leganés, El Pardo, Casa de Campo, Fuencarral, etc.
DAOIZ Y VELARDE
La insurrección popular del 2 de Mayo de 1808 en Madrid fue aplastada por Murat, pero fue la chispa que provocó el gran incendio de la Guerra de la Independencia. A partir de ahí todo cambió, y cuando el suceso se conoció en el resto de España, prácticamente todas las regiones del país se levantaron en armas. En la historia hay derrotas momentáneas que sirven de guía y son el germen de la victoria final. La gente pacífica empiezó a cabrearse, los curas toman partido contra los franceses, se corre la insurrección como un reguero de pólvora, y toda España se alza en armas, eso sí, cada uno por su cuenta, y esto se vuelve un desparrame peninsular del copón. Y ahí está el punto en que las cosas revientan. Te das cuenta que esos invasores a los que degollamos deberían haber sido el futuro, mientras que las fuerzas que defienden el trono y el altar son, en su mayor parte, la incultura más bestia y el más rancio pasado. Así que ves con pena que quien trae la modernidad se ha convertido en tu enemigo mortal, y que tus compatriotas combaten por un rey al que le importa una mierda su pueblo, porque vive en un exilio dorado a costa de Bonaparte. Ahí viene el dilema, y el desgarro: elegir entre ser patriota o ser afrancesado. Y así, en esa guerra mal llamada de la Independencia, toda España se vuelve una trampa inmensa, tanto para los franceses como para quienes, y esto es lo más triste de todo, creyeron que con ellos llegaban, por fin, la libertad y las luces. Cartagena, Zamora, Oviedo, La Coruña, Badajoz, Sevilla, Murcia, Valencia, etc. fueron alzándose contra el francés. Un líder, a menudo popular, exigía a las autoridades de la ciudad que declarasen la guerra en nombre de “La Religión, La Patria, Las Leyes y el Rey”. Las autoridades habían recibido precisamente del rey antes de su marcha la orden de obediencia y fidelidad a los franceses, lo que provocaba una disyuntiva complicada. Estar del lado del rey era a la vez estar a favor de los franceses y en contra de tus propios compatriotas, que lo que querían era que volviera su rey. Y para ello había que desoberdecerle. Una guerra contra el aliado del rey.
Dado que las autoridades provinciales no respondían se formaron Juntas Supremas, que lo primero que hicieron fue crear un ejército al mando del General Castaños. El Consejo de Regencia, que se constituyó para oponerse al rey francés, reunió a las Cortes en Cádiz el año 1810, declarando “Único y legítimo Rey de la Nación Española a Don Fernando VII de Borbón”. Ello explica que en sus años de ausencia de nuestro territorio fuera llamado por el pueblo con el sobrenombre de "El Deseado".
Tanto Fernando, como su hermano Carlos y su tío Antonio partieron al cautiverio del castillo de Valençay, pasando allí casi 6 años, dando continuas muestras de adhesión a Napoleón.
Fernando VII, su hermano y su tío dedicaban sus ociosas existencias en Valençay a bordar, jugar al billar y a la lotería, fiestas y lujos. Mientras nuestros compatriotas se batían con los franceses. Pero numerosos ilustrados que eran admiradores de la cultura gala, los llamados "afrancesados", aceptaron al hermano de Napoleón como rey, permaneciendo en el trono hasta 1814, siendo designado por nuestros compatriotas como "Pepe Botella".
Sirva como prueba de la felonía de Fernando el contenido de esta carta dirigida a Napoleón, elogiando la decisión de aquél de haber colocado a su hermano en el trono de España:
“Señor: Doy muy sinceramente, en mi nombre y de mi hermano y tío, a V.M.I. y R., la enhorabuena de la satisfacción de ver instalado a su querido hermano el rey José en el trono de España. Habiendo sido objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella a un monarca más digno ni más propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia” Pero aún cabe más ignominia, pues cuando el pueblo español estaba en plena lucha con el enemigo galo, Fernando le dirigía a Napoleón esta otra misiva:
“Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias que la Providencia corona sucesivamente la augusta frente de V.M.I. y R., y el grande interés que tomamos mi hermano, mi tío y yo en la satisfacción de V.M.I y R. nos estimulan a felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la protección de V.M.I. y R.” Es decir que le felicitaba por los éxitos militares de Napoleón contra el pueblo español.
Además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer, y también en caso contrario de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary.
Y el pueblo en la guerra organizaron colectas, suprimieron impuestos, enviaron comisionados a Inglaterra solicitando ayuda económica y militar que aceptaron los ingleses, porque ganas, lo que se dice ganas, si le tenían al Emperador.
La Guerra, a priori era claramente un fracaso para las fuerzas españolas. Combatirían contra el mejor ejército del mundo en aquel momento, con unas tropas mal preparadas militarmente, con una masa muy patriótica pero no disciplinadas militarmente. En una primera fase los españoles cosecharon un fracaso tras otro. Algunos batallones estaban formados por seminaristas y estudiantes. Pero Napoleón había subestimado la capacidad de la reacción de los españoles. Había enviado unos 100.000 hombres, cifra más que suficiente, pero integradas en su mayor parte por adolescentes, lo que dice claramente la importancia que le dio al asunto. España contaba con unos 85.000 hombres de muy variada procedencia, mercenarios, extranjeros de campañas anteriores y estaban también mal equipados. La incorporación inglesa fue por el oeste, aprovechando su alianza con Portugal. El sur era cosa de la resistencia española y la meseta central la dominaba el francés.
Los franceses fueron venciendo en diferentes plazas pero al llegar a Zaragoza no la consiguieron tomar. Las prácticas militares no servían contra una población arriesgada, hombres mujeres y niños que no actuaban como ejército profesional. Levantaron el cerco y se marcharon. Tampoco consiguieron tomar Tarragona ni en Gerona.Recordar a Agustina de Aragón, una catalana defensora del sitio de Zaragoza.
Pero lo que fue determinante para la victoria española fue la batalla de Bailén. Fue el 19 de julio de 1808.
martes, 7 de febrero de 2017
EL LEVANTAMIENTO POPULAR DEL 2 DE MAYO
Jean-Baptiste Grivel, militar francés nos cuenta que en su ruta a Madrid, se encontró con Fernando VII en Vitoria camino de Bayona, y que el pueblo estaba entusiasmado en ver a su rey. La gente saludando efusivamente, con gritos al coche del rey, pensaban que querrían raptarlo. Y lo hubieran podido hacer. En realidad lo estaban llevando al secuestro. El rey continuó hacia Bayona y él hacia Madrid. Aquella primera visión del pueblo español para el francés fue lo que le hizo sospechar que las cosas podrían torcerse y complicarse. Ningún acto de violencia se había producido en todo el país aún, pero sabían que el lugarteniente de Napoleón en Madrid, el general Murat, no había reconocido a Fernando como rey, no consideraraba la abdicación de Carlos IV nada más que como una rebelión y una actitud forzada y además había tomado bajo su protección al valido del rey Carlos, Godoy, al quien el pueblo odiaba. Al llegar a Madrid vio que la ciudad estaba realmente tomada por las tropas francesas. La verdad es que era una ciudad triste, vacía.
Napoleón tenía retenidos al rey Carlos, a su hijo, Fernando, a la reina y a Godoy. Además pidió a Murat que enviase a Bayona al resto de la familia. A su vez la Junta de Gobierno que había dejado Fernando para gobernar el país en su ausencia, estaba ahora a las ordenes practicamente de Murat. Y las noticia iban llegando.
La decepción. Querido amigo lector imagínate que en aquel momento tú, una persona de cultura y que, convencido de que las luces, la ilustración y el progreso que recorrían Europa iban a sacar a España del pozo siniestro donde reyes incapaces, curas fanáticos y gentuza ladrona y oportunista nos habían tenido durante siglos. Y crees que por fin a llegado la Francia napoleónica, hija de la Revolución de 1789 y que eso era el foco de luz adecuado; el faro que podía animar a los españoles de buen criterio a sacudirse el polvo miserable en el que vivían rebozados y hacer de éste un país moderno y con futuro: libros, ciencia, deberes ciudadanos, responsabilidad intelectual, espíritu crítico, libre debate de ideas y otros etcéteras. Pues hubieras recibido con alborozo la noticia de que España y Francia son aliadas y que en adelante van a caminar de la mano, y comprende que ahí se abre una puerta estupenda por la que tu patria, convertida en nación solidaria, va a respirar un aire diferente al de las sacristías y calabozos. Y todas tus ilusiones se van al carajo cuando ves que los ejércitos franceses, nuestros aliados, entran en España con la chulería de quienes son los amos de Europa. Y que a Carlos IV, su asquerosa esposa, el miserable de su hijo Fernando y el guaperas Godoy, se los llevan a Bayona medio prisioneros, mientras Napoleón decidirá poner en España, de rey, a un hermano suyo. Un tal Pepe. Entonces comprenderás que eso la gente no lo traga, y empieza el cabreo cuando los militares gabachos empiezan a pavonearse. Y pasa lo que en este país de bronca y navaja tiene que pasar.
Sabidas estas cosas, en la noche del 1 al 2 de mayo de 1808, el letrado Juan Villamil es nombrado miembro de una Junta Suprema de Gobierno, clandestina, para reemplazar a la que ya los franceses dominaban.
Murat había recibido la orden de enviar al resto de la familia real a Bayona y estas noticias llegaron al pueblo de Madrid. Villamilse encontraba en su casa de Móstoles. Allí fue donde recibió la comunicación que el pueblo se había revelado cuando las tropas francesas sacaban del Palacio Real al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia, el 2 de mayo de 1808. El pueblo madrileño se alzó en armas, es un decir ya que apenas si tenían. El ejército español tenía orden de su rey de amistad con los franceses, por lo que además de estar en clara diferencia numérica era una desobediencia militar al rey. Pero el pueblo recibió la ayuda de algunos destacamentos del ejército y los capitanes del parque de artillería Daoíz y Velarde, que probeyeron de armas y ante los hechos, fueron atacados por los franceses muriendo en la refriega.
Juan Villamil, jurista, redactó un oficio que fue firmado por Andrés Torrejón y Simón Hernandez, y que sería distribuido por todo el país. Se trataba de una declaración de guerra a Napoleón. Un pueblo, que no un gobierno, el alcalde de un pueblo que practicamente sin armas, le declaran la guerra al Emperador europeo, al mejor ejército del mundo en aquellos años. ¡Con un par de huevos! Encendida estaba la llama de la lucha por la libertad del sometimiento.
Goya retrató magistralmente con sus pinceles dos escenas de la gloriosa jornada: la carga de los mercenarios egipcios que servían a sueldo en el ejército francés, los llamados mamelucos, en la Puerta del Sol, así como los fusilamientos de la Moncloa aquella misma noche, a la luz de los faroles. Así se comenzó la Guerra de la Independencia.
Ni la corte ni el ejército pensaban en la resistencia frente al invasor francés en aquél momento, después del Motín de Aranjuez, donde Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, el mayor traidor que hubo en España. El dos de mayo no fue realizado por el Estado Español, sino por las clases populares de Madrid contra el ocupante tolerado (por indiferencia, miedo o interés) por gran cantidad de miembros de la administración. A la madrugada del día 2 de mayo el pueblo veía como se llevaban a la reina María Luisa con los dos infantes. Alguien dio el aviso voz en grito y “mueras” a los franceses y se fue creando una multitud, que llevaron a las armas para evitar que se llevaran a los infantes. Apareció entonces el infante don Francisco de Paula, emocionado por el acto del pueblo, solo tenía doce años. Su aparición provocó un estallido de entusiasmo en la gente. El alboroto hizo llegar a los franceses que dispararon contra la muchedumbre. Lo que causó que se extendiera la rebelión. Se trató de un acto espontáneo, carente de preparación y medios. Murat, el francés, disponía de 50 mil hombres armados. Los militares españoles no eran más de 5 mil y estaban a las afueras, no obstante fueron avisados. Se acuartelaron pero el pueblo no se retiró. Hasta soltaron a los presos que pidieron sumarse a la lucha. Armados con palos, agujas, barras de hierro, cuchillos y poco más. Cargaron contra un destacamento francés y le robaron el cañón. En fin, que los españoles hicieron lo que pudieron frente a un ejército profesional. Al final fueron conducidos a una emboscada donde los “mamelucos”, soldados musulmanes del ejército francés, se despacharon a gusto con sus cimitarras.
Se dice que el Goya pudo ver desde una ventana la matanza. Al día siguiente comenzó una represión cruel.
Los franceses, no conformes con haber aplacado el levantamiento, se plantearon tres objetivos: controlar la administración y el ejército español, aplicar un riguroso castigo a los rebeldes para escarmiento de todos los españoles y afirmar que ellos gobernarían España. Reprimida la protesta por las fuerzas napoleónicas presentes en la ciudad, se extendió por todo el país una ola de proclamas de indignación y llamamientos públicos a la insurrección armada que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) que sí fue un enfrentamiento militar entre España y el Primer Imperio Francés, provocado por la pretensión de Napoleón de instalar en el trono español a su hermano, José Bonaparte. Sin embargo, la sangre derramada no hizo sino inflamar los ánimos de los españoles y dar la señal de comienzo de la lucha en toda España contra las tropas invasoras. La guerra de la Independencia había comenzado. Yo prefiero llamarla la guerra de la Liberación.
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