miércoles, 18 de septiembre de 2024

FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE

Nació en El Ferrol, La Coruña el 4 de diciembre de1892. Murió en Madrid el 20 de noviembre de 1975.
Nació en una familia de marinos de clase media: su padre, Nicolás Franco, era capitán de la Armada. Fue formado en la Academia Militar de Toledo (1907-1910), Franco permaneció en Marruecos de 1912 a 1926, salvo por alguna interrupción, y ascendió vertiginosamente por méritos de guerra. En 1923, llegó a la jefatura de la Legión. En 1926, con 33 años, era ya general. Dos años después, se le nombró director de la Academia General Militar de Zaragoza. Bajo la Segunda República (1931-1936) ascendió a general de división en 1934, fue comandante en jefe del Ejército de Marruecos y jefe del Estado Mayor Central. En julio de 1936 era comandante militar de Canarias.
Franco fue básicamente un militar, un “africanista”; un militar convencido de que el Ejército era la “columna vertebral” de la patria, que pensaba que el liberalismo y los partidos habían sido responsables de la decadencia de la España contemporánea, que en 1923 recibió con satisfacción la dictadura de Primo de Rivera y que, aunque sirvió bajo ella, identificaba la Segunda República con anarquía, división nacional, humillaciones al Ejército e infiltración comunista.
Cuando en 1936 asumió el mando militar de las fuerzas sublevadas, Franco tenía 43 años y era sin duda uno de los militares más prestigiosos del Ejército. Era frío, distante, reservado, desconfiado, cauteloso. Escasamente carismático. Poseía, en cambio, una gran capacidad de autodominio.


No fue, como Hitler o Mussolini, el líder de un partido o movimiento de masas. Con la muerte de los dos generales que encabezaban el golpe de 1936 en julio, Mola y Sanjurjo, dado que Goded y Fanjul habían sido fusilados, Franco fue elevado en octubre de 1936, a la doble jefatura del Estado y del gobierno de la España “nacional” por el acuerdo de sólo nueve generales y dos coroneles. En la guerra civil, Franco fue un estratega prudente y conservador, muy poco proclive al tipo de guerra mecanizada y rápida diseñada por el pensamiento militar más moderno. Su mayor acierto: llevar en marzo de 1937 la guerra al Norte. Sus errores: frentes mal dispuestos (las contraofensivas republicanas en Brunete y Belchite en 1937 rompieron las líneas nacionales aunque Franco pudiera finalmente restablecer la situación), penetración en 1938 hacia Valencia por el Maestrazgo, obstinación en guerra frontal en la batalla del Ebro, ya en julio-noviembre de 1938 (que a cambio, desgastó definitivamente al Ejército Popular). Ganó por la fuerte unidad militar y política de la España nacional, por la alta moral de sus tropas, por la calidad y oportunidad del apoyo alemán e italiano y por los propios errores de la República.
Anticomunista y conservador, progresivamente religioso y obsesionado por la masonería, Franco pensaba en 1936 en una dictadura militar más o menos larga basada en su jefatura personal, en un régimen autoritario y unitario, sin autonomías regionales ni partidos políticos ni sindicatos de clase, en un régimen militar, "español y católico". Con su victoria en la guerra civil (1 de abril de 1939) logró liquidar la República e implantar un orden político nuevo. Basado en las ideas fascistas de Falange Española, en el pensamiento de la Iglesia y en los principios de orden, autoridad y unidad de los militares, el estado franquista fue una dictadura, un régimen de mando personal como en 1959 dijo Franco, que siempre consideró su jefatura como permanente y su magistratura como vitalicia: un régimen totalitario y filo-fascista y alineado con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini entre 1939 y 1945; católico y anticomunista desde 1945-1950 al hilo de la Guerra Fría; tecnocrático y desarrollista desde 1957-1960.
 
Casado en 1923 con Carmen Polo Martínez Valdés, una mujer de familia acomodada de Oviedo, desde octubre de 1939 Franco fijó su residencia en el palacio de El Pardo. Su vida privada se caracterizó por una conducta metódica (no fumaba ni bebía ni era exigente en sus comidas), carencia de preocupaciones intelectuales –su conversación favorita eran los recuerdos de África y de la guerra civil–, gustos privados propios de la clase media militar de la que procedía, afición por la caza y la pesca que practicaba en sus vacaciones y fines de semana, círculo de amistades muy reducido. De sus tres hermanos –Nicolás, oficial de marina y diplomático; Pilar, y Ramón, aviador, uno de los protagonistas en 1926 del vuelo del Plus Ultra, la travesía del Atlántico sur y una de las grandes hazañas de la aviación española, murió en accidente aéreo en octubre de 1938. Con su padre Franco no tuvo relación desde que aquel abandonara el hogar familiar.
Su actividad oficial la ocupaban las audiencias civiles y militares, y los despachos con sus ministros. Franco rechazó pronto la idea de restauración de la Monarquía; habló de instaurar un nuevo tipo de régimen, y aceptó, como fundamento de éste, la integración en un movimiento político unificado de las fuerzas que se habían sumado al 18 de julio. Franco creyó siempre en su régimen y en el golpe del 18 de julio. Detestó los partidos políticos. Pensó hasta el final de sus días que España necesitaba unidad, orden y estabilidad. Atribuía pluralismo y conflictividad a la subversión, y el rechazo internacional de su régimen, a la acción del comunismo y de la masonería. Alineada con la Europa de Hitler –España no entró en la II Guerra Mundial pero mandó la División Azul a Rusia en 1941–, España vio desde 1939 la creación de un Estado nacional-sindicalista, la oficialización de los rituales fascistas de la Falange, la recatolización de España (derogación del divorcio, retorno de los jesuitas, penalización del aborto, censura eclesiástica), la afirmación del Movimiento como partido único y la adopción de políticas económicas basadas en la autarquía y el control estatal. Franco, que usó numerosos gobiernos a lo largo de la dictadura, retuvo siempre todo el poder: las jefaturas del Estado y del gobierno (que sólo separó en 1973), la jefatura del Movimiento, la capacidad legislativa, el mando de las Fuerzas Armadas. Las Cortes, creadas en 1942, fueron concebidas como un órgano de colaboración, no de control del gobierno. Eran designadas, no elegidas: carecían de funciones legislativas. Unas 40.000 personas fueron ejecutadas entre 1939 y 1945. La dictadura prohibió partidos políticos, movimientos nacionalistas, sindicatos, huelgas y manifestaciones y controló, a través de la censura y las consignas, la prensa y la radio. Los pequeños focos guerrilleros que habían quedado de la guerra –en los montes de León, en Teruel, en Galicia, en Cantabria, en Asturias, sólo pudieron provocar alguna acción menor y esporádica, y fueron pronto diezmados por la represión. Franco cortó con firmeza los brotes de descontento monárquico que se produjeron a partir de 1943 en el interior del propio régimen protagonizados por políticos y militares que creyeron llegado el momento de la restauración de la monarquía en don Juan de Borbón que, exiliado, se posicionó desde aquel año contra Franco, y reclamó en varios manifiestos el restablecimiento de la monarquía como vía hacia la reconciliación de los españoles. La invasión guerrillera por el valle de Arán preparada por los comunistas en el otoño de 1944 no consiguió sus objetivos y fue abandonada en 1948: la guerrilla sufrió en torno a 4.500 bajas; la Guardia Civil, unas 500.
Régimen autárquico y nacionalista, el régimen franquista creó un fuerte sector público. Estatalizó ferrocarriles, minas, teléfonos, distribución de gasolina y transporte aéreo. Para impulsar la industrialización, en 1941 creó el Instituto Nacional de Industria, que entre 1941 y 1957 construyó fábricas y empresas de aluminio y nitratos, industrias químicas, astilleros, grandes siderurgias, refinerías y fábricas de camiones y automóviles. El régimen impulsó las obras públicas (pantanos, centrales térmicas). Controló precios y salarios, y el comercio exterior. Integró desde 1940 a trabajadores y empresarios en la Organización Sindical, los sindicatos “verticales” del Estado; y creó un modesto sistema de seguros sociales de tipo asistencial y paternalista. El coste que todo ello supuso para España fue, sin embargo, muy elevado. La autarquía tuvo costes desmesurados y se hizo a costa de un proceso inflacionario alto. La política agraria del primer franquismo fue un fracaso. Los años 1939-1942 fueron años de hambre. La reconstrucción de lo destruido durante la guerra fue sólo aceptable. La producción no alcanzó el nivel de 1936 hasta 1951. Pese a que desde 1951 la liberalización del comercio exterior y de los precios mejoró sensiblemente los resultados económicos, en 1960 España era uno de los países más pobres de Europa. La derrota del Eje nazi-fascista en la guerra mundial dejó además al país en una situación dificilísima. La ONU rechazó (junio de 1945) la admisión de España. Francia cerró la frontera. El 12 de diciembre de 1946, la Asamblea de la ONU votó una declaración de condena del régimen español y recomendó la ruptura de relaciones con el mismo, resolución que la comunidad internacional, con pocas dos excepciones, Argentina y Portugal. El régimen de Franco, que ante la resolución de la ONU movilizó al país en su apoyo, sobrevivió, con todo, a las dificultades que sus políticas habían provocado. Desde 1945, Franco hizo cambios que dieron a su régimen una fachada más aceptable. Promulgó el Fuero de los Españoles y la Ley de Referéndum, aprobó una amnistía parcial, suprimió el saludo fascista y evacuó Tánger, que había ocupado en 1940. La ley de Sucesión (26 de julio de 1947), aprobada en referéndum, definió a España como Reino y como un Estado “católico, social y representativo”, e inició un lento proceso, nunca completo, de apartarse del movimiento falangista. Continuó con la ley del Movimiento (1958) –que hacía de éste una comunión de “familias” del régimen–, la ley Orgánica del Estado (1967) y el nombramiento en 1969 del príncipe Juan Carlos de Borbón, hijo de don Juan y nieto de Alfonso XIII, como su futuro sucesor. La Guerra Fría, que revalorizó al régimen de Franco ante los Estados Unidos y propició la aproximación hispano-norteamericana, fue, con todo, el hecho esencial: por los acuerdos de septiembre de 1953, España cedió a Estados Unidos bases militares en Torrejón, Zaragoza, Morón y Rota; Estados Unidos concedió a España una sustanciosa ayuda económica (en torno a 1.000 millones de dólares). El 15 de diciembre de 1955, la ONU aprobó el ingreso de España. Era evidente que al fin y al cabo la característica del anticomunismo español, tuvo mucho que ver en las decisiones de EEUU, Francia e Inglaterra. La España de Franco fue, pues, desde 1955 una nación reconocida por la comunidad internacional. Pero nunca tuvo legitimidad democrática.
 
En 1956-1958, en cambio, el régimen se vio abiertamente desafiado por los graves incidentes provocados en Madrid en febrero de 1956 por los estudiantes de la Universidad –manifestaciones de protesta contra el régimen, choques violentos entre falangistas y estudiantes antifranquistas–, y por los paros y protestas contra la carestía de la vida que se produjeron en los años señalados en distintos puntos del país (Asturias, País Vasco, Cataluña, Madrid…). En abril de 1956, España daba precipitadamente la independencia al Marruecos español, forzada por la decisión de Francia de retirarse del Marruecos francés. En octubre, inflación, déficit exterior y pérdida masiva de reservas de divisas extranjeras crearon la situación de crisis económica más grave desde el fin de la guerra. Franco y su régimen superaron pese a todo la crisis. La huelga general que el Partido Comunista convocó desde la clandestinidad para el 8 de junio de 1959 fue un total fracaso. España cambió en la década de 1960. La clave del cambio –operación que Franco aceptó pero que en modo alguno concibió, fue el Plan de Estabilización de julio de 1959 elaborado por un equipo de jóvenes economistas al servicio de la Presidencia del Gobierno, un modelo ortodoxo de estabilización, devaluación de la peseta, reducción de la circulación fiduciaria, elevación de los tipos de interés, liberalización de importaciones, congelación del gasto público, créditos extranjeros–, y una apuesta por la liberalización de la economía que rectificaba todo lo que el régimen había hecho desde 1939. Estabilización y liberalización provocaron, en efecto, el despegue económico. Los años del desarrollo (1960-1973), pilotados por gobiernos con fuerte presencia de ministros del Opus Dei, hicieron de España un país industrial y urbano. Grandes migraciones transformaron su estructura demográfica: cuatro millones de personas dejaron las zonas rurales entre 1960 y 1970, de las que casi la mitad emigraron a Europa. El turismo (seis millones de turistas en 1960; 30 millones en 1975) cambió la economía de muchas zonas costeras. La producción y uso de automóviles y electrodomésticos crecieron de forma espectacular. Aun con periodos de avances y retrocesos, y repuntes inflacionarios, entre 1961 y 1964 la economía española creció a una media anual del 8,7%.  En 1970, el 75% de la población laboral trabajaba ya en la industria y los servicios, y sólo el 25% lo hacía en la agricultura. En 1975, en torno al 75% de la población (33,7 millones en 1970) vivía en ciudades de más de 10.000 habitantes.
El “milagro español” tuvo graves contrapartidas: estancamiento de la agricultura, fuertes desequilibrios regionales (pese a la creación de “polos” de desarrollo regional), elevado éxodo rural, sector público ineficiente y deficitario, graves insuficiencias de tipo asistencial (a pesar de la creación de la Seguridad Social en 1964), excesos urbanísticos en las zonas turísticas y en las grandes ciudades, hacinamiento de la población industrial (en Madrid, Barcelona, Bilbao…). Pero España había superado la barrera del subdesarrollo. La renta per cápita que en 1960 era de 300 dólares, llegaba en 1975 a 2.486 dólares.
España pasaría, sin embargo, del conformismo al conflicto en la década de 1960. En junio de 1962 se reunieron en Múnich representantes de la oposición del interior y del exterior para denunciar ante la recién creada Comunidad Europea el carácter antidemocrático del franquismo.
En 1963, fue ejecutado, entre grandes protestas internacionales, el dirigente comunista Julián Grimau, detenido en una redada policial. La agitación –en demanda de derechos democráticos— en las universidades españolas rebrotó a partir de 1964 y se hizo endémica prácticamente hasta el final del régimen. La nueva ley de Convenios Colectivos que el régimen aprobó en 1958, en razón de la liberalización económica desde entonces en marcha, movilizó a los trabajadores en demanda de libertades sindicales y del derecho de negociación, movilización que propició la aparición de nuevos sindicatos clandestinos de oposición (como Comisiones Obreras, organización cercana al Partido Comunista). Aunque la huelga estuvo siempre prohibida, hubo ya 777 huelgas en 1963 y 1.595 en 1970. Reapareció el descontento regional. Pequeños incidentes y gestos en Cataluña, donde lengua y cultura habían preservado los sentimientos de identidad catalana. En el País Vasco la aparición en 1959 de ETA, organización independentista y marxista que desde 1968 recurrió al terrorismo como forma de lucha armada por la liberación nacional vasca, rompió la paz de Franco. El terrorismo asesino a muchas personas entre 1968 y 1975, entre ellas el entonces Presidente del gobierno almirante Carrero Blanco. 27 etarras murieron en enfrentamientos con la policía; 16 miembros de la organización, entre ellos dos sacerdotes, fueron procesados en 1970 en Burgos, y algunos condenados a muerte, aunque indultados. La Iglesia, en cuyo interior habían ido germinando disidencias y protestas, fue por último divorciándose del régimen sobre todo desde el Concilio Vaticano II (1964) y al hilo de la renovación de la jerarquía episcopal española que culminó con el nombramiento como arzobispo de Madrid (1969) y presidente de la Asamblea Episcopal de monseñor Vicente Enrique y Tarancón, un hombre muy próximo al papa Pablo VI y decidido partidario de la ruptura de la Iglesia con el franquismo. Los obispos vascos pidieron clemencia para los procesados en el juicio de Burgos de 1970. En 1971, la Asamblea Episcopal perdió perdón por la parcialidad con que la Iglesia había actuado durante la guerra civil.
España, una sociedad en vías de modernización; el franquismo, un régimen político autoritario y de poder personal. Una contradicción, sin embargo el crecimiento económico siguió a un muy fuerte ritmo en los años 1970-1975. España firmó un Acuerdo Preferencial con la Comunidad Europea en 1970 y estableció, después, relaciones diplomáticas incluso con países comunistas (Alemania del este, China). Pero desde 1970 las huelgas se extendieron por toda España: cerca de 2.000 en 1974; más de ochocientas en 1975. La apertura prometida en febrero de 1974 por el último gobierno del franquismo, encabezado por Arias Navarro (1974-1975), promesa que galvanizó la política del país, fue un fracaso: no hubo democratización del régimen, no hubo legalización de “asociaciones” políticas como paso hacia un régimen de partidos. En marzo de 1974, fue ejecutado un joven anarquista acusado de terrorismo, Salvador Puig Antich. Una bomba de ETA Madrid mató, en Madrid, en septiembre de 1974, a once personas. El 27 de septiembre de 1975 fueron ejecutados, en medio de la indignación internacional, dos militantes de ETA y tres del FRAP, un grupo de extrema izquierda aparecido en 1973 que había atentado contra varios policías. Con un Caudillo ya anciano y debilitado por el Parkinson y sobre cuyas decisiones influían ahora las personas de su entorno familiar. En 1975, España abandonó precipitadamente el Sahara occidental (cediéndolo, contraviniendo sus compromisos, a Marruecos y Mauritania). Franco murió el 20 de noviembre de 1975, tras una larga y dolorosa agonía. El franquismo murió con él: contra sus previsiones, su sucesor, el rey Juan Carlos I, puso en marcha el proceso de cambio.
La democracia llegó con toda legalidad a España, de la mano de la monarquía, esta vez ya Parlamentaria.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 16 de septiembre de 2024

LA GUERRA DE LAS NARANJAS - OLIVENZA

La guerra empezó el 20 de mayo de 1801 y duró, sólo, 18 días, en los que España ocupó varias plazas de Portugal.  Napoleón instó a Portugal a romper su histórica alianza con Inglaterra. Por supuesto, Portugal se negó. Pero Napoleón, pensó en una estrategia política. En España reinaba Carlos IV y su valido era Manuel Godoy, un hombre ambicioso, que seguramente era amante de la reina. 


                                                   PASEO EN OLIVENZA 

Pero yendo un poco hacia atrás en la historia recordemos que el Conde de Aranda, valido del rey español, había concertado una Alianza con Prusia y Austria para ayudar al rey francés, forma de proteger al español. Se preparaba una guerra en Europa que Aranda no apoyaba, ya que  el conde vio la formación de los ejércitos revolucionarios y su respaldo popular en el país vecino, lo que hizo ser partidario de no intervenir, dado el fracaso casi seguro y las pocas ganancias que se podrían obtener. Eso motivó su sustitución por Manuel Godoy en 1792, que ya era duque y Teniente General, hombre fuerte del gobierno de España, firmó con el Reino de Gran Bretaña su adhesión a la Primera Coalición contra Francia. Pero la República francesa ejecuta al rey francés Luis XVI en enero de 1793. Pues nada, comienza la guerra del Rosellón,  un conflicto que enfrentó a la monarquía de Carlos IV de España y a la Primera República Francesa entre 1793 y 1795. Durante las campañas las tropas francesas consiguieron arrojar a los españoles del Rosellón y penetraron en Cataluña, las provincias vascas y Navarra, llegando a ocupar Miranda de Ebro.


                                                PUERTA DEL CALVARIO

Godoy firmó por separado con Francia la Paz de Basilea (1795). Se reconocía a la República Francesa, y se normalizaban las relaciones comerciales. Por su parte, Portugal no participó en las negociaciones de paz. Y luego se firmó el Tratado de San Ildefonso de 1796, que fue la perdición para España. De ahí el compromiso de unirse a Napoleón en Trafalgar, años después. Una alianza militar entre España y Napoleón que convenían en mantener una política militar conjunta frente a Reino Unido, que amenazaba a la flota española en sus viajes a América y era el enemigo en común con Francia. 

En abril de 1801, Napoleón pide a Portugal que rompa su alianza con Inglaterra y cerrara sus puertos a los barcos ingleses.  Mediante el Tratado de Madrid, firmado por Godoy meses antes, España se comprometía a declarar la guerra a Portugal si la nación vecina mantenía su apoyo a los ingleses. Las tropas francesas llegan a Portugal reforzadas por las españolas. 


MURALLA Y CASTILLO DE OLIVENZA 

Godoy  necesitaba recobrar su prestigio, así que organizó un cuerpo expedicionario a cuyo frente se puso él mismo. Así fue como España se vio envuelta en medio de esta guerra, que tan solo duró 18 días. Cuando Godoy se hizo con la plaza portuguesa de Elvas, los soldados recogieron una cuantas ramas de naranjas que Godoy hizo llegar a su amante, María Luisa de Parma, esposa del rey de España, Carlos IV.  La oposición utilizó este hecho para hacer bromas sobre las relaciones entre la reina María Luisa de Parma y el primer ministro. La anécdota fue utilizada por parte de la oposición sirvió para bautizar éste conflicto bélico. Napoleón no consiguió conquistar Portugal, pero sí consiguió que, al menos, el país luso cerrase sus puertos a Inglaterra. 

Tal conflicto bélico dio como resultado el Tratado de Badajoz, la pérdida de territorio portugués, en particular Olivenza, y finalmente sentó las bases para la invasión total de la Península Ibérica por las fuerzas francesas. La paz se firmó en Badajoz, el 6 de junio. España hace entrega de una veintena de plazas fronterizas. ¿Todas? ¡No! Olivenza se quedó del lado español, es una localidad situada en la provincia de Badajoz, en Extremadura. Inaugurando así una cuestión, que comenzó a resolverse en 2008, con la creación de la primera eurorregión ibérica.

Y así fue como España, se vio envuelta en medio de una guerra, que ni le iba ni le venía, la Guerra de las Naranjas.

Ponemos una foto del Puente de Ajuda (en portugués Ponte da Ajuda)  sobre el río Guadiana, entre los municipios de Olivenza (España) y Elvas (Portugal). Mandado  a construir por el rey portugués Manuel I en 1510 y destruido en la Guerra de Sucesión en 1709. No ha sido reconstruido.. Su actual estado de conservación lo hace impracticable, aunque constituye una de las piezas monumentales más importantes de la comarca de Olivenza, ubicado en un singular espacio fronterizo de gran belleza y actividad humana.  Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.

La puerta del Calvario fue construida en el siglo XVII como parte del baluarte de Olivenza en una posición defensiva orientada hacia Portugal. Es la única entrada a la ciudad que se mantiene de las 3 que existían.


jueves, 12 de septiembre de 2024

LAS EMANCIPACIONES AMERICANAS

En realidad el movimiento independentista en América no se inició contra la monarquía de Fernando VII, fue contra el invasor francés. Desde 1808 a 1814 Fernando VII está en manos de Napoleón y reinaba José I.  El español nacido en la península, que se le llamaba peninsular. El monopolio político era una clara diferencia favorable a los peninsulares, que en la enorme extensión del continente representaban si acaso el 1% de la población.  Esto provocaba el recelo de los criollos, sus hijos, que aunque constituían una de las minorías poblacionales, se encontraban en lo social y en lo económico por encima de los indígenas y de los esclavos negros.


Los peninsulares dominaban los cargos superiores en la administración y en la Iglesia. Pero los criollos dominaban la vida económica, pues eran los propietarios de las tierras, de los cultivos, de las minas, y se enriquecían con el comercio. Este choque entre ambos estamentos sociales fue uno de los desencadenantes de la causa independentista.
En años anteriores a las emancipaciones hubo multitud de conflictos entre indígenas y esclavos contra los terratenientes criollos. Éstos explotaban a los indios y a los esclavos negros. Por ejemplo, años antes la rebelión de Tupac Amarú no fue al principio contra los españoles. Tiempo después, en Venezuela los esclavos se alzaron los criollos como Bolívar y contra la administración. José Tomás Boves, había nacido en España, fue un auténtico caudillo popular convirtiéndose en el azote de Bolívar. 
Muchos indígenas se mantuvieron neutrales debido a que ninguna de sus aspiraciones coincidía con los bandos. Incluso algunos se incorporaron a los realistas para combatir a los hacendados, que al fin y al cabo eran sus opresores. 
Muchos factores incluso muy anteriores afectaron a la debilidad del poder español en América. La derrota de Trafalgar, la Guerra de la Independencia, etc. La monarquía española había ayudado a los franceses en la Guerra de Independencia Norteamericana, pero esa intervención sirvió para que ésta actuara contra España mediante la difusión de las ideas revolucionarias entre los criollos ilustrados y empleando la intimidación militar.
La ocasión para los patriotas de América, léase oligarquía criolla, vino con el desmadre que supuso la guerra en la Península, (1808-1814), que animó a muchos americanos a organizarse por su cuenta. Antes de eso fueron las invasiones británicas del Río de la Plata. Los ingleses, siempre dispuestos a lo suyo, piratear,  y establecerse en la América hispana, atacaron dos veces Buenos Aires, en 1806 y 1807; pero allí, entre españoles de España y población local, les rechazaron valientemente.  No obstante en los años siguientes, aprovechando el caos español, ingleses y norteamericanos removieron la América hispana, mandando soldados mercenarios, alentando insurrecciones y sacando tajada comercial.


En América los gobiernos no sabían si aceptar al José I, hermano de Bonaparte, obedecer a las Juntas Provinciales que luchaban en la Guerra, o acatar las órdenes del Consejo de Regencia. Asimismo la promulgación de la Constitución liberal de 1812, en América, venía a complicar las cosas, pues abolía el absolutismo. En América se constituyó una Junta contra los afrancesados, pronunciándose claramente a favor del monarca español.
Desgraciadamente fue a partir de 1814 cuando Fernando VII, al recuperar el trono después de su destierro de oro en Francia, con la victoria de los españoles, inicia el absolutismo (1814-1820) y tuvo lugar la persecución y depuración de liberales y afrancesados. Y la persecución de la masonería. La ruina absoluta de la Hacienda Pública hacía imposible la añorada posibilidad de establecer una buena situación militar en América.
Aun así, la resistencia realista frente a los que luchaban por la independencia fue dura, tenaz y cruel. Buena parte de los de uno y otro bando de los ejércitos habían nacido en América (en Ayacucho, por ejemplo, no llegaban a 900 los soldados realistas nacidos en la España peninsular). El caso es que a partir de la sublevación de Riego de 1820 en Cádiz todo cambió en los ejércitos para ir a luchar a América. Riego se pronunció contra la corona, 15.000 hombres que no fueron a América a luchar. Eso dejó en malísima situación a los realistas que combatían.
Ascendían en todo el Virreinato a 1.500 hombres según el brigadier García Camba pero los que formaban la división del Alto Perú no llegaban a 900. El resto eran indígenas del lugar, indios, mestizos y mulatos.
Aun así, hasta las batallas de Ayacucho (Perú, 1824) y Tampico (México, 1829) y la renuncia española de 1836, la guerra prosiguió con extrema barbaridad a base de batallas, ejecuciones de prisioneros y represalias de ambos bandos. Hubo altibajos, derrotas y victorias para unos y otros. Hasta los realistas, muy a la española, llegaron alguna vez a matarse entre ellos. Hubo inmenso valor y hubo cobardías y traiciones. Las juntas que al principio se habían creado para llenar el vacío de poder en España durante la guerra contra Napoleón se fueron convirtiendo en gobiernos nacionales, pues de aquel largo combate, el ansia de libertad y aquella sangre empezaron a surgir las nuevas naciones hispanoamericanas. Gente ilustre como el general San Martín, que había luchado contra los franceses en España, o Simón Bolívar, realizaron proezas bélicas y asestaron golpes mortales al aparato militar español. El primero fue decisivo para las independencias de las actuales Argentina, Chile y Perú, y luego cedió sus tropas a Bolívar, que acabó la tarea del Perú, liberó Venezuela y Nueva Granada, fundó las repúblicas de Bolivia y Colombia, y con el zambombazo de Ayacucho, que ganó su mariscal Sucre, dio la puntilla a los realistas. Bolívar también intentó crear una federación hispanoamericana, como los  Estados Unidos. No hubo unidad, por tanto; pero sí nuevos países en los que, como suele ocurrir, el pueblo llano, los indios y la gente desfavorecida se limitaron a cambiar unos amos por otros; con el resultado de que, en realidad, siguieron jodidos por los de siempre.
La Constitución Liberal de 1812 en España establecía la soberanía en la Nación, que residía en el pueblo, no en el rey, es decir que acababa con el absolutismo y se establecía una Monarquía Constitucional, la separación de poderes, la limitación de los poderes del rey, etc. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a los territorios americanos.
Fue la Constitución más liberal de las existentes. Sólo eran anteriores a esta la de Estados Unidos de 1787 y la de la Revolución Francesa de 1789.
En América e incluso en la propia península española la gente ilustrada estaba pidiendo cambios sociales, económicos, culturales, de industrialización, etc. Pero la aristocracia,  la burguesía y el clero, apoyaron a un rey que fue lo peor que le puso suceder al país.
En realidad, ¿qué había hecho Fernando VII por su pueblo? Nada. Peor que nada: se tomó la revancha y llevó al país al terror. Y cuando parecía que lo malo había pasado se tuvo que enfrentar a otro problema: la independencia de los territorios americanos.
Repasando lo sucedido en América. En 1810 en Buenos Aires se había constituido una Junta Revolucioaria, de inspiración independentista. En el cuadro de abajo podemos ver a sus componentes. No se vé ningun rostro de un gaucho o de otra clase que no sean oligarcas criollos. En Bogotá y en México hay sublevaciones y revueltas independentistas. En 1811 comenzó una revuelta y en Uruguay, Venezuela y Paraguay proclaman su Independencia. En 1813 México también proclama su Independencia. Las tropas españolas cosechan un triunfo en la batalla de Rancagua, en Chile. Poco a poco, numerosos proclamaron su independencia: Argentina en 1816, el general San Martín en Chile (1817) y Bolívar organizó el congreso de Angostura en 1819. Sólo algunas zonas aisladas de Colombia y Perú permanecían fieles a la Corona en 1820. William Carr Beresford, que había invadido Buenos Aires en 1806, luchó como aliado de España junto a San Martín en la guerra de la Independencia. Luego San Martín, ya renunciado a su empleo de militar español, unido a masones fue el libertador de lo que hoy es Argentina, Chile y Perú. Tras las batallas americanas de Chacabuco (1817), Maipú (1818) y Boyacá (1819) los independentistas Bolívar y San Martín consiguieron la emancipación de los territorios.
Fernando VII no se planteó que se pudiera solucionar más que enviando un ejército. No quiso dialogar, pactar, ceder en algún punto, usar la diplomacia y la astucia, mantener y dejarse aconsejar por los buenos colaboradores que le quedaban, buscar aliados internos. Algunos territorios, Argentina o Venezuela, podían parecer perdidos, pero otros como Perú o México se mantenían fieles a la metrópoli.

PRIMERA JUNTA DE BUENOS AIRES (1810)
Los revolucionarios de los Virreinatos, además de sus intereses luego consolidados con Inglaterra, tenían en su afán secesionista una ambición democrática que bebía en las fuentes de la Ilustración francesa, influidos sobro todo por Montesquieu, personaje culto que había publicado en la mitad del siglo XVII “El espíritu de las Leyes”, donde entre otras muchas propuestas habla como algo fundamental la división de los tres poderes que deben estar en manos del pueblo, Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. De forma que nunca deberían poder ser influenciados por los otros poderes. 
Los que piensen que todo el mundo quería una república están muy equivocados, ya que hay que entender que la idea de “república” era muy nueva en el mundo: solo se conocía el caso exitoso de la Independencia Estadounidense, y este tenía aún pocos años de vida.

sábado, 31 de agosto de 2024

EL CID CAMPEADOR

RODRIGO DÍAZ DE VIVAR Nació en lo que hoy es Vivar del Cid a diez kilómetros al norte de Burgos en 1043. El día en concreto es desconocido.
Fernando I en 1037 se había convertido en rey de León por casarse con Sancha, hermana de su rey, Bermudo III, por lo tanto la sucesora en el trono de León. Los leoneses desconfiaban de Fernando. Él era hijo del rey navarro, Sancho III el Mayor, y su madre era de la familia de los condes de Castilla. Por lo tanto había heredado el condado de Castilla en 1029.
Rodrigo fue educado junto al infante Sancho, (hermano del rey), era su paje, y tenía las tareas propias del sirviente de un caballero, si lo merecía a los catorce años se pasaba a escudero, y armiger (guardar las armas del señor).



El bautismo de fuego para Rodrigo fue la batalla de Graus que enfrentó en 1063 a las tropas de la taifa de Zaragoza, apoyadas por un contingente castellano al mando del príncipe Sancho, ante el intento de conquista de la ciudad de Graus por parte del rey de Aragón y en defensa de la Taifa de Zaragoza, que era vasallo de la corona de León, por lo tanto en ayuda a al-Muqtadir gobernador de la Taifa de Zaragoza. Rodrigo tendría 18 años.

El rey Fernando I de Castilla y León, murió en el año 1065. Había dejado repartido su reino, que comprendía una tercera parte de la Península Ibérica, entre sus cinco hijos habidos con su esposa Sancha, lo cual había sido aceptado por una junta de nobles de Castilla y León.
A Sancho le correspondió el Condado de Castilla, elevado a la categoría de Reino, y las parias (tributos) del reino Taifa de Zaragoza.
A su hermano Alfonso el favorito de su padre, le correspondió el Reino de León, que tenía derechos sobre la Taifa de Toledo.
A su hermano García le dio Galicia, para lo que creó nuevos derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz.
A Urraca, de dio Zamora, con título y rentas.
A su otra hija Elvira, le dio la ciudad de Toro, también con título, rentas y los infantazgos de los monasterios del reino, a condición de que permaneciesen solteras.
Cuando Sancho llega al trono castellano, el rey nombra a Rodrigo alférez real. Está probado que Rodrigo era listo, valiente, diestro en la guerra y peligroso, hasta el punto de que en su juventud venció en dos épicos combates singulares: uno contra un campeón navarro y otro contra un moro de Medinaceli. Hacia 1066, Rodrigo tuvo un singular combate con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador. Luego participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León.
Rodrigo derrota en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), a Alfonso VI de León. Éste se marchó con los moros de la corte musulmana de Toledo de los cuales era amigo.




ALFONSO VI 


Pero aquí se empieza a dar vuelta la tortilla para Rodrigo Díaz. Sancho II muere en 1072, cuando intentaba tomar Zamora. Realmente a Sancho le reventó las asaduras un sicario de su hermana Urraca, y su otro hermano, Alfonso, según algunos textos. Alfonso VI se convirtió entonces en soberano de Castilla y León. Muerto su señor Sancho II, Rodrigo es integrado por Alfonso VI en su corte y este le envía a Sevilla con la misión de cobrar las parias que aquella taifa adeudaba al monarca leonés. En aquella urbe residiría varios días, es posible que incluso meses, aprendiendo sobre los musulmanes, su organización, su economía, sus costumbres, alcanzando tal vez algunos rudimentos mínimos de la lengua árabe. Rodrigo Díaz, tenía relación con los musulmanes.

Según la leyenda Rodrigo Díaz le habría hecho jurar en público al rey Alfonso VI que no tuvo nada que ver con la muerte de su propio hermano  Sancho. Esto está narrado en un libro, “La jura de Santa Gadea”, escrito en 1236, (200 años después), o sea una leyenda.
La cuestión es que el rey Alfonso y Rodrigo se llevaban muy bien. Tanto que le consiguió la mano de Jimena Díaz, en 1074 y tuvo tres hijos: Diego, María (que se casó con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina.
Cuando Alfonso VI envía al Cid a Sevilla para cobrar las parias, es decir  tributos pagados por las Taifas musulmanas a los reinos cristianos para mantener la paz. Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Cuando al-Motamid, rey de Sevilla, y el Cid están tramitando su pago, les llegan noticias de que tropas del moro rey de la Taifa de Granada, junto con tropas cristianas encabezadas por García-Ordoñez, conde de Nájera y amigo personal del Alfonso VI, marchan hacia Sevilla.  Ambas taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez.
El Cid trató de evitar el combate, pero la insistencia de García-Ordoñez hizo que el Cid uniese sus tropas a las de al-Motamid, tributario de su rey, y así derrotar a los granadinos y sus aliados. El Cid capturó a García-Ordoñez y al rey de Granada y los tuvo encadenados tres días, para escarmiento. Al-Mutamid pagó, encantado las parias e hizo varios regalos personales al Cid, entre ellos a Babieca.
De regreso a la corte, el Cid cometió otro error garrafal: pernoctó una noche en el castillo de Luna, donde estaba confinado por orden del rey Alfonso su hermano menor García, que era su enemigo (aquel que su padre Fernando dejó Galicia en herencia).
De todo esto se aprovechó el conde de Nájera para acusar al Cid de apropiarse de parte de las parias de Sevilla y de confabularse con García para derrocar al rey. Alfonso hizo caso de su amigo García-Ordoñez, y desterró a Rodrigo en el año 1081.
Para entonces los moros ya lo llamaban Sidi, que significa señor y se fue a buscarse la vida con su mesnada, (los guerreros mercenarios a su mando). Los reyes poseían para la defensa de sus territorios una hueste relativamente suficiente, pero no como para entablar una batalla con todas las garantías, de ahí las alianzas con otros reinos cristianos o con alguna Taifa que fuera vasallo. También, lo más habitual, era contratar a estos señores de la guerra que su trabajo consistía en sumarse a las fuerzas del interesado y combatir con su mesnada, compuesta por algún caballero y soldados experimentados, no siempre cristianos, a veces también musulmanes, todo esto por la compensación económica correspondiente en forma monetaria o en especie. No era denigrante, al contrario.
Rodrigo no llegó a entenderse con los condes de Barcelona, pero sí con el rey moro de Zaragoza, que había sido amigo del rey Fernando I, el padre del rey que lo desterró, Alfonso VI. Y estuvo varios años con éxito, hasta el punto de que derrotó en su nombre al rey moro de Lérida y a los aliados de éste, que eran los catalanes y los aragoneses.
Muchos cristianos se ofrecieron a Rodrigo, pero muchos más fueron los musulmanes los dispuestos a servir al comandante extranjero a cambio de una soldada y movidos por la aspiración de mejorar su situación al lado del exitoso cristiano en tierras islámicas. Algunos autores contemporáneos nos hablan de Rodrigo Díaz como “mozárabe”.
Rodrigo tuvo un intenso y prolongado contacto con el mundo islámico en los años que transcurren entre 1080 y 1086, años de su primer destierro.
En el año 1090 el Cid se hizo con todo el Levante, incluyendo Valencia. Al-Cadir pagaba los impuestos al Cid, aunque era dinero de Alfonso VI. Invadió los territorios de su rey y estando en la Taifa de Zaragoza fue perdiendo influencia en Valencia por lo cual los valencianos entregaron la ciudad a los almorávides que estaban ocupando Al-Andaluz.
En el 1092 fue muerto Al-Cadir, su protegido, y decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. Alfonso VI claudica en su empeño de someter al Cid, retira su destierro y le ofrece la posibilidad de regresar a Castilla; un nuevo perdón que Rodrigo Díaz de Vivar rechaza, pero que se convierte de facto en un pacto de convivencia amistosa. El Cid regresa a Valencia y rinde la plaza en 1094, después de un durísimo asedio polémico entre los historiadores de hoy día, pues algunos ven en él a un Cid cruel. Después de espantar la amenaza almorávide, el Cid se centra en los asuntos internos y en 1095 pone en marcha una durísima represión. Expulsa de Valencia a todos los musulmanes partidarios de los almorávides y los sustituye, en apenas dos días, por mozárabes a los que traspasa sus posesiones. Declara la plena legalidad del Corán, algo insólito, que el paladín de la cristiandad en la época permita que sea legal el Corán en un territorio que domina. El Cid se convierte así en Soberano Cristiano de un Principado Musulmán, una difícil posición que sostuvo siempre, necesario por la cantidad de soldados musulmanes en sus tropas.
Conquistado Valencia, Rodrigo llega incluso a designar para cargos administrativos importantes a algún musulmán. Y es que Rodrigo construyó en aquel arrabal anexo a Valencia un prototipo de villa islámica, donde convivían musulmanes, cristianos, judíos y había cierta libertad de culto. Se proclamó "Príncipe Rodrigo el Campeador" el 17 de junio de 1094.
El contingente cristiano del Campeador en aquellos momentos era considerablemente inferior en número a los musulmanes que le servían, activa y potencialmente. Precisaba en aquella situación mostrarse más como un señor musulmán que como un conquistador cristiano. Pero no todos aquellos musulmanes serían válidos para los planes de Rodrigo. Solo a partir de la conquista recibirá coyunturalmente la ayuda de Pedro I de Aragón, quien sumó sus fuerzas a las de Rodrigo en la campaña que culminó en la batalla de Bairén contra los almorávides, en enero de 1097, dos años y medio después de la conquista de la capital valenciana.
La herida más dolorosa que probablemente sufrió el Cid fue la muerte de su hijo en 1097, en la batalla de Consuegra. Había ido en ayuda del rey Alfonso VI a la batalla, tenía solo 20 años. Cuando el rey ordena replegarse porque los almorávides iban ganando en campo abierto, el mando de García Ordóñez, se retira rápido y abandona a su suerte a Diego Rodríguez, el hijo del Cid, que cae muerto con algunos de los suyos. Cada año Consuegra rememora la batalla en la que participan cientos de vecinos y cuyo momento cumbre es la ceremonia fúnebre por la muerte del hijo del Cid, el joven héroe que perdió la vida tal vez porque así lo quiso García Ordóñez, enemigo declarado de su padre.




BATALLA DE CONSUEGRA


Los intentos almorávides por recuperar la ciudad de Valencia no cejaron y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército llegó hasta Quart de Poblet, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en una batalla campal. Cinco días antes de la toma de Jerusalén por los cruzados, temido y respetado por moros y cristianos, murió Rodrigo en Valencia de muerte natural el día 10 de julio de 1099. Se dice que le alcanzó una flecha.

Es posible que el cadáver del Cid fuera evacuado de Valencia al frente de sus tropas como si estuviera vivo, para lo cual se le colocó un sistema de tablas que le obligaba a ir erguido en el caballo y que le impedía caerse, amén de hacer lo que fuera con los ojos abiertos y lanza empuñada, como si estuviera dirigiendo sus tropas. Por algo los almorávides huyeron despavoridos, parecía que estaba vivo.
A la muerte del Cid en 1099, su esposa Jimena heredó, pero sólo pudo mantener el trono unos pocos años más con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, su yerno.Consiguieron defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder de los almorávides.

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