domingo, 26 de enero de 2025

DICCIONARIO DE MARÍA MOLINER

Esta mujer hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua española.


Se llama “Diccionario de uso del español”, tiene dos tomos de casi tres mil páginas en total, que pesan tres kilos, y más de dos veces más largo que el de la Real Academia Española.
María Moliner lo escribió cuando podía ya que era bibliotecaria.
María Moliner nació en Paniza, un pueblo de Aragón, en 1900. De modo que al morir había cumplido los 80 años. Estudió filosofía y letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de España.
Se casó con don Fernando Ramón y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que enseñaba en Salamanca una ciencia rara: base física de la mente humana. María Moliner crió a sus hijos como toda una madre española, con mano firme y dándoles de comer bien, aun en los duros años de la Guerra Civil en los que no había mucho que comer.
Sus tres hijos fueron universitarios y sólo cuando el menor empezó la carrera de ingeniero industrial, María Moliner sintió que le sobraba tiempo después de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidió ocuparlo escribiendo un diccionario.
La idea le vino del Learner’s Dictionary con el cual aprendió el inglés.
Es un diccionario de uso; es decir, que no sólo dice lo que significan las palabras sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden remplazarse. “Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner y lo dijo con mucha razón.


En el Diccionario de la lengua española, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya están gastadas por el uso.
Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad. “Siempre le faltaban dos años para terminar”, dijo su hijo menor.
Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca.
En 1967, presionada sobre todo por la editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años,  dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones.
En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida. Su hijo Pedro contó que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos.
Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita del centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas.
Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. “Sobre todo, las que encuentro en los periódicos, dijo en una entrevista, porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad”.
Sólo hizo una excepción: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las más usadas en la España de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y María Moliner vivió bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pasó sus últimos años en un departamento del norte de Madrid.
Le complacían las noticias de que su diccionario había vendido más de diez mil copias, en dos ediciones, que cumplía el propósito que ella se había impuesto y que algunos académicos de la lengua lo consultaban en público sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que le preguntó por qué no contestaba las numerosas cartas que recibía, le contestó con más frescura que la de sus flores: “porque soy muy perezosa”, evidentemente no lo era.
En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Real Academia Española, pero los académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición.
Ella se alegró cuando supo que no fue admitida, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. “¿Qué podía decir yo?, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines”.

Escrito en parte por Gabriel García Márquez 

viernes, 24 de enero de 2025

JOSE DE SAN MARTÍN

El 27 de febrero de 1767 el rey Carlos III había ordenado la expulsión de la orden de los Jesuitas de todas las posesiones españolas la cual se llevó a cabo en 1768. La zona entró en decadencia económica, las misiones fueron secularizadas y Yapeyú era uno de los pueblos de las misiones guaraníes.
Diez años después, precisamente en Yapeyú, nacía José de San Martín, seguramente el 25 de febrero de 1778. 


El padre, un hidalgo español de clase media, ejerció como capitán y ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires hasta que, en 1774, fue nombrado teniente de gobernador del departamento de Yapeyú, la misión jesuítica a orillas del río Uruguay huérfana de poder tras la expulsión de la orden. Asimismo, la madre también española y de familia destacada, Gregoria Matorras del Ser.
Precisamente dos de los cinco hijos del matrimonio, entre ellos José, nacieron estando destinado como teniente allí. Sus primeros compañeros de juegos fueron indios guaraníes. Si bien, el matrimonio se desplazó a España en abril de 1784, donde José, con seis años, iba a tomar contacto con el Ejército español que tanto amaba su padre.

SAN MARTIN A LOS 11 AÑOS CADETE EN EL REGIMIENTO DE MURCIA
Comenzó sus estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid. Para entrar era necesario “constar ser hijosdalgo notorios según las leyes de Castilla, limpios de sangre y de oficios mecánicos por ambas líneas”. Un lugar de formación para los hijos de los nobles y los militares, donde entró alegando ser hijo de un capitán. Aprendió retórica, matemáticas, geografía, ciencias naturales, francés, latín, dibujo y música.
De lo que no cabe duda es que el 21 de julio de 1789, a los once años, José de San Martín comenzó su carrera militar como cadete en el Regimiento Murcia. Fue éste el origen de una brillante y vertiginosa carrera militar que tendría su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), trece años tenía entonces.
Más tarde intervino en las guerras del Rosellón contra los franceses en 1793 y de las Naranjas en 1801 contra los portugueses, mereciendo sucesivos ascensos por su actuación; en 1803 era ya capitán de infantería en el regimiento de voluntarios de Campo Mayor.
Fue agregado a la batería de artillería del Capitán Luis Daoiz. En una misión de reclutamiento fue herido gravemente por unos maleantes.
Todo ello sin olvidar su paso por la fragata Santa Dorotea, que formó escuadra en el Mediterráneo contra los corsarios berberiscos. Durante este periodo naval conoció a Napoleón. El hecho de que el emperador le saludara influyó en la admiración que San Martín profesó siempre.
En 1804, su ascenso a Capitán Segundo con 27 años, le obligó a cambiar de unidad. Iniciada la Guerra de la Independencia contra Napoleón, la Junta Central ascendió al criollo San Martín al cargo de Capitán primero en el regimiento del general Castaños. En esta unidad participó en la batalla de Bailén, como ayudante de campo de Coupigny en la 2ª división, el 19 de julio de 1808. Estaba asignado al escuadrón de Caballería Borbón. Su valiente y brillante comportamiento le valió el ascenso a teniente coronel y la Medalla de Oro de Bailén.

VICTORIA EN LA BATALLA DE BAILEN 
Esa batalla fue la primera derrota importante de las tropas de Napoleón.
También participó en la batalla de La Albuera, el broche de oro a una trayectoria de dos décadas al servicio del Ejército español, a las órdenes del general inglés William Carr Beresford, el mismo que cinco años antes había invadido Buenos Aires. Precisamente el carácter multinacional de las fuerzas anti napoleónicas le puso en contacto con los círculos liberales y revolucionarios británicos que tanto contribuirían a la independencia americana.
Mientras en la América hispana las cosas iban tomando su color. Teniendo en cuenta que el rey de España era un francés, hermano de Napoleón, el ejército realista, comandado por españoles, estaba formado en su mayoría por nativos, no criollos, del continente. El sentimiento de la identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, determinaron a las ideas emancipadoras.
La revolución en Buenos Aires, sin participación popular, en mayo de 1810, instituyó la Primera Junta Revolucionaria. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto iniciándose así el proceso independentista.
Algunos aconsejaron a San Martín que debía acudir a su tierra natal cuanto antes a tomar partido por los suyos. A decir verdad, el oficial español no tenía nada de americano, salvo el lugar de nacimiento. 
Los suyos eran los miembros del Ejército español. Había pasado su vida fuera del continente, su aspecto físico era europeo y su acento era marcadamente andaluz.

ESTATUA EN MADRID 
José de San Martín pidió la baja de las instituciones armadas españolas para atender “asuntos familiares en Lima”, lo cual era mentira, y se convenció definitivamente del inminente derrumbamiento del Imperio español. Era un liberal por encima de un independentista.
España estaba ocupada por Napoleón y de América salían barcos a España para abastecer su Imperio. Los ingleses y portugueses eran aliados en ese momento y era evidente que las colonias debían dejar de servir al gobierno español, que tenía a su rey prácticamente secuestrado. San Martín hizo lo que creyó que debía hacer.
Aquella dominación española en América tenía sabor rancio. El mundo cambió, el sometimiento a reyes absolutistas no era algo inteligente ni como forma de gobierno ni moralmente como personas. Pero pertenecer a una monarquía que había ocupado por la fuerza España, mientras ésta se deshacía en la guerra tampoco lo veía lógico y seguramente había llegado el momento de no pertenecer ni a uno ni a otro.
San Martín que había mantenido contactos con las logias masónicas que simpatizaban con el movimiento independentista, reorientó su vida hacia la causa emancipadora. El sentimiento de su identidad americana y su ideario liberal, desarrollado en el clima espiritual surgido tras la Revolución Francesa y en la lectura de los enciclopedistas e ilustrados franceses y españoles, lo determinaron a contribuir a la libertad de lo que él consideraba su patria.

CRUCE DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES
Inició así una nueva etapa de su vida que lo convertiría, junto con Simón Bolívar, en una de las personalidades más destacadas de la guerra de emancipación americana. No obstante veremos las profundas diferencias. La singularidad del perfil heroico de José de San Martín viene dada, más que por sus hazañas exteriores, por la grandeza interior de su carácter. Pocos hombres públicos pueden exhibir una trayectoria tan limpia en la historia de América: habiendo alcanzado la máxima gloria militar en las batallas más decisivas, renunció luego con obstinada coherencia a asumir el poder político, conformándose con ganar para los pueblos hispanoamericanos la anhelada emancipación.
Solicitó la baja en el ejército español y marchó primero a Londres (1811), donde permaneció casi cuatro meses. Allí asistió a las sesiones de la Gran Reunión Americana, fundada por Francisco de Miranda, que fue la organización masónica, madre de varias otras esparcidas por América con idénticos fines: la independencia y organización de los pueblos americanos.
Desde Inglaterra se embarcó hacia Buenos Aires (1812), donde esperaba que su experiencia militar le permitiese rendir servicios. A causa de sus veintidós años de servicio en el ejército realista, no fue recibido con entusiasmo por los dirigentes; pero, ante la debilidad militar del movimiento patriota, la Junta gubernativa le confirmó en su rango de teniente coronel de caballería y le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo.


El 12 de septiembre de 1812 se casó en Buenos Aires con María de los Remedios Escalada, la hija adolescente de una poderosa familia de la aristocracia americana. Su familia era rica, prestigiosa y partidaria de la rebelión, lo que supuso un salto económico para José de San Martín, cuya única fortuna era la que había logrado acumular durante su carrera al servicio del Imperio español. De hecho, la familia de su mujer le llamaban “el soldadote” y a veces “el andaluz”, porque tocaba la guitarra y hablaba con ese acento.
En 1813, a la cabeza de un cuerpo de combate de élite, los Granaderos a Caballo, se dio a conocer en su victoria en San Lorenzo, evitando el desembarco de un ejército realista. Sin duda, el talento y experiencia militar de alguien como San Martín iban a ser cruciales para derribar el último bastión del Imperio español en Sudamérica.
Si bien en los virreinatos de Nueva Granada y de Río de la Plata los procesos independentistas tuvieron un éxito instantáneo, no ocurrió igual con el Virreinato del Perú, en otro tiempo la pieza clave del poder hispánico. La mayor presencia de peninsulares que en otros territorios, la escasa implantación del espíritu independentista y la capacidad de mando del virrey José de Abascal convirtió el lugar en una roca en el camino de los rebeldes. Con un ejército de unos 42.000 hombres, Abascal aplastó todo conato de rebelión tanto en Perú, Quito, el Alto Perú y la capitanía general de Chile. Para vencerle sería necesaria la acción conjunta de Bolívar y San Martín que aplicó sus conocimientos militares en zonas montañosas para orquestar un ataque sorpresa a Chile, y desde allí por mar al Bajo Perú. Esta campaña dio lugar el 12 de octubre de 1818 a la batalla de Chacabuco, que despejó el camino para llegar a Santiago de Chile tres días después. Aquella acción magistral, que le obligó a atravesar con su ejército los Andes, hizo que sus compañeros de armas e incluso rivales encendieran las comparaciones de San Martín con Napoleón y Aníbal. Porque a decir verdad San Martín fue un rival justo y nunca se mostró sanguinario con los españoles como sí lo hizo Bolívar. Sus enemigos así se lo reconocieron.
La cadena de victorias de San Martín llevó al gobierno liberal establecido durante el Trienio Liberal en España, (1820-1823) a negociar una paz con los rebeldes hispanoamericanos. Sin embargo, al romperse las conversaciones, el libertador reanudó la lucha armada y ocupó Lima el 6 de julio de 1821 con el título de Protector. Expulsó a miles de españoles notoriamente contrarios a la independencia y confiscó sus bienes.
A nivel político estableció la libertad de comercio y la libertad de imprenta, pero no permitió otro culto religioso que el católico. El Libertador esperaba durante su protectorado poder completar la independencia del territorio nacional y preparar el camino para la instauración de un régimen monárquico constitucional, lo que ha llevado a algunos a sostener que el gobierno de San Martín fue una dictadura, en el sentido romano de la palabra, que era un poder otorgado a un caudillo en período de guerra hasta que se estableciera el sistema político.

ESTATUAS DE SAN MARTÍN Y BOLÍVAR EN ECUADOR
San Martín no era exactamente un revolucionario. Mantenía la idea de una Monarquía Constitucional sin absolutismo, donde el rey está sometido  la Constitución y la  soberanía reside en el pueblo. Un liberal, un visionario sin ninguna ansiedad de poder.
El tipo de Estado que debía instaurarse en el Perú generó una brecha entre los partidarios de una monarquía y los de una república. Para los monárquicos como San Martín, la república no era la forma de gobierno más conveniente para el Perú debido a la gran extensión de su territorio y a la poca educación de las masas del país. Él, mejor que nadie sabía lo salvaje que podía ser un pueblo en caso de anarquía, y es por eso por lo que pretendía para Perú un reino dirigido preferentemente por un Príncipe europeo, Infante de Castilla a poder ser. Una vieja idea que los propios Borbones habían sopesado en el pasado: una suerte de reinos hispánicos dirigidos por los miembros de la dinastía.
No en vano, la forma de gobierno del Perú y del resto de los nuevos estados que estaban surgiendo fue uno de los temas tratados por San Martín y Simón Bolívar, el gran líder de la Corriente Libertadora del Norte, durante su reunión en Guayaquil del 26 de julio de 1822. En esta reunión Bolívar no quedó muy convencido de que San Martín fuera partidario de una república democrática. José Acedo Castilla considera en su estudio “La actuación política del general” que San Martín creía que “llevar al Gobierno a los más incultos y darles preponderancia, era un desastre político”.
El propio Bolívar sostenía que el libertador del Perú “no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza”. En definitiva, San Martín fue un producto de las ideas liberales de su tiempo: un liberal constitucionalista, que concebía el Gobierno en manos fuertes y limpias y “no entregado a la ignorancia, la envidia, el rencor y los deseos de lucro de ciertas gentes”. La educación debía venir antes que la democracia.
Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!
A su regreso a Lima, San Martín tuvo claro que debía dejar el camino libre a Bolívar. Su tiempo como libertador, ahora que su faceta militar no se necesitaba, llegaba a su fin. Este plan se aceleró cuando a su vuelta supo que los limeños habían capturado y expulsado a Bernardo Monteagudo, su mano derecha en el gobierno y otro defensor de la monarquía. A duras penas logró reunir al Primer Congreso Constituyente, que desde el comienzo estuvo controlado por los liberales republicanos. El mismo día de su instalación (20 de setiembre de 1822) San Martín presentó su renuncia irrevocable a todos los cargos públicos que ejercía.
Con los españoles todavía controlando algunas provincias, Perú necesitaba las tropas de Bolívar si quería llevar a puerto el proceso de independencia. Sus palabras de despedida tuvieron ese aire trágico tan característico de los héroes traicionados: “La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más”.
De Perú pidió permiso para reencontrarse en Buenos Aires con su esposa, que estaba gravemente enferma. Pero al tardar tanto en llegar, entre retrasos auspiciados por sus enemigos, su mujer ya había fallecido el 3 de agosto de 1823. A principios del siguiente año partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y a su espalda dejaba sus cargos de generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata.


Visitó de forma breve Inglaterra, Italia y otros países europeos hasta establecerse definitivamente en Francia, donde viviría hasta su muerte en 1850. En su largo exilio europeo, San Martín recordó con nostalgia su tiempo vivido en España y esquivó los apuros económicos solo por la asistencia de un amigo suyo acaudalado, el español Alejandro Aguado.
En el año 1828 amagó con volver a América, e incluso se embarcó con este propósito, pero prefirió en última instancia quedarse al margen de las luchas   intestinas que sucedieron el poder español en el continente. Buenos Aires se consumía durante una guerra civil en la que él estaba prevenido de no meterse. No fue hasta 1880 cuando sus restos pudieron ser repatriados y trasladados a la República de Argentina.
 

jueves, 23 de enero de 2025

CASTILLO-PALACIO DE OLITE – NAVARRA

“No hay rey que tenga un castillo o palacio más hermoso, ni de más estancias doradas” escribió un viajero alemán del siglo XV. Con sus torres levantadas en negros y brillantes pináculos de pizarra, sus ventanas nervadas, y sus vidrieras de brillantes colores, le pereció al viajero cosa celestial, más que de este mundo terrenal.


Hacia el año 620 Olite fue plaza del rey godo Suintila.
A tan solo 30 Km de las Cuevas Rurales Bardeneras, se encuentra Olite. Construido durante los siglos XIII y XIV, luego palacio y castillo donde los reyes de Navarra tenían defensa y reparo. Fue sede de la Corte del Reino de Navarra y a partir del reinado de Carlos III "El Noble", persona llena de sabiduría y templanza, según decían. Veraneaba aquí el rey al regresar de Francia a principios del siglo XV. Hombre culto y refinado hizo traer de Alejandría jardines y jazmines, pomelos, cidras y otras plantas nunca vistas en Europa.
El viajero tiene tiempo para ir a Muruzábal y allí contemplar el misterioso santuario de Eunate, adonde peregrinaban devotos de extrañas naciones e ignoradas lenguas antes de la implantación del cristianismo. Parece ser que por eso los Templarios construyeron en medio del campo una extraña iglesia octogonal, en cuya portada repite como si fuera un espejo  los motivos al contrario de la Iglesia del Sepulcro de Torres del Río. A unas leguas de distancia.


El conjunto monumental del Palacio Real de Olite está compuesto por tres partes: Palacio Viejo (actual Parador Nacional), ruinas de la Capilla de San Jorge y Palacio Nuevo. Esta última es la parte más extensa y visitable, y es conocida como el Castillo de Olite.
Olite es un castillo-palacio, realmente se trata de una construcción con carácter cortesano, donde los aspectos residenciales prevalecieron sobre los militares. El príncipe de Viana, famoso por su talento e infortunios, pasó su niñez en este castillo y aquí se casó. Coleccionaba el joven animales, fieras y aves exóticas. El conjunto formado por sus estancias, jardines y fosos, rodeados por las altas murallas y rematados por las numerosas torres, le confieren una espectacular y mágica silueta. En su época, llegó a ser considerado como uno de los más bellos de Europa. En él podremos diferenciar claramente dos recintos: el Palacio Viejo, convertido en Parador Nacional de Turismo, y el Palacio Nuevo.


Fue invadida Navarra por la corona de Castilla y Aragón en 1512 y se fue deteriorando.  Fue incendiado por Espoz y Mina durante la Guerra de la Independencia Española en 1813, ante el temor de que en él se fortificaran las tropas francesas de Napoleón. Se restauró en 1937 aunque no está completa, ya que se trata de trata de recuperar la estructura original del palacio, distinguiendo entre lo que se corresponde con el edificio original, y lo que se debe a su restauración. Sin embargo, la riquísima decoración interior que revestía sus muros se ha perdido para siempre, al igual que los jardines exteriores que lo rodeaban.

El castillo está inspirado en el estilo gótico francés, con algunas características catalano-mallorquinas e inglesas.
El Parador “Príncipe de Viana”, está situado en el majestuoso Palacio-Castillo viejo del siglo XV que fuera habitado por Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastamara. Expresión en piedra, las columnas y arcadas de ladrillo en un juego de luces medievales contribuyen a realzar la atmósfera medieval, el restaurante se levanta majestuosamente ante la historia y el arte de un casco urbano, cuya riqueza viene precedida por la fertilidad del llano y de las aguas del Cidacos que resultan ser un excelente escaparate de productos autóctonos.

Fue elegido la 1ª maravilla de las 7 maravillas medievales de España.

sábado, 18 de enero de 2025

PÉRDIDA DE LAS ISLAS MALVINAS

En 1749 el Almirantazgo británico, organiza una expedición con el objetivo aparente de hacer descubrimientos en los mares de América del Sur y efectuar un relevamiento de las costas de Malvinas. Sin embargo, el verdadero propósito de la expedición era establecer una base naval para atacar al comercio español y a los territorios hispanoamericanos. El proyecto llegó a oídos del embajador de España, quien protestó de inmediato.


El 2 de abril de 1767 Felipe Ruiz Puente, el primer administrador militar de las islas y toma posesión en nombre de la corona española (Carlos III),  del archipiélago de las islas Malvinas. Poco después, y ante los rumores de que los ingleses habían fundado una colonia en la isla occidental avisa a Buenos Aires. En vista de la situación, Bucarrelli, el gobernador de Buenos Aires, dio orden de expulsar por la fuerza a los ingleses. Parte de Montevideo el 11 de mayo Juan Ignacio de Madariaga con La Escuadra del Rio de la Plata, compuesta por cuatro fragatas y un jabeque andaluz. En total sumaban 134 cañones y 1.500 hombres.

Confiando que la superioridad militar haría desistir a los británicos, sin llegar a un enfrentamiento armado, el 7 de junio intimó al capitán William Maltby y al comandante del fuerte, George Farmer, a evacuar el puerto o, caso contrario, se vería “precisado a obligarle con el cañón”. ​ Madariaga fundamentaba su demanda en el derecho internacional vigente, que impedía establecer colonias en esa parte del mundo sin el consentimiento del rey de España. Una vez más, los británicos rechazaron la intimación de los españoles e insistieron en que las islas les pertenecían. E insistía con la retirada española. España siempre protestó los intentos de exploraciones británicas en la zona alegando sus derechos al mar cerrado, que implicaba la prohibición de navegar por aquellas aguas.

Decidido a llevar adelante su misión, y agotados todos los medios pacíficos, Madariaga dio la orden de comenzar el ataque. La batalla, sin embargo, debió posponerse por factores climáticos. El 10 de junio, por la mañana, Madariaga movilizó a las fragatas Santa Bárbara y Santa Catalina junto al jabeque Andaluz para que ataquen a la fragata británica Favorite.

En cuanto los barcos españoles abrieron fuego sobre la Favorite, la artillería del fuerte respondió con unos pocos y desordenados cañonazos.

El asentamiento inglés solo contaba con 10 cañones. La resolución de los oficiales británicos de pelear hasta el final no se mantuvo mucho tiempo. Desde el fuerte ondeó la bandera blanca y un oficial británico les solicitó la rendición a las fuerzas de tierra españolas, al mando del coronel Antonio Gutiérrez. 156 hombres rindieron sus armas el 10 de junio de 1770. Los términos de la capitulación establecían que el fuerte y sus armas debían ser entregados al coronel Antonio Gutiérrez.

El 11 de agosto de 1771 Juan Ignacio de Madariaga llegó a Cádiz para informar a la corte española sobre las acciones en Puerto de la Cruzada y el exitoso desalojo de la guarnición británica. Pero para su sorpresa, la noticia fue recibida con preocupación por las autoridades españolas. Comprendieron que se encontraban en una disyuntiva: si avalaban la acción del gobernador de Buenos Aires, Bucarreli, la guerra sería inevitable en cuanto los británicos tuviesen conocimiento del incidente. Si, por el contrario, desautorizaban la expedición, sus derechos sobre las islas se verían perjudicados.

Después que Francia se negase a respaldar a Madrid en una posible guerra, el tribunal español alegó que la incautación se había hecho sin la autorización de Carlos III y se ofreció a restaurar Puerto Egmont, tal como existía antes de ser desalojado. El embajador español en Londres declaró, en nombre de su soberano, que no se habían dado órdenes particulares al gobernador de Buenos Aires, a pesar de que el oficial había actuado con arreglo a sus instrucciones generales y juramento como gobernador; que las Leyes de Indias incluyen la expulsión de los extranjeros de los dominios españoles.

El acuerdo finalmente se llevó a cabo el 15 de septiembre de 1771, seis meses después del desalojo, con el restablecimiento de la situación que existía antes del combate de Puerto Egmont. En abril de 1772 tres fragatas británicas reocuparon el asentamiento, y las fuerzas españolas asentadas en el lugar se retiraron. ​ Los británicos recibieron también una declaración donde el rey español Carlos III rechazó la incursión de Puerto Egmont para que se vea salvaguardado su honor.

Durante cuatro años convivieron en las islas dos poblaciones de dos países. Según la historiografía británica, ellos se retiraron de las islas en virtud de un sistema de reducción de gastos en 1774, aunque mayoritariamente se afirma que fue en cumplimiento del pacto secreto con España. La realidad es que el 11 de febrero de 1774, Gran Bretaña reconocía la soberanía española sobre las Islas Malvinas, y comunicaba al reino español, su decisión de abandonar el archipiélago. En mayo de ese año, el abandono se hizo efectivo.

El 22 de mayo, por conveniencias de la política exterior británica y para conciliarse con España, Puerto Egmont fue evacuado. Como restos de la permanencia, quedaban los parapetos del fuerte y una inscripción grabada sobre placa de plomo, en la que se afirmaba la pertenencia de las islas Falkland a su Sacratísima Majestad Jorge III. Se dice que el abandono británico de las islas, se produjo por un pacto secreto entre España e Inglaterra, y no por falta de presupuesto, ya que dejaba más ganancias que pérdidas. Mas allá del motivo de la devolución de las islas, en esta fecha Gran Bretaña reconoce que las Islas Malvinas son dominio de España. Tras abandonar las Malvinas, los británicos dejaron allí una bandera británica y una placa reclamando la soberanía del archipiélago para su rey. En 1775 el capitán Juan Pascual Callejas retiró la placa británica de Puerto Egmont, enviándola a Buenos Aires.

Con la creación del virreinato del Río de la Plata, en 1776, todos los gobernantes de Buenos Aires cuidaron que el Reino Unido no se asentase en las islas. Los españoles ocuparon Puerto de la Cruzada durante la Guerra anglo-española en 1779. En 1780, siguiendo instrucciones del virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, se destruyó por completo las instalaciones. La placa conservada en Buenos Aires sería capturada por los británicos durante la primera invasión inglesa al Río de la Plata en 1806 y llevada a Londres.

España finalmente abandonó Puerto Soledad en 1811, tras la Primera Junta Revolucionaria en Buenos Aires, que suponía la independencia del gobierno de España en aquel territorio. Como la Banda Oriental no se adhirió a la junta de Buenos Aires, permaneció bajo control español.

Existe una tesis del arquitecto uruguayo Juan Ackermann y del ingeniero agrónomo argentino-uruguayo Alfredo Villegas se apoya en un tratado de 1841. Ese acuerdo firmado por España y Uruguay cedió al país sudamericano las atribuciones que tenía el puerto militar de Montevideo sobre el archipiélago del Atlántico Sur, destacan los investigadores y afirman que eso aún podría tener validez.  "El aporte de documentos y la historia de todo lo que sucedió es lo que queremos hacer conocer. Y al analizarlo desde ese punto de vista se plantea que las Malvinas son uruguayas, señala Ackermann. Fueron gobernadas entre 1777 y 1814, con total independencia del virreinato del Río de la Plata, las costas patagónicas, la Tierra del Fuego, el Estrecho de Magallanes y el archipiélago de las Malvinas, jurisdicción que Uruguay heredó formalmente de España y que le fue usurpada por británicos y argentinos durante todos estos años”. Cuando se disolvió el imperio español, éste nunca cedió a Argentina la soberanía sobre las Malvinas, algo que sí hizo en 1841 cuando firmó un convenio con Uruguay en el que se reconocían como uruguayos todos los territorios dominados por el Apostadero de Montevideo. Así pues, Argentina ocupó también de forma ilegítima las islas entre 1820 y 1833, aprovechando el caos que reinaba en aquella época en lo que entonces era la Banda Oriental, ahora Uruguay. Lo cierto es que más adelante las autoridades de Montevideo deciden retirar el establecimiento en las Malvinas por su baja utilidad y los elevados costos de conservación.

Allí se dejó una placa proclamando la soberanía española sobre el archipiélago. Placa que los argentinos, ya independizados, quitaron.

COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (2)

En 1.484 Colón presentó al reino de Portugal su empresa de ir a las Indias Orientales por Occidente. Juan II le escuchó atentamente y quedó ...