domingo, 31 de marzo de 2024

REAL MONASTERIO DE "EL ESCORIAL"

Muy cerca de Madrid se levantó en el siglo XVI un grandioso monasterio.  Estaba llamado a ser la representación arquitectónica de un rey-emperador, de su  Estado y de su concepción del mundo. Un monumento mítico que tendría gran trascendencia en la historia de España.


Felipe II recibió el encargo junto con la abdicación de su padre en su favor, en 1556, de que le enterrase dignamente junto a su esposa, la Emperatriz Isabel. El edificio que había que construir debía ser a la vez, Monasterio, Basílica, Biblioteca, Iglesia Funeraria, Sepulcro Real, y capaz de albergar a la Corte Real durante jornadas. Tenemos que saber que la Corte, además de los funcionarios de la administración del rey, estaban los sirvientes de los reyes y nobles, los de cada cargo y además de la guardia. Si a eso le sumamos las visitas que recibían cada funcionario destacado además del rey, como embajadores, delegados, militares, etc. el total de las personas era muy numeroso. Por lo tanto para albergar a todo ese personal era una cuestión complicada.

La obra del Escorial tardó muy poco tiempo en realidad, considerando la dimensión de la obra y la época de su construcción.
Lo cierto es que  mandó construir el Real Monasterio para conmemorar la victoria en la batalla de San Quintín frente a los franceses y a la vez crear un monumento funerario a la altura de la dinastía de los Habsburgo. Es un monumento de un monarca aficionado a la arquitectura y a la teología. ..
Las condiciones meteorológicas de la zona y la cercanía de los materiales necesarios para la construcción son las posibilidades que algunos también apuntan.
El Rey comenzó la construcción del palacio-monasterio en 1562 y encomendó las tierras a los monjes jerónimos. Tradicionalmente, la Monarquía hispánica había estado muy vinculada a esta Orden religiosa. Y, aunque el Monarca se había trasladado a vivir al edificio muchos años antes, hasta 1586 no se concluyó definitivamente la Real Basílica, poniendo punto final a la obra.

Sobre los planos y la simbología oculta del Monasterio mucho han hablado los historiadores. Felipe II ordenó construir una estructura típicamente renacentista, según los criterios racionalistas de la época, pero basado en el mítico Templo de Salomón. Varios arquitectos contemporáneos han coincidido en dictaminar que el Templo de Salomón, tal y como ha sido representado tradicionalmente y el Real Monasterio guardan muchas similitudes.
La idea de sellar una puerta del Diablo con un templo diseñado por Dios pudo sonar tentadora en la grandilocuente mente de Felipe II, quien plagó el templo de referencias al Rey Salomón y al Rey David, empezando por las dos enormes estatuas dedicadas a estos personajes bíblicos en la fachada principal de la basílica.

El Monasterio es una obra maestra de la arquitectura y todo un grito a la geometría. Una joya a la que el paisaje embellece más, si cabe, en otoño.
La segunda motivación que llevó a Felipe II la construcción del monumento madrileño fue la de convertirlo en el Panteón Real de la dinastía de los Austria. Para ello comenzaría por su padre, Carlos V, quien quiso ser enterrado en el Monasterio de Yuste (Cáceres), aunque la decisión final quedó en manos de su hijo.
La leyenda de la “silla del rey”, no tiene visos de veracidad, porque para empezar seguramente es una construcción celta, por otra parte, en aquel tiempo desde ese sitio no se dominaba bien la construcción. La leyenda cuenta que entre los años 1563 y 1584, en los que se llevó a cabo la construcción del complejo el rey Felipe II se hizo construir un mirador con un trono para desde allí vigilar la marcha de las obras. Este no era ni por asomo el lugar donde Felipe II vendría a ver las obras. La vista desde la silla del monasterio es de más de 2 kilómetros.

En agosto de 1561 Juan Bautista de Toledo es nombrado “arquitecto del rey” que realizará los planos y comenzará la construcción de una maqueta, para lo que se nombran ayudantes y aparece también como discípulo Juan de Herrera. Se construyó una maqueta en 1562. Recién en abril de 1563 se coloca la primera piedra, que lleva los nombres del rey y del arquitecto. Las variaciones respecto del proyecto original fueron constantes, salvo el cuadro general.  En 1571, al terminar una de las fachadas, se comenzó a habitar por algunos frailes, la Corte y el Rey todos estos en zonas provisionales. En 1574 se comenzó la basílica. En 1582 la obra avanza rápidamente sobre todo con la construcción de la portada del Monasterio. En 1587 las obras del Monasterio están ya terminadas totalmente. En el siglo siguiente se fue trabajando en el Panteón Real. Esto se terminó en 1654.

Los escultores  León y Pompeo Leoni trabajaron en su principal encargo, el grupo escultórico de estatuas orantes de Carlos I y su familia para la Iglesia del Monasterio.
Un incendio sufrido en junio de 1671 destruyó los techos y suelos de madera, salvándose algunas estancias. Pero la reconstrucción tardó siete años en terminar.
Considerada la Octava Maravilla del Mundo, tanto por su tamaño y complejidad funcional como por su enorme valor simbólico. Su arquitectura marcó el paso del plateresco-renacentista al clasicismo desornamentado. Obra ingente, de gran monumentalidad.
El 2 de noviembre de 1984, en coincidencia con la celebración del cuarto centenario de la colocación de la última piedra, el Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco, reunido en la ciudad argentina de Buenos Aires, inscribió el Monasterio en la Lista del Patrimonio de la Humanidad, como "El Escorial: Monasterio y Sitio". Esta figura incluye el Monasterio y otros enclaves de realengo, la Casita del Príncipe y la Casita del Infante, ambas diseñadas por Juan de Villanueva en tiempos de Carlos III.


LA BIBLIOTECA. Felipe II tenía una debilidad por los libros. En las estanterías de madera maciza de la biblioteca de El Escorial descansa una valiosísima colección de manuscritos, incunables y libros raros, el rey era de gustos místicos, algunos de ellos de la Edad Media.
A esta biblioteca con nombre propio, se le conoce como la Escurialense o la Laurentina, está adornada con frescos en el techo que representan las siete artes liberales. Como centro de conocimiento y sabiduría, la biblioteca de El Escorial es una joya cultural que refleja la importancia del monasterio como centro de aprendizaje y espiritualidad durante siglos.

EL PANTEÓN DE REYES del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial es la sala que da comienzo y sentido al resto del complejo. Felipe II decidió construir este edificio en el centro geográfico de la península para que albergase la tumba de su padre Carlos I, a pesar de que quería ser enterrado en Granada. Finalmente, se concibe este panteón monumental que sirve como lugar de descanso final para los monarcas de España desde el siglo XVI.
Está situado bajo la basílica, y además de albergar los sepulcros de los reyes y reinas de España, también descansan aquí algunos miembros selectos de la familia real. Los sepulcros están elaboradamente decorados con esculturas y relieves que representan escenas religiosas y alegóricas, y las lápidas de mármol muestran los nombres y títulos de los monarcas enterrados.
CLAUSTRO PRINCIPAL  es una representación sublime del estilo herreriano que se construye alrededor del patio de los Evangelistas. En las galerías las paredes están decoradas con frescos que representan las historia de la Redención. La imponente escalera tampoco fue diseñada por el arquitecto original, Juan Bautista de Toledo, sino por Bergamasco y añadió una gran cúpula que más tarde pintaría Luca Giordano.
El patio tiene una forma de cruz con un templete dórico en el centro que hace referencia a los cuatro evangelios y al jardín del Edén.
La basílica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial es un claro ejemplo de arquitectura renacentista española.  En realidad la basílica hacía la función de dos iglesias en una, por un lado está la capilla del pueblo, que es el Sotocoro, y en el cuerpo central del templo se sitúa la Capilla Real e Iglesia conventual. Para separarlos había unas grandes rejas de bronce, muy típicas en las catedrales españolas.
EL CORO, que no se puede visitar, consta de 124 sillas con ebanistería del genovés José Flecha, una de las sillas es un poco más grande porque desde aquí Felipe II asistía a la misa. En la bóveda hay una Gloria pintada por Luca Cambiaso.

LAS SALAS CAPITULARES del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial son espacios de gran importancia dentro de la estructura monástica. En ellas, los monjes se reunían diariamente para llevar a cabo las lecturas de las Reglas, resolver asuntos administrativos y discutir temas relacionados con la vida monástica.
Estas salas están ubicadas cerca del claustro principal y se distinguen por su arquitectura sobria, pero majestuosa, con techos altos y elementos decorativos que reflejan la solemnidad del entorno. Además de su función como lugar de reunión y deliberación, las salas capitulares suelen albergar obras de arte religioso, como pinturas o esculturas. Las bóvedas están decoradas con frescos religiosos moralizantes y las paredes tienen una selección de pinturas del siglo XVI y XVII, entre las que destacada La túnica de José, obra de Velázquez.

LA SACRISTÍA reúne en una misma sala obras de José de Ribera y Luca Giordano, además de uno los conjuntos de indumentaria religiosa católica más relevantes, según Patrimonio Nacional. El lienzo que preside el altar es una adoración de Claudio Coello. Cada último domingo de septiembre se desciende el cuadro para dejar ver el tabernáculo del camarín con la exposición del Santísimo Sacramento que fue profanado.

SALA DE BATALLAS. Diseñada por Juan de Herrera, la sala de las batallas sirve como un vasto espacio museístico primitivo que conmemora las victorias militares más significativas de España. Estos frescos fueron pintados por un equipo de artistas genoveses formado por Nicolás Granello, Fabrizio Castello y Lazaro Tavarone. En ellos se representan escenas de batallas emblemáticas como la de la Higueruela de 1432, la campaña de San Quintín, por la que se levantó el monasterio, dos episodios de la anexión de Portugal de 1583, la conquista de las islas Terceras y de las islas Azores. La sala de las batallas, conocida en sus inicios como la Galería del Rey, es un ejercicio propagandístico del poderío militar de España a lo largo de los siglos.
 

miércoles, 27 de marzo de 2024

EXPEDICIONARIOS Y CONQUISTADORES DEL SIGLO XVI EN AMÉRICA

¿Cómo fue aquello para los trabajadores, soldados y gente sin recursos, que fueron a América?
Plantearse ir al Nuevo Mundo era una posibilidad que no cualquiera era capaz de afrontar. Era la aventura total en aquellos tiempos. Sumemos a la enorme distancia, el desconocimiento casi absoluto de lo que se pudiera encontrar, la posibilidad de no regresar jamás y luchar contra lo desconocido. Aquellos hombres aguerridos tuvieron que enfrentarse a enfermedades y enemigos diferentes en tierras ignotas.
Entre los males destacaban las niguas y la modorra, que ésta sí fue una enfermedad novedosa para los españoles. Los síntomas incluían apatía generalizada, somnolencia acompañada por fiebres, falta de apetito y al final, la muerte. Además de estas enfermedades, todos los exploradores sufrieron períodos más o menos intensos de hambruna y de sed. Largas caminatas y continuos percances menguaban las provisiones, obligando a los hombres a ingerir alimentos podridos, cortezas de árboles y hasta restos de caballos, e incluso de sus propios compañeros muertos, para no morir de hambre. Dar la vuelta era tan arriesgado como seguir adelante, era desobedecer las órdenes.



Un hombre del pueblo, en aquella España nuestra, que eran los únicos que curraban de verdad, partiéndose el lomo de sol a sol y los que pagaban impuestos, cosa que no hacían ni el clero ni los nobles, es decir que vivían del trabajo ajeno legalmente. Trabajaba en campos que no eran suyos, sino del noble, o del obispo. Y sus padres y abuelos hicieron lo mismo, pasarlas putas. De cuando en cuando era obligado a luchar en causas en que no se había metido, pero de perderlas, en vez de trabajar para este, trabajaba para otro, que además le sometía un poco más, si es que se salvaba de morir, claro.
Además sabía que sus hijos también tendrían que hacer lo mismo. Agachar la cabeza y rezar. Ya tenía unas ganas locas de echarse al monte, y de saquear al noble, mandar al cura al carajo y robar por los caminos, que es lo que muchos hicieron. Al fin y al cabo daba lo mismo y de perdidos al río porque vivir así a poco que se lo planteara no era vida, no tenía la posibilidad de salir de ese laberinto.
Un buen día, o desgraciado, según se vea, vienen unos tipos por el pueblo reclutando voluntarios y dicen que en un lugar de no se sabe muy bien en que punto de este puñetero mundo, hay una posibilidad de salir de estas. Se trata de ponerse a las órdenes de un tío que, con la autorización del rey buscaba hombres jóvenes, sanos y trabajadores, con ganas de darse de ostias con la vida, y embarcarse en un viaje de meses para ir a unas tierras que están a tomar por saco, pero que si llegaban, si luchaban, si no te matan y si tienes mucha suerte y logras volver, vendrás con oro y otras riquezas.
Lo de vivir como la mierda aquí, ya está claro, y lo de morir de asco también, con lo cual hay que intentarlo. Y aquél español se decidió a liarse de una puta vez y dejar lo malo conocido y buscar lo bueno por conocer, y a luchar para volver rico, como sea, por las buenas o por las malas.


Y se marchó, y a su barco no le llamó libertad, precisamente, pero sintió en la cara el viento del océano, y aguantó la selva jodida, las fiebres, las enfermedades desconocidas, el calor y la humedad insoportables, las órdenes con mala leche, aguaceros, caimanes, traiciones, armas, medallas, rezos, miedos y odios. Y a abrirse paso, matando, saqueando y persiguiendo la sempiterna quimera del oro. Y muchos tuvieron que pagar el precio estipulado, morir en las laderas de los ríos, devorados luego por las alimañas, o sacrificados por indígenas en la pira. Pero también en los ratos libres, mientras unos se pierden en la espesura tras el amor de la india, otros consiguen conquistar a aquellas gentes y enseñarles una religión nueva, un idioma nuevo, que usen el suyo para ellos, pero que aprendan a hablar en cristiano. Y consiguen levantar pueblos, enseñarles lo que es una rueda, para qué sirve un caballo, la agricultura organizada, la ganadería rentable, conseguir el hierro, el papel, llevarles la imprenta, construir colegios y Universidades, y una administración e ideas nuevas. Y también convencerles con la religión que no se hacen sacrificios asesinando a un compañero ni a una chavala de esa forma. Y lentamente se va formando una nueva civilización, todo con la bendición de la corona.
Algunos vuelven al pueblo con algo de riqueza y muchas heridas en el cuerpo y en el alma. La mayoría se queda allá, en aquellas tierras, en tumbas perdidas. Muchos de los que vuelven, están jodidos, terminan pidiendo limosna a las puertas de las iglesias. Mientras tanto España se puebla de buitres reales, en forma de burocracia, de explotadores de minas y otras mandangas que se hacen con el negocio.
Pero de todas formas, aquellos hombres que se quedaron, muchos se casaron con las indias, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, la bendice el papa y lo fomenta la corona, y queriendo a sus hijos, cuidándolos e inculcando lo poco que sabían unos, o lo mucho otros, que de todo ha habido, pero incorporándolos a una cultura que, en las tierras españolas que dejaron, eran capaces de construir catedrales, conocer la física, la química, las matemáticas, la astronomía, saber navegar a vela, la medicina, escritura y artes. Para algo tenían de abuelo nada menos que a Roma y otras civilizaciones importantes de las que se habían nutrido. Nada que ver con lo que estaban haciendo en el norte los ingleses, franceses, holandeses y otras raleas con los indígenas, que se dedicaban a exterminarlos o apartarlos como apestados.
Todos aquellos españoles fueron haciendo un mundo nuevo, con un idioma y una religión que aglutina hoy a 550 millones de personas.


Muchos se llevaron parte del oro que consiguieron y otros muchos más dejaron allí su vida. Claro que aquello fue una impresionante lucha entre unos y otros, pero allí no estaban los indígenas viviendo en paz y armonía. Tenían guerras constantes entre tribus o con la civilización de los Incas o de los Mexicas. Para conseguir algo debían hacerse fuertes, y muchos de los que fueron eran hombres duros que venían de una civilización organizada pero difícil.
Hay que tener en cuenta que de los importantes conquistadores, la inmensa mayoría murió en suelo americano, en lucha con los indios, como Francisco Pizarro fue asesinado por un enemigo. Pánfilo de Narváez murió en 1527 arrastrado por la corriente del Mississippi. A Diego de Almagro (hijo) se le cortó la cabeza. Vasco Núñez de Balboa fue decapitado. Juan de la Cosa murió por una flecha envenenada. Álvaro de Mendaña murió por malaria en el Pacífico. Diego de Almagro (padre) fue ajusticiado a garrote vil. Hernando de Magallanes murió por una flecha envenenada. Francisco de Orellana naufraga en el Amazonas y es alcanzado por flechas envenenadas. Pedro de Valdivia murió por los mapuches después de tres días de torturas increíbles, desmembraron su cuerpo estando vivo y luego le sacaron el corazón y se lo comieron. Colgaron de las ramas de los árboles sus restos. Pedro de Alvarado muere al ser aplastado por su caballo en una batalla. Juan Ponce de León muere por gangrena al ser herido por flechas envenenadas. Juan Díaz de Solís murió con sus hombres en el mes de febrero de 1516, en un ataque de los indios en el río de la Plata. Fueron asesinados y luego descuartizados y se los comieron asados. Hernando de Soto murió enfermo de fiebres en una expedición. Álvaro de Mendaña falleció infectado de malaria en las islas Salomón. Miguel López de Legazpi falleció en Manila, pobre y desamparado.  Ponce de León Falleció en La Habana en julio de 1521 por las heridas recibidas en una batalla contra los indígenas. Algunos volvieron resignados y heridos en el alma, y otros muchos se quedaron para siempre, formando con el paso de los años, de los siglos, un continente nuevo, un continente impresionante, que se llama Hispanoamérica.

martes, 26 de marzo de 2024

BATALLA DE LEPANTO

7 de octubre de 1571. “La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros”
Cervantes escribió esto recordando la batalla que cuarenta años atrás combatió como soldado. Fue herido y quedando disminuido para siempre.


Don Juan de Austria, Barbarigo, Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Lope de Figueroa, Sebastián Veniero, Alejandro Farnesio, Juan de Cardona, Colonna, Luis de Requesens, Miguel de Cervantes, y otros y otros valientes que dieron todo por su justa causa. Dios los tenga en su seno, por siempre orgullosos.
El Turco Solimán el Magnífico desde 1520 había realizado un gran expansión. Conquistó Belgrado parte de Hungría y la isla de Roda. Fue frenado en Viena en 1530 y 1532 pero hasta el punto de que el Emperador le pagaba un tributo para mantener una tregua. Contaba con la fuerte base de Argel y navegaba a placer por el Mediterráneo oriental.
El Desastre de los Gelves fue la derrota de un flota española en 1560 desembarcada en Yerba, cerca de Túnez. 27 galeras apresadas, 9.000 muertos y 5.000 prisioneros fue el tremendo balance negativo para España.
Solimán muere en Hungría y fue un pequeño descanso para España pero tenía que enfrentarse a la rebelión calvinista en Flandes y para mayo de 1568 era una guerra abierta, y además la sublevación de los moriscos en la Navidad de ese año.
El nuevo sultán retomó la ofensiva y declaró la guerra a Venecia con 56.000 hombres en su posesión en Chipre. Una ayuda de algunas galeras de España y del Papa terminó en desastre. La decisión del sultán de intervenir en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, y su clara amenaza sobre la cuenca occidental del Mediterráneo después que sus escuadras recuperaron la plaza de Túnez, presagiaban una amenaza directa por el Mediterráneo contra España desde donde los turcos pretendían conquistar otra vez a Europa, como hicieron sus mayores en tiempos don Rodrigo el rey visigodo de Hispania en el 711.
La Europa cristiana estaba realmente atemorizada pues los turcos parecían invencibles.
España encarriló a los moriscos, el duque de Alba sometió a los rebeldes flamencos y por fin Felipe II podía distraer fuerzas para el Mediterráneo. Pero ni Francia, ni Inglaterra, ni el Imperio Romano (en tregua), iban a ayudar. Ni siquiera la propia Venecia aceptaba el liderazgo de España. Pero gracias al papa Pío V se pudo firmar una alianza, llamada la Liga Santa en mayo de 1571. Finalmente la firmaron España, Venecia y el papado. Un acuerdo para tres años.


Se designó a Juan de Austria capitán General de la Liga. Este hombre venía de liderar la victoria contra los moriscos, tenía prestigio como militar.
Los otomanos construyeron una poderosa escuadra con la que estaban seguros de aniquilar a la española. Incrementaron el número de los jenízaros, hijos de esclavas cristianas en su mayoría, con los que se instituyó una verdadera nobleza militar ansiosa de dar su sangre por su señor y su fe. Todo el mar se llenó con su nuevo terror.
Cuesta creer hoy día que las tranquilas aguas del mar Mediterráneo fueran en otro tiempo escenario de asedios, batallas y guerras.
La flota de la nueva y flamante “Santa Liga” decidió iniciar los preparativos para acabar de una vez por todas con sus enemigos de la media luna. La Santa Liga juntó una de las mayores flotas que han surcado los mares a través de la historia. Contaban con 228 galeras, 6 galeazas, 26 naves y 76 menores. (234 de ellas de combate), Por su parte, los turcos contaban con 210 galeras, 42 galeotas y 21 fustas (252 de combate). Además, entre las tropas de la Santa Liga destacaban los famosos Tercios españoles, que esos primero mataban y después preguntaban, si acaso. Felipe II había ordenado el embarque de unas 40 compañías procedentes de cuatro Tercios distintos. En total, la Santa Liga sumaba unos 90.000 hombres, entre soldados, marineros y remeros. En cuanto a la armada del Imperio Otomano, el número de hombres era muy similar, y entre sus soldados sobresalían los temidos jenízaros (cristianos que, tras ser capturados de pequeños, se convertían al islam y eran educados para la guerra. El buque más utilizado era una galeaza que se trataba de un barco cuya función principal consistía en servir de plataforma para la lucha cuerpo a cuerpo. El uso de las Galeazas fue determinante para los cristianos.


DON JUAN DE AUSTRIA 

Así, con las tropas preparadas para asestar el golpe definitivo a los turcos, la flota partió hacia Grecia. El grupo, formado en su mayoría por buques españoles, estaba dirigido de manera general por Don Juan de Austria. No obstante, cada nación aportó además un capitán para su facción.
La flota aliada se internó en el golfo de Patrás buscando a la turca y la encontró el 7 de octubre de 1571 en Lepanto, un estrecho que separa el golfo de Patrás con el de Corinto. Sería una de las batallas más sangrientas de la historia. Durante la mañana, y con la extraña calma que suele preceder a la amarga batalla, ambas escuadras finalizaron su despliegue. En el bando español el centro estaba regido por “La Real”, la nave de Don Juan de Austria. En el flanco izquierdo, se situaba amenazante el veneciano Agostino Barbarigo, a quién se le dieron órdenes de impedir que el enemigo les envolviera. Finalmente, el ala derecha estuvo regida por Juan Andrea Doria, genovés al servicio de España, y por último, el español Álvaro de Bazán tenía bajo su responsabilidad las galeras de la reserva, que debían socorrer un frente u otro.
La flota tura se despliega formando una media luna, con los cuernos hacia afuera. La flota cristiana forma en línea con 6 galezas en vanguardia, Juan de Austria en el centro, Andrea Doria en el derecho y Álvaro de Bazán en el izquierdo.
Después de que se arbolaran los crucifijos y estandartes y los sacerdotes absolvieran a los soldados por si morían en combate, los remeros comenzaron a sacar las palas. Desde “La Real”, un grito, el de don Juan de Austria, ahuyentó el miedo de los marinos: “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone”. La situación no era mejor en el flanco contrario, donde Uluch Alí había conseguido atravesar la línea cristiana haciendo uso de una estratagema que alejó el ala derecha cristiana de la batalla. Por suerte, la escuadra de reserva acudió a socorrer el centro de “La Santa Liga”. No obstante, no llegó lo suficientemente rápido como para salvar a varias galeras cristianas cuyos ocupantes fueron pasados a cuchillo sin piedad. A partir de ese momento rindió la anarquía entre las diferentes naves, que trataban de resistir, junto al buque aliado más cercano, la acometida del enemigo. En este momento de incertidumbre, el joven Cervantes recibió varios disparos, uno de los cuales le alcanzó en la mano izquierda, dejándosela inútil para siempre. Por suerte, el posteriormente conocido como “el manco de Lepanto” pudo seguir escribiendo durante años con su brazo derecho.
“La Real” con Juan de Austria y la capitana de Alí Pachá están juntas, se suceden terribles ataques y contrataques durante hora y media hasta que los refuerzos de Álvaro de Bazán permiten imponerse.
En esta situación, cuando la batalla se encontraba en el momento más decisivo, un disparo de arcabuz mató a Alí Pachá, lo que provocó el desmoronamiento de la resistencia a bordo de la Sultana. El estandarte musulmán fue arriado, al tiempo que los gritos de victoria en las filas cristianas iban pasando de una galera a otra. El pescado estaba vendido. La batalla de Lepanto fue una matanza terrible, sin precedentes, pero sirvió para demostrar que el esfuerzo conjunto de las naciones cristianas podía frenar el avance del Imperio Otomano. Entre 25.000 y 30.000 otomanos murieron en la batalla. A pesar de la gran derrota, el Imperio Otomano volvería a planta batalla tan sólo tres años más tarde, cuando consiguió conquistar Túnez a los españoles. A su vez, en 1574, Venecia firmó en secreto la paz con el sultán, rompiendo la Santa Liga y traicionando a España y al Papa. De esta forma, y aunque el pacto le ofrecía ventajas comerciales, también obligaba a esta república a pagar un tributo a Estambul y renunciar a Chipre. La paz era humillante para Venecia, pero, al fin y al cabo, era una república de mercaderes y prefería garantizar la seguridad de sus intercambios comerciales con Oriente antes que seguir aventurándose en inciertas campañas militares. Así pues, España volvía a estar sola en su lucha contra el expansionismo otomano, lo que parecía anunciar nuevas e inevitables guerras. Sin embargo, el conflicto entre ambos imperios sólo duró hasta 1577. Las galeras del sultán se pudrieron en los puertos y nunca más volvieron a suponer una amenaza para la seguridad de los estados cristianos del Mediterráneo. La derrota para el imperio Otomano supuso el final de su expansión hacia Occidente, su freno en Europa, donde llegó hasta Viena de donde saldrá derrotado un siglo más tarde, su cambió de teatro al Indico, donde hizo sufrir de los lindo a los portugueses, lo que contribuirá a la unión de los reinos peninsulares.
Lo que no sabían todos aquellos soldados es que no sólo habían aplastado a la gran flota otomana que amenazaba el Mediterráneo, sino que también se habían ganado un hueco en la historia española y europea.
El propio Felipe II señaló que había arriesgado demasiado. De haber perdido, Europa no sería después lo que ha sido.


BATALLA DE PAVÍA

 En 1524 la vez que Carlos V luchaba en el conflicto de Navarra contra tropas franco-navarras, Francia atacó Flandes, Borgoña y Luxemburgo.

El rey francés Francisco I invade Lombardía a finales de 1524. Consigue también Milán. Los franceses sitian la plaza de Pavía, cerca de Milán, y el defensor Antonio Leyva, aguanta como puede durante cuatro meses hasta que llega la ayuda de las tropas imperiales. Entre el 23 y el 24 de febrero de 1525 tuvo lugar la famosa batalla de Pavía, donde fueron derrotados los franceses, y el rey Francisco I había tenido el coraje, la osadía, o la imprudencia de luchar personalmente en la batalla, en vez de ver los toros desde la barrera, que es lo que hacían los reyes. Es de imaginar la cara del franchute cuando el soldado vasco le sujeta por el gañote con el cuchillo, y le dice, “o te rindes o te rebano ahora mismo”, a todo un rey de Francia. El rey yacía impedido debajo de su caballo. El español, Juan de Urbieta, después de escuchar de labios del rey “Sólo me rindo al emperador”, el guipuzcoano se habría apartado para acudir en auxilio del alférez de su compañía, al que varios franceses trataban de arrebatar la bandera. , (versión Reverte,” imaginen el diálogo, “errenditú barrabillak” (o te rindes o te corto los huevos, en traducción libre: de Hernani era el energúmeno que le puso la espada en el pescuezo), y el monarca parpadeando desconcertado, preguntándose a quién carajo se estaba rindiendo y si se habría equivocado de guerra.

Tuvo los huevos Urbieta de levantarse la visera del almete (casco que sustituyó al viejo yelmo) y le enseña una dentadura tan mellada y le dijo “Por esto me recordarás”, ¡con un par!. Entre tanto, Diego de Ávila llegó junto al rey y, tras recibir de este su espada y una manopla, trató de sacarlo de debajo de su montura. Al poco habría aparecido Pita da Veiga, quien ayudó a De Ávila a levantar a Francisco I y que recibiría como gaje el collar de la Ordre de Saint-Michel del soberano. Tras varias peripecias, La Motte, amigo del duque de Borbón, reconoció a Francisco I y se ocupó de que el monarca fuese puesto a salvo de la furia de los arcabuceros. Conocida la mala leche de los soldados españoles, el franchute fue hecho prisionero.

Anotar los nombres de los que hicieron la hazaña. Juan de Urbieta, el que apresó físicamente al rey, natural de Hernani. Otro héroe, Alonso Pita da Veiga, noble ferrolano. Don Diego Dávila, hijo de aquel Diego Dávila que escribió una enorme proeza en Granada. Y Juan de Aldana, un catalán de Tortosa.

De tal forma que en la escena de la captura del rey de Francia, Francisco I, tendríamos a un vasco de humilde origen, a un catalán de oficio guerrero, a un caballero gallego y a un joven hidalgo granadino.

Francisco I pasaría su cautiverio de un año en Madrid (parte del mismo en la Torre de los Lujanes, en la Plaza de la Villa de Madrid), hasta ser puesto en libertad tras la firma del Tratado de Madrid en enero de 1526, en el que renunciaba a sus aspiraciones italianas. Un compromiso que no tardaría en romper.

CRISTOBAL COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (1)

Para un europeo del siglo XV era muy difícil imaginar un mapamundi de aquellos tiempos. No habían viajado por toda la tierra conocida. Tenía...