Durante la guerra de la Independencia fueron
expoliadas miles de obras de arte por las tropas francesas. Este periodo
constituyó el saqueo más importante para el Patrimonio español en su historia. Esta es otra increíble historia que no te
cuentan nuestros libros de texto en la escuela, y es que una vez más, la
realidad supera la ficción.
Caricatura de franceses robando cuadros
La Guerra de la Independencia española, como
todas las guerras, supuso la pérdida de vidas humanas que en realidad es lo
más importante, pero también desperdigó y destruyó gran parte del arte de
nuestro país. No solo las colecciones reales sufrieron el paso y saqueo de los
franceses, sino también el importante patrimonio artístico que se encontraba
distribuido por las instituciones religiosas y en manos privadas. Cuando las tropas napoleónicas entraron en
España en 1808, llevaban más de una década saqueando el patrimonio artístico de
los territorios que habían conquistado.Toda guerra que se extiende por un territorio deja detrás de sí un inevitable rastro de destrucción.
Detención del "Equipaje del rey" en su huida
De nuestros artistas, en esa época, Murillo era uno de los más apreciados en el extranjero y, por supuesto, sus obras fueron de las más codiciadas por los franceses. Particularmente, el mariscal Nicolas de Dieu, realizó una “limpieza” de los templos sevillanos llevándose obras de un valor incalculable. El caso más famoso quizás sea el de La Inmaculada de los Venerables, el mariscal se llevó a su casa de París hasta que, cuando falleció, los herederos se lo vendieron al Louvre multiplicando por cien su fortuna. Luego, la Francia de Vichy la devolvió con algunos otros cuadros a la España de Franco y hoy está a salvo en el Prado.
"La Eucaristia" Esteban Murillo
Sevilla fue una de las ciudades españolas que más expolio sufrió. Cuando las tropas francesas llegaron a la capital hispalense, el nuevo monarca José Bonaparte, publicó el 20 de diciembre de 1809 en "La Gaceta" de Madrid un decreto en el que se ordenaba la fundación de un museo de pintura "que contendría una colección de cuadros diversas escuelas de los pintores españoles". Este oficio fue dado a los gobiernos locales para comenzar la incautación de las obras.
En Sevilla, se mandó reunirlas en los salones del Real Alcázar para hacer inventario antes de su partida. Hubo conventos, hermandades y algunas parroquias que, a sabiendas del futuro de las pinturas, se llevaron algunas de sus obras de arte lejos de las manos de los franceses. La incautación de obras continuaba por cada iglesia y convento sevillano. Se nombró para ello una comisión ejecutiva con miembros de la Academia de Bellas Artes para escoger las obras que había que llevarse y entregárselas al gobernador del Alcázar. Los franceses depositaron en el Alcázar un total de 999 cuadros en 39 salas, desde el propio Murillo a Zurbarán pasando por Herrera, Alonso Cano, Valdés Leal o Rubens.
Otro tristemente célebre caso, es el llamado "Equipaje del rey José I Bonaparte". El 21 de junio de 1813 se libró la batalla de Vitoria entre las tropas francesas que escoltaban a José Bonaparte en su huida a Francia y un conglomerado de tropas británicas, portuguesas y españolas al mando de Arthur Wellesley, el futuro duque de Wellington. Las fuerzas francesas sufrieron una derrota aplastante. Después de la batalla, los soldados de Wellington encontraron en el coche del rey fugado, José, entre el abundante material capturado, más de doscientas pinturas sobre lienzo, junto con dibujos y grabados. Estas obras venían del despojo de la casa de Godoy y el real palacio. José mandó traer de Toledo, de Valladolid y del Escorial cuanto pudiese ser transportado. Completaban el convoy las cajas de guerra llenas de dinero en buen oro y buena plata antigua, de aquello que ya no se ve, y seducía entonces con su brillo los ojos de los extranjeros.
Muchas de las mejores pinturas que se exhiben en Londres, pertenecieron en su día a la colección real española. Entre ellas se encuentran la Última Cena, de Juan de Flandes, que perteneció a Isabel la Católica o una Sagrada Familia, de Giulio Romano, antaño atribuida a Rafael.
"Felipe IV de castaño y plata" Diego Velázquez
Lo realmente increíble de esta historia es el papel que toma a continuación el monarca español, el rey Fernando VII de Borbón. Parece ser que, honestamente, el Duque de Wellington, una vez rescatado el patrimonio expoliado por los franceses, lo envía a Londres. Allí es recibido por su hermano William Wellesley, Conde de Mornington y Barón de Maryborough, que cataloga el impresionante tesoro, y siendo el primer en tener conciencia del valor y la envergadura real del tesoro expoliado que tenían entre manos. El duque informado de esto pasa a informarle del suceso al rey Fernando VII en 1814, una vez finalizada la guerra de la independencia, y a comunicarle la devolución inmediata del tesoro a su legítimo propietario: el estado español. Lo asombroso es que, al parecer, y en un gesto absolutamente incomprensible a día de hoy, el rey español le contesta a Wellington regalándole íntegramente todo el patrimonio español robado al líder militar inglés que, según dicen las fuentes, Fernando afirmó que "habían venido a su posesión por medios tan justos como honorables". La clase política e institucional española, toleró y alentó esta situación.
Según muchos investigadores, las tropas francesas bajo el mandato de José I Bonaparte saquearon las joyas del Palacio Real y el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, robando un tesoro español por valor de 18 millones de francos y 22 millones de reales de la época, expoliando, entre otros, algunas míticas joyas de la corona española, tal y como la perla "peregrina" perla de tamaño inusual, considerada de las más valiosas de la historia. Descubierta en Panamá enel siglo XVI pasando a manos de la corona del rey Felipe II. Formó parte de las joyas de la Corona Española.
Por medio de varios decretos, José I utilizó los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a los militares más renombrados “como testimonio particular de nuestra satisfacción por los servicios que nos han hecho”. De esta manera, el mariscal Soult, comandante general de las fuerzas francesas en España, fue recompensado con seis cuadros, cinco de ellos procedentes de El Escorial. El general D’Armagnac, gobernador militar de Burgos y Cuenca, con cuatro. El general Sebastiani, que dirigió la ofensiva contra Andalucía, recibió tres. Y el general Dessolles, que tuvo un papel destacado en la victoriosa batalla de Ocaña, otros tres. Sin embargo, con quien más generoso se mostró el rey fue evidentemente con su hermano Napoleón.
Otro de los máximos responsables de este saqueo fue el francés Frédéric Quilliet. Este oscuro personaje, había llegado a España antes de la guerra, durante el reinado de Carlos IV. Al cabo de poco tiempo logró introducirse en los círculos gubernamentales madrileños trabajando como asesor artístico. Quilliet fue el encargado de inventariar las colecciones reales, en especial la del monasterio de El Escorial, de la que desarrolló un gran conocimiento, y otras importantes colecciones privadas, como la de Godoy. Quilliet logró apropiarse de muchas de las obras que estaban destinadas a los depósitos reales. Su ambición y descaro llegaron a tal punto que, en 1810, fue cesado de su cargo acusado de apropiación indebida. Entre otras atrocidades artísticas, Quilliet obligaba a sus ayudantes a borrar las señas de identificación de los cuadros para poder comerciar luego con ellos.
Actualmente se encuentra en la National
Gallery de Londres. Anteriormente perteneció a la Casa de Alba y a Manuel
Godoy, en cuya época seguramente se conservaba en el Palacio de Buenavista
(Madrid), de donde probablemente fue robada por algún miembro del ejército
inglés.
Una manifestación artística que sufrió
especialmente fue la orfebrería. Custodias monumentales, cruces procesionales,
arcas, etc. fueron robados, requisados y fundidos por uno y otro bando para
transformar en lingotes o monedas sus metales preciosos (Así pasó con el
antiguo Retablo Mayor en plata de la Catedral de Valencia, fundido en Mallorca
en 1812).
No solo fue el lucro lo que animó a la
destrucción, sino también la incultura y el desprecio por todo lo que fuera del
enemigo. Se dio el caso que los soldados del general Lejeune, acampados en los
alrededores de Zaragoza, hicieron improvisadas tiendas de campaña para
protegerse de la lluvia y el frío con los lienzos de las iglesias y conventos
que habían saqueado. En otros casos fueron puertas, vigas y toda clase de
objetos de madera, incluidas las estatuas, las que fueron utilizadas para hacer
fuegos con los que calentarse.
Los franceses usaron como guía el
"Diccionario histórico de las Bellas Artes en España" de Ceá Bermudez, un coleccionista y crítico de arte de reconocida y sobrada reputación
en aquel tiempo. Esta guía que orientó a los saqueadores, sería publicada en el
año 1800 y vendría a ser la puntilla de aquel tamaño despropósito; pues aquel
erudito sin pretenderlo, había puesto en manos de aquella gentuza las claves
para finiquitar el más grande expolio de la historia hasta la II Guerra
Mundial.
Diccionario histórico de las Bellas Artes en
España, año 1800
Derrotado Napoleón, los vencedores obligarían
a Francia a devolver lo expoliado. En el Louvre se inventariaron más de 5.000
obras de arte robadas (en toda Europa), de las cuales, el comisionado español
para tal efecto, el general Álava, solo pudo recuperar poco más de 400 de
ellas.
Este y otros tesoros procedentes de España se
encontraban en Francia en 1940, durante el Gobierno títere de Vichy en la II
Guerra Mundial. Varias obras procedentes del Louvre se habían trasladado al
Museo Ingres de Montauban, para protegerlas de los bombardeos. Por entonces,
Francisco Franco, se había hecho con el poder al terminar la Guerra Civil.
Franco aprovechó el momento para reclamar parte de nuestro patrimonio robado, y
en la lista, la primera obra de arte era la Inmaculada de Murillo arrebatada por
el mariscal Soult. Para negociar con ventaja, Franco explotó la posibilidad de
que España apoyara en la Guerra a la Alemania nazi. Con esta premisa, el
gobierno francés cedió la venta de tan preciado cuadro de Murillo.
Y aunque la Inmaculada de Murillo fue lo
primero que se negoció. Al final, acabaron vendiendo también la Dama de Elche,
las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar y el Archivo de Simancas. Todo, a
cambio del tapiz de Goya, La riña, y dos cuadros: el retrato de Antonio de Covarrubias, de El
Greco; y el de Mariana de Austria, de Velázquez. Este intercambio
"desigual" no sentó bien en el Louvre, que no volvió a retomar las
relaciones institucionales con España hasta 1965.
Francisco Franco junto al Mariscal Pétain
No hay comentarios:
Publicar un comentario