martes, 4 de febrero de 2025

ROMANOS – LAS GUERRAS CELTÍBERAS

Ya dijimos en otro capítulo que a la vez de desarrollarse la guerra Lusitana, se mantenían las Guerra Celtíberas, que se puede dividir en tres. La Primera Guerra Celtíbera (181-179 a. C.) y la Segunda Guerra Celtíbera (154-151 a. C.) fueron dos de las tres principales rebeliones de los celtíberos (una alianza flexible de tribus celtas que vivían en el centro-este de Hispania, entre las que podemos nombrar a los Pellendones, los Arévacos, los Lusones, los Titti y los Belli) contra la presencia de los romanos en Hispania. 


Cuando terminó la Segunda Guerra Púnica , los cartagineses cedieron el control de sus territorios hispanos a Roma. Los celtíberos compartían frontera con esta nueva provincia romana. Comenzaron a enfrentarse al ejército romano que actuaba en las zonas alrededor de Celtiberia y esto desembocó en la Primera Guerra Celtíbera. La victoria romana en esta guerra y los tratados de paz establecidos por el pretor romano Graco con varias tribus dieron lugar a 24 años de relativa paz. En 154 a. C., el Senado romano se opuso a que la ciudad belli de Segeda construyera un circuito de murallas y declaró la guerra. Así comenzó la Segunda Guerra Celtíbera (154-152 a. C.). Al menos tres tribus de celtíberos estuvieron involucradas en la guerra: los titti, los belli (poblaciones de Segeda y Nertobriga) y los arévacos (poblaciones de Numancia, Axinum y Ocilis). Después de algunas victorias celtíberas iniciales, el cónsul Marco Claudio Marcelo infligió algunas derrotas e hizo las paces con los celtíberos. El siguiente cónsul, Lucio Licinio Lúculo, atacó a los Vaccaei, una tribu que vivía en el valle central del Duero y que no estaba en guerra con Roma. Lo hizo sin la autorización del Senado, con la excusa de que los vaccaei habían maltratado a los carpetanos. La Segunda Guerra Celtíbera se superpuso con la Guerra Lusitana de (154-150 a. C.).La tercera gran rebelión que siguió a las Guerras Celtíberas fue la Guerra Numantina (143-133 a. C.), a veces considerada como la Tercera Guerra Celtíbera.
A partir del año150 a.C. los romanos se propusieron extender sus dominios al interior de la península, encontrando resistencias y alianzas. Roma ya tenía la alianza de los íberos en sus filas. Se fue anexionando territorios desde el 197 a. C. Como dijimos, la península no respondía a una unidad política, sino a múltiples divisiones y subdivisiones de poder, que a su vez eran sostenidos por diferentes modelos económicos y sociales. La conquista se prolongó durante un largo periodo, no solo por la gloriosa resistencia tantas veces magnificado en la enseñanza, sino porque responde su dominio a diferentes proyectos expansivos de Roma, no a un plan establecido puramente militar.
Roma realizó una expedición hasta la Gallaecia (el norte de Portugal y Galicia). Y en el 133 a.C. habían destruido la ciudad de Numancia con impresionante resistencia de su población, el hambre hacía imposible la resistencia. Los jefes celtíberos se suicidaron con sus familias y el resto de la población fue vendida como esclavos. La ciudad fue arrasada. Era el último bastión de los celtíberos. Vascones y celtíberos se disputaron las tierras del valle del Ebro. Los celtíberos eran enemigos de Roma, y los vascones eran sus aliados. Cuando fue destruida Calagurris (Calahorra), por los romanos, fue repoblada con vascones.

Dividieron el territorio peninsular en dos, Hispania Citerior (actuales, Cataluña, Valencia, y Murcia), y Ulterior(parte de Andalucía). Las zonas costeras aceptaron a los romanos pero en el interior lucharon contra ellos. Las tensiones de los romanos con los indígenas dieron lugar a rebeliones y a partir del 154 a. C. desplegaron un gran esfuerzo bélico contra los lusitanos cuyo jefe era Viriato al que lograron vencer en el 139 a.C.
El último territorio no romano de la península cayó casi cien años después. Roma ya no era un República y el primer emperador, Cesar Augusto mandó a Agripa para terminar de someter a las tribus cántabras y astures, que atacaban las zonas romanas. Entre los años 29 y 19 a.C. desarrollaron una campaña militar. Aunque toda la península ya es romana, se pusieron puestos de vigilancia al norte de la cordillera cantábrica, ya que esa zona montañosa seguía siendo conflictiva.
Cuando termina la conquista de la península con la guerra contra los galaicos, cántabros y astures sobre el 29 al 19 a.C., el emperador César Augusto realiza una nueva organización en provincias, subdivididas en conventos jurídicos. Tarraconense, lo que antes era la Citerior prolongada hasta el noroeste, incluye Gallaecia, que llegaba hasta el Duero. Capital en Tarraco.

Bética (Baetica) capital en Córdoba. Hasta la orilla sur del Guadiana. Era una subdivisión de la Ulterior. Lusitania capital en Emerita Augusta (Mérida), sobre la orilla norte del Guadiana. Incluye el centro y el sur del futuro Portugal, Extremadura, Salamanca y Zamora.
Los romanos aprovecharon a fondo las posibilidades económicas de Hispania, en particular sus explotaciones mineras. En el distrito minero de Carthago Nova, en donde se extraía ante todo plata, pero también plomo, se calcula que trabajaban unos 40.000 hombres. Otra actividad destacada era la pesca, en particular los salazones de la costa atlántica de Andalucía. Importante fue asimismo el desarrollo de la esclavitud, que alcanzó cotas muy elevadas. La sociedad, su parte, estaba dividida en dos grupos claramente contrapuestos: por una parte, los “Honestiores”, es decir los dominantes; por otra, los “Humiliores”, la capa popular. De todos modos había una clara diferencia entre los que poseían la ciudadanía romana y los que no la tenían. Esa situación duró hasta el año 212, fecha en la que el emperador Caracalla decidió conceder a todos sus súbditos la ciudadanía romana. También es Caracalla el que produce otra división del territorio y se crea Gallaecia por subdivisión de la provincia Terraconense, quedando Gallaecia, Tarraconense, Baetica y Lusitania. En el 293 vuelve a reorganizarse en general todo el imperio y se crea la Cartaginense, de la que surgirá en el 385 la Baleárica.

El Siglo II d. C., a finales, es la época floreciente en Hispania. Se enseña latín, se realizan obras espectaculares de ingeniería y arquitectura, calzadas, puentes y acueductos, se aplica el Derecho Romano, base del actual Derecho en Europa.
Los emperadores de origen hispano son los que llevan al imperio a su máximo esplendor y la época de paz, Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio
Antiguos campamentos militares y asentamientos iberos, fenicios y griegos fueron transformados en grandes ciudades, unidas por una extensa red de carreteras. El desarrollo de la construcción incluye monumentos de calidad comparable a los de Roma. La ingeniería civil son imponentes construcciones como el Acueducto de Segovia o el Acueducto de los Milagros de Mérida, en puentes como los de Alcántara sobre el Tajo, el de Córdoba sobre el Guadalquivir o el de Mérida sobre el Guadiana. También se construyeron faros como el que aún está en uso en La Coruña, la Torre de Hércules. La arquitectura lúdica como los teatros de Mérida, Cartagena, Sagunto, Tiermes o Cádiz, los anfiteatros de Mérida, Itálica, Tarraco y Segóbriga y los circos de Mérida, Córdoba, Toledo, Sagunto prueban de la importancia de Hispania. La arquitectura religiosa también se extendió.
Roma estableció su dominio sobre la Península Ibérica, pero también trajo su cultura, su economía, su legislación, el sistema político y militar, las infraestructuras que les permitieron crear y conservar un imperio y las manifestaciones artísticas de todo tipo. 

De todo ello se conserva hoy un importante legado no sólo arqueológico, sino también cultural.
La latinización, fue un proceso que trajo la pérdida de los idiomas indígenas, a excepción del euskera, y la sustitución de éstos por el latín, del que más tarde derivarían las lenguas romances. La escritura ibérica se siguió usando en muchos ámbitos durante siglos, baste comprobar los grafitos marcados a punzón sobre cerámicas o bien los nombres de las ciudades escritos sobre monedas en ibérico o en latín de modo que, a veces se vuelve al uso del ibérico después de haber acuñado monedas con textos latinos.

ESTATUA DEL EMPERADOR CONSTANTINO 
La religión de Roma fue fundamental en la vida de las personas e influye en las decisiones. La palabra religión procede del latín religare o re-legere, que significaría volver a ligar o unir. Es decir, atar lo mortal con lo divino. El culto a los dioses en Roma era un deber cívico.  A comienzos del siglo IV, el emperador Constantino abraza la fe católica y deja de ser perseguida para ser la religión oficial de Roma, el cristianismo se encontraba ya algo desarrollado en Hispania. Tras haber sido impuesto como religión oficial, sufrió la segregación entre el arrianismo que traían los germánicos y el catolicismo de los hispanorromanos hasta la conversión al cristianismo de Recaredo en 586, unos doscientos sesenta años después.
Los Hispano-romanos es como llamamos a las gentes habitantes de Hispania tras la dominación romana que se habían quedado como propia la cultura romana. Son los ascendientes que al mestizarse con los visigodos decimos “hispano-godos” y fueron posteriormente los reyes cristianos de la Reconquista.
No obstante la introducción del cristianismo en Hispania romana ofrece varias lagunas. La llegada de Santiago el Mayor es dudosa. La predicación de san Pablo es poco probable. La introducción del cristianismo debió realizarse mediante una predicación procedente del norte de África, durante el siglo I. A finales del siguiente siglo ya estaba muy extendido y en la siguiente centuria se consolidó.
En otro orden de cosas los romanos dieron a Hispania una fisonomía distinta, al dotarla de grandiosas obras de arquitectura e ingeniería. Con su sistema constructivo basado en sillares de piedra, el arco y la bóveda, levantaron grandes murallas, arcos triunfales, templos, puentes y acueductos. Además de teatros, anfiteatros, circos, y todo tipo de monumento conmemorativo o funerario. Las ciudades de Hispania compitieron por la grandiosidad y la proliferación de sus construcciones monumentales. Roma era un imperio, una cultura, un pueblo de conquistadores, y trataba de consolidar su poder más allá de la simple ocupación militar. Un dominio que iba a incidir profundamente en las costumbres y la cultura.

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