Se llamaba Juan Martín Díez o Díaz, y nació en Castrillo de Duero, Valladolid en 1775.
Conocido también como “El terror de los franceses”, este liberal luchó en la Guerra de Independencia Española.
Como soldado combatió contra la Francia de la Convención en la Guerra del Rosellón (1792-95). Posteriormente, su animadversión contra los franceses le llevó a realizar alguna operación de sabotaje en la época en que Francia era aliada de España. Ya desde el primer momento, en 1808, con el que dio comienzo la Guerra de la Independencia, se unió a las fuerzas del general Cuesta, vencidas por los franceses en las batallas de Cabezón y Medina de Rioseco. Después de la derrotas, fue consciente de la dificultad de vencer al poderoso ejército napoleónico en campo abierto, y organizó partidas de guerrilleros que hostigaron continuamente a los franceses con pequeñas acciones rápidas que dificultaban las comunicaciones; amparándose en el conocimiento del terreno y en la movilidad de pequeñas partidas irregulares, sostuvo una guerra de desgaste penosa para el ejército napoleónica. Organizó diversas partidas por las provincias de Valladolid, Burgos, Segovia, Guadalajara y Cuenca, como la “Partida de descubridores de Castilla la Vieja”, los “Tiradores de Sigüenza” o los “Voluntarios de Guadalajara”, hasta un total de unos diez mil hombres; sus acciones se extendieron ocasionalmente hasta la costa mediterránea y la frontera portuguesa, y estuvieron coordinadas con la ofensiva inglesa mandada por Wellington.
En el pueblo de Torija, en Guadalajara el castillo sirvió de refugio al famoso guerrillero liberal que acabó volando sus muros para que no pudieran ser utilizados por las tropas de Napoleón.
En 1820 el Empecinado volvió a las armas, para luchar contra las tropas reales de Fernando VII.
Al parecer, el rey Fernando VII intentó que el Empecinado se adherirse a su causa (a pesar de previamente haber jurado la Constitución de Cádiz) y se uniera a los “Cien Mil Hijos de San Luis”; ofreció otorgarle un título nobiliario y una gran cantidad de dinero, un millón de reales.
La respuesta del Empecinado fue: “Diga usted al rey que si no quería la constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos”
En 1823 vencidos los liberales, acaba el “Trienio Liberal”. Juan Martín marchó entonces al destierro en Portugal. Decretada la amnistía el 1 de mayo de 1824, pidió un permiso para regresar sin peligro, permiso que le fue concedido. Pero Fernando VII no estaba de acuerdo con la benevolencia del decreto y el 23 de mayo había ordenado su arresto.
Volviendo el Empecinado a su tierra con unos 60 de sus hombres que le habían acompañado como escolta a Portugal, fue detenido en la localidad de Olmos de Peñafiel junto con sus compañeros por los Voluntarios Realistas de la comarca. Llevados los presos a Nava de Roa, fueron entregados al alcalde de Roa, que lo trasladó a esta localidad.
Al llegar, el pueblo, que había cambiado de bando y eran fieles al rey, sin haber recibido orden de superior alguno, había montado en la Plaza Mayor un tablado y el preso fue subido allí, donde fue insultado y apedreado. Fue encerrado con sus compañeros en un antiguo torreón.
La causa debería haber sido llevada a la Real Chancillería de Valladolid, donde el militar liberal Leopoldo O'Donnell habría conseguido que fuese juzgado con benevolencia, pero el corregidor de la comarca, enemigo personal del preso, dio parte al rey que lo nombró comisionado regio para formar la causa en Roa. La cual “puesta en manos de su Majestad... aprobó la sentencia dictada en la que se condenaba al Empecinado a ser ahorcado en la Plaza Mayor de Roa”
El alcalde de Roa, que llevó a cabo los preparativos de la ejecución y fue testigo de esta, dijo del Empecinado: "Cuando se dio cuenta de que lo iban a subir por la escalera del cadalso, dio tan fuerte golpe con las manos, que rompió las esposas. Se tiró sobre el ayudante del batallón para arrancarle la espada, que llegó a agarrar; pero no pudo quedarse con ella porque el ayudante no se intimidó y supo resistir. Trató de escapar entonces en dirección a la Colegiata y se metió entre las filas de los soldados. La confusión fue terrible. Tocaban los tambores, corrían despavoridas las gentes sin armas y las autoridades; los sacerdotes y el verdugo se quedaron como paralizados...
Por fin, los voluntarios realistas pudieron sujetarlo y lo colocaron en el mismo sitio donde estaba cuando rompió las esposas, esto es, junto a la escalera de la horca...”
Tras dos años de encierro se ordena su ejecución en la horca el 19 de agosto de 1825. Años más tarde, en 1843, se produjo el traslado solemne de sus restos a Burgos, los honores militares y el monumento a su memoria.
Murió ahorcado en lugar de ser fusilado.