jueves, 21 de septiembre de 2023

CASTILLOS MEDIEVALES ESPAÑOLES

La palabra castillo es un diminutivo de “castro”, y significa fortaleza aislada. Construida casi siempre en un lugar dominante para la defensa de pueblo o de las comarcas.  El origen se remonta a tiempos primitivos ya que las tribus conquistadores o colonizadores se aseguraban en lugares estratégicos, a ser posible favorecidos por defensas naturales como mesetas, cumbres de cerros, etc. El hombre, desde siempre necesitó defenderse de animales u otros enemigos con construcciones de algún tipo. Así nacieron los castros y fortificaciones en colinas.



CASTILLO DE ALMANSA
Los romanos al llegar a estos territorios encontraron enemigos que se defendían en colinas fortificadas. Aunque primitivas, eran efectivas y requerían del uso de armas y otras técnicas de asedio para superar las defensas. Los mismos romanos construyeron obras levantadas sobre el terreno por los ejércitos en campaña, hasta construcciones permanentes en piedra. Los fuertes romanos se construían con planta rectangular y torreones con esquinas redondeadas. Establecieron para la seguridad de sus fronteras muchos puestos militares, campamentos permanentes y cuando no pudieron disponer de fuerzas suficientes para guarnicionarlos, por los continuos ataques de los bárbaros y necesitaron aumentar el valor defensivo de las obras, surgiendo los castillos fronterizos en puntos estratégicos para la custodia de campamentos, costas, caminos y poblaciones. Nos han llegado hasta nosotros aquellos castros, (castellum)  que los invasores iban devastando en su irrupción y solo nos han llegado el recuerdo de sus cimentaciones. Torreón de planta cuadrada, recios muros elevados y rematados por terraza superior almenada. Luego, Roma se retiró y tras la dominación de los visigodos, que no fue larga, no dejó apenas rastro de su importancia militar.


CASTILLO DE ALMODOVAR 
Si bien los primeros castillos datan del IX, su origen es más antiguo y tienen precedentes en la arquitectura militar de la Grecia clásica. En la Alta Edad Media, se utilizaba como cerco defensivo una mera empalizada de madera, pero la evolución del armamento y de las técnicas militares hicieron inservible este procedimiento; más adelante, se confió en la solidez de las construcciones en piedra y en la altura de los muros que con este material podía alcanzarse.
En la lucha contra los árabes, de mayor permanencia, tras la batallas de la Reconquista, es cuando los castillos en España consigue su apogeo. La necesidad de conservar las conquistas realizadas por los reyes cristianos, tan sacrificadas, laboriosas y sangrientas, como costosamente conseguidas, impusieron la necesidad de realizar las fortificaciones al punto de ser escasos los pueblos que se quedaron sin castillo. O cuando menos sin murallas con foso y almenas. Los más antiguos, siglos IX a XI eran de piedra toscamente labrada. Y posteriormente se instalaron con vivienda señorial, al principio sencilla y a partir del siglo XIV más amplios y decorados. Los primeros eran incómodos, promiscuos y de malas condiciones para el  personal, y luego con el apogeo de las residencias castellanas, son el fastuoso dominio de la nobleza.

MANZANARES EL REAL 
Fueron surgiendo las más variadas edificaciones militares hasta los complicados y vastísimos ejemplares que aún podemos contemplar. Castillos señoriales, castillos-palacios, algunos imponentes más que la de la realeza, producto del feudalismo. Lujosas dependencias para los señores. Torres del homenaje, patios de armas cuartel para la tropa, cuadras, alojamientos varios, aljibes, prisiones, etc. en realidad eran un exceso de vanidad de una clase privilegiada y una constante amenaza al poder real.
Pero esta profusión de fortalezas, finalmente vino a ser exceso de poderío de una ambiciosa clase noble, que el poder real llegó a verla como una amenaza, y la atacó por sus cimientos., con estrategias políticas desmantelando por peligrosos los que no se acomodaran a la sumisión del rey. 

CASTILLO-PALACIO DE OLITE 
Desde el siglo XIV muchos castillos fueron derribados. Primero  por orden de Enrique IV en el siglo XV, más tarde por los Reyes Católicos. Y finalmente por el Cardenal Cisneros. Esto nos parece una barbaridad hoy en día, pero respondía a la necesidad de aplacar el poder militar de muchos nobles y casas nobiliarias rebeldes a los reyes del momento.
El descubrimiento y el uso cada vez más habitual de las armas de fuego cambió las estrategias y la forma de lucha por completo.
Pero los románticos enamorados de lo retrospectivo, de la historia y de la arquitectura con mayúsculas, no nos interesan estos asuntos en sí mismos, sino las edificaciones, lo que encierran, las aventuras y desventuras que inundan su vida, que es la de nuestro país. Son testimonio de tiempos que no han de volver, peo que poseen un encanto, un misterio y embrujo al que no son ajenos la literatura, el cine y la pintura.

CASTILLO DE JADRAQUE 
Felipe II en el siglo XVI mandó hacer una estadística de los castillos existentes, pero quedó incompleta. Se sacó la impresión del lamentable estado de abandono, que ya en su momento tenían por su papel secundario a que los relegó el invento de las armas de fuego. Otros por su hermosura o por su fortaleza fueron habitados o transformados en residencias palaciegas por las casas nobiliarias. No siendo ya necesarios, fueron reduciendo su material y la dotación del personal hasta quedar solo con sus domésticos que ya se retiraron a vivir en el poblado.
Los castillos vacíos se llenan de poesía y en los claros de las lunas heladas resuenan canciones de amor y hierro. Muchos han sucumbido, y otros siguen dando la cara a la desgracia, tal como el Cid cabalgando sobre Babieca después de muerto.
Con el tiempo, tanto en España como en Francia y en toda Europa la guerra cambió la suerte de los hombres y de la vida, y con los señoríos se hundieron los castillos. Hoy son esqueletos de su pasado, recuerdo de hechos épicos y también sueños de vanidad, orgullo y alardes de conquistas.
Castillos guerreros, señoriales, monásticos y de distinto origen aparecen hoy igualados en su fin: la ruina, el abandono y el expolio. Sólo algunos mimados por la suerte perduran, bien cuidados por sus propietarios, pero los más, el recuerdo de su épicas acciones, hechos políticos de trascendencia y románticas leyendas, amenazan perecer, con estos monumentos a la historia de la nación, que en su día enseñoreo al mundo y como la hiedra trepadora de sus muros, descarna finalmente, llevando consigo la memoria de un pasado que debemos defender, como quien defiende a su propia familia.
Por suerte unos pocos se han convertido en Paradores Nacionales, bien conservados y que es un gusto pasar en ellos unos días, como hoteles de primera que son.
DE CASTROJERIZ 
Los castillos son parte importante de nuestra historia, porque al fin y al cabo, de aquellas gentes venimos, y para bien o para mal, están también allí, nuestras raíces.
Hechos y personajes como la batalla de Las Navas de Tolosa, las luchas del Cid, los Reyes Católicos, Fernando el Santo, las órdenes religiosas-militares como Los Templarios, Los de Calatrava, la enorme cantidad de batallas y guerras habidas, la dinastía Borgoña, la de los Trastámara, etc. todo esto sigue viviendo en los libros de historia y debería ser bien conocido por las nuevas generaciones.
Seguro que sabríamos valorar lo que hemos tenido, lo heredado y lo que realizamos por el bien de este maravilloso y antiguo país, que se llamó Hispania, doscientos años a.C.
 

domingo, 17 de septiembre de 2023

GUERRAS CARLISTAS (1833-1876)


Felipe V en 1713 deroga la 2º Partida de Fernando el santo, (referente a la sucesión de la corona) y quiso establecer la ley Sálica, vigente en Francia, donde la corona la heredaban sólo los varones, como tuvo muchos detractores en España, se establece la “Ley de Sucesión Fundamental”. Según las condiciones de la nueva norma, las mujeres podrían heredar el trono, pero solamente de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos). 

En 1789 Carlos IV aprueba la “Pragmática”, ley que anulaba el Auto lo acordado en 1713 por Felipe V, pero por razones de política exterior, no llegó a entrar en vigor con lo cual continuaba vigente la Ley de Sucesión Fundamental de Felipe V. Más adelante, Fernando VII en marzo de 1830 vino a promulgar la “Pragmática Ley” de 1789, dejando nuevamente “Las Partidas” tradicionales que determinan la sucesión a la corona. De haber continuado la “Ley de Sucesión Fundamental”, que regía por promulgación de Felipe V, y que da preferencia a los varones y sus descendientes masculinos en la línea de sucesión, excluyendo a las mujeres, hubiera heredado su hermano Carlos Isidro
Pero las cosas iban a cambiar. Fernando VII tenía la guadaña preparándose. Era el año 1832 y la sucesión era un tema muy delicado. Los que no quería una reina defendían como sucesor al trono al hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro de Borbón. 

Por supuesto, la Pragmática Sanción no les interesaba. Los carlistas convencieron a un ministro llamado Francisco Tadeo Calomarde para que hiciera al rey anular la Pragmática, que a su vez había anulado la Ley Sálica, es decir, pretendía que esta última volviera a estar vigente. Resumiendo, los carlistas hicieron que el rey firmara un papel por el que su hermano Carlos se convertiría en rey al morir Fernando VII, al ser imposible que una mujer heredara el trono.
Conseguido por parte del ministro la firma del rey, Doña Luisa Carlota, hermana de la reina y por tanto tía de la princesa Isabel, se acercó al ministro que tenía aquel papel recién firmado en la mano, se lo arrebató, lo rompió y le arreó al señor Calomarde “la más sonora bofetada que se ha dado”, en palabras de Don Benito Pérez Galdós.
El ministro contestó a este guantazo con la famosa frase: “Señora, manos blancas no ofenden”.
La muerte de Fernando VII, en 1833, desataría el conflicto. María Cristina, la madre de la pequeña Isabel, asumió la regencia y convocó a los liberales moderados para que defendieran los derechos de su hija. 

REINA REGENTE MARÍA CRISTINA 

Esto generó el rechazo del infante Carlos, que se exilió en Portugal. Tras el manifiesto de Abrantes, mediante el cual Carlos proclamó su derecho a la ascensión al trono. Su petición fue desconocida por María Cristina, que proclamó a Isabel II como reina de España.
La sublevación carlista llevó a la reina regente  María Cristina, que nunca fue liberal, a pactar con los liberales, inclinando el fiel de la balanza del gobierno de Madrid hacia ellos, porque la única forma de mantener a Isabel II en el trono era vencer al carlismo y eran los liberales la única fuerza anticarlista. Así el gobierno fue originalmente absolutista moderado y acabó convirtiéndose en liberal para obtener el apoyo popular.
Vascos y catalanes lucharían en España por “Dios, Patria y Rey”. Gran parte de Cataluña y el País Vasco fueron Carlistas y participaron en las tres guerras a favor de Carlos María Isidro de Borbón. Su bandera de la defensa de la religión católica, la patria y la monarquía tradicional resumida en su lema “Dios, Patria y Rey”

TOMÁS DE ZUMALACÁRREGUI

Cabe destacar la actuación de líderes como Zumalacárregui en el norte. La labor de Juan Antonio Guergué en Cataluña, que unificó las partidas catalanas. Destaca el catalán don Carlos de Ramón Cabrera "El Tigre del Maestrazgo", que causó serios problemas a los cristinos hasta el final de la guerra.
Se inició la Primera guerra carlista (1833-1840).  Las tropas reales invadieron Portugal y trataron de apresar a Carlos, pero éste abordó un buque inglés y se refugió en Londres.  En 1834 Carlos salió de Gran Bretaña, atravesó Francia y entró en Navarra, donde instaló su corte y fue aclamado por sus partidarios. En 1837 dirigió una campaña militar que llegó hasta las puertas de Madrid. Pero la resistencia de las milicias populares y la llegada de refuerzos liberales lo obligaron a levantar el sitio de la capital.
Tras el fracaso de esta expedición, el carlismo se dividió en dos bandos: los apostólicos, liderados por Carlos, que siguieron resistiendo; y los moderados, comandados por el general Rafael Maroto. Castilla la Vieja también apoyo al carlismo, y además de Cataluña también Extremadura y las Provincias Vascongadas y Navarra.
El convenio de Vergara de 1839 marcó el final de la primera guerra carlista, conocido popularmente como Abrazo de Vergara, se firmó en Oñate (Guipúzcoa) el 31 de agosto de 1839, entre el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto y finalizó la primera guerra carlista en el norte de España.

ABRAZO DE VERGARA

Este acuerdo, que fue desconocido por Carlos, estableció la paz a cambio de mantener los fueros de Navarra y las Provincias Vascongadas e integrar a la oficialidad carlista en el ejército isabelino.
Segunda guerra carlista (1846-1849)
En 1845, Carlos María Isidro abdicó en su primogénito, Carlos Luis de Borbón, a quien aconsejó contraer matrimonio con su prima Isabel II. Pero este proyecto fracasó debido a que los carlistas no se conformaban con que Carlos Luis fuese rey consorte, a la escasez de apoyos internacionales en favor del pretendiente y al rechazo de Isabel II. La reina, a quien le desagradaba el aspecto físico de su primo, anunció su matrimonio con otro pariente, Francisco de Asís de Borbón. Desairado, Carlos Luis se trasladó a Londres, desde donde impulsó la segunda guerra carlista. Sus partidarios lograron hacerse fuertes en Cataluña, donde consiguieron gran apoyo popular.
La guerra se prolongó hasta 1849 cuando los insurrectos sufrieron derrotas decisivas y se vieron obligados a deponer las armas.
En 1868 tuvo lugar una revolución liberal que derrocó a Isabel II, y la sustituyó por un gobierno provisional que estableció la libertad de cultos. Esto provocó la reacción de los carlistas, que apoyaron las pretensiones de Carlos de Borbón y Austria. Éste, nieto de Carlos María Isidro. Sus partidarios protagonizaron alzamientos fallidos en 1869 y 1870.

CARLOS MARÍA DE BORBÓN 

La situación tomó un giro radical en 1871 cuando las Cortes Generales, dominadas por los liberales, eligieron rey a Amadeo de Saboya. Su elección enfureció a los carlistas que lo consideraban un usurpador.
Tercera guerra carlista (1872-1876). Carlos entró en Navarra, donde fue aclamado por la población. Pero en poco tiempo sus fuerzas fueron derrotadas, por lo que debió refugiarse en Francia.
La proclamación de la Primera República, en 1873, fortaleció al bando carlista, al que se sumaron todos los partidarios de la monarquía. Carlos regresó a Navarra y se puso al frente de un ejército muy numeroso, con el cual logró importantes victorias. Esos triunfos contribuyeron a la caída de la Primera República, tras la cual accedió al trono Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Su coronación, en 1874, debilitó a los carlistas, ya que varios de sus jefes decidieron reconocer al nuevo monarca. A partir de entonces los insurrectos sufrieron sucesivas derrotas hasta que en 1876 Carlos y sus seguidores se vieron obligados a huir a Francia, con lo que la guerra llegó a su fin.
Las principales consecuencias de las guerras carlistas fueron las siguientes:
La muerte de miles de españoles, tanto en los campos de batalla como en las represalias que siguieron a la toma de pueblos y ciudades.
El exilio en Francia de gran cantidad de familias de Cataluña, Aragón y Navarra, debido a su apoyo a la causa del carlismo.
La extensión de las ideas del liberalismo, que fueron arraigando en sectores de la sociedad española, en especial la burguesía.
La caída de la Primera República y la restauración de la monarquía borbónica.
La desaparición de los fueros vasco-navarros, que fueron suprimidos al promulgarse la Constitución española de 1876.

viernes, 15 de septiembre de 2023

GIBRALTAR Y EL TRATADO DE UTRECH

La Guerra de Sucesión por la corona de España de 1701 a 1713 terminó con el abandono de las armas y el territorio por parte del pretendiente Carlos de Habsburgo, en rivalidad con el heredero Felipe de Borbón (Felipe V). Y se firmó sin la participación inicial de España el Tratado de Utrecht (1713-1715) donde se cedió “a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad sin jurisdicción territorial”. 

"El Sitio de Gibraltar, 13 de septiembre de 1782 de John Singleton Copley.

Propiedad no es soberanía. Lo pactado en Utrecht fue una “cesión forzada” previa apropiación británica en un acto de perfidia. Los principios propios del derecho intemporal en el ámbito del Derecho de los Tratados permiten negar la vigencia de los derechos británicos derivados de Utrecht. El artículo 64 del Convenio de Viena dispone la terminación de los tratados que estén en oposición con una nueva norma imperativa del Derecho Internacional, como es la cesión de soberanía a resultas del uso de la fuerza y con vulneración del principio de integridad territorial. El art. 71.2 dispensa del cumplimiento del Tratado en tanto contravenga esa nueva norma.
La soberanía nacional se ejerce sobre el territorio nacional, pero no sobre las colonias. Gibraltar es una colonia británica y, por ello, no forma parte del territorio nacional británico. Concretamente Gibraltar es un "Territorio de Ultramar", más exactamente, un "Dominio de Su Majestad". La Resolución 2625 de la Asamblea General de la ONU declara que "el territorio de una colonia u otro territorio no autónomo tiene, en virtud de la Carta, una condición jurídica distinta y separada de la del territorio del Estado que lo administra".
La soberanía de un Estado la ejerce sobre su territorio, es decir, sobre su territorio nacional, a diferencia de las colonias sobre las que ejerce otro tipo de poder, limitado, temporal y no soberano.
Las metrópolis de los territorios no autónomos pendientes de descolonizar, son denominados «potencias administradoras» cuyo estatuto jurídico está regulado en el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas, donde se indican sus obligaciones y sus facultades, sin que entre ellas se encuentre el ejercicio de soberanía. El término "Potencia administradora" es significativamente diferente al de "Estado soberano".
Soberanía y descolonización son incompatibles. Los territorios verdaderamente soberanos, las metrópolis, no pueden ser objeto de descolonización. Solo deben ser descolonizados los territorios no autónomos inscritos en la lista del Comité de Descolonización de la ONU, como Gibraltar. La obligación de descolonizar un territorio impone a la metrópoli tan fuertes obligaciones y servidumbres que desnaturalizan el concepto de soberanía, convirtiéndola en una administración temporal.
Gibraltar viola la integridad territorial de España. Así lo ha reconocido la ONU. Dicha integridad es uno de los principios amparados y respetados por la ONU, íntimamente unido al principio de soberanía. La situación colonial de Gibraltar quebranta la integridad territorial española y, por ello, es contraria a la Carta.
El Reino Unido está obligado a reintegrar Gibraltar a España. Así lo han declarado diversas Resoluciones de las Naciones Unidas e incluso se le puso fecha límite: el 1 de octubre de 1969. No se puede llamar soberano de un territorio a un Estado que tiene la obligación de reintegrarlo a otro. Si el Reino Unido fuera verdaderamente soberano de Gibraltar nada ni nadie podría obligarle a reintegrar Gibraltar a España.
Gibraltar no forma parte del sujeto activo de la soberanía popular británica. En las sociedades democráticas modernas, como la británica, la soberanía nacional reside en el pueblo británico. Gibraltar al ser una colonia sin derecho a voto en Westminster, sus ciudadanos no conforman con su voto la soberanía popular británica. Esta se impone, en virtud del principio democrático, exclusivamente en aquellos territorios donde, con su voto, los ciudadanos británicos la constituyen. No es el caso de Gibraltar.
La soberanía permanente de los recursos naturales es de la colonia y no de la metrópoli. Así lo declara la ONU, y ese ha sido el motivo por el que el TJUE ha anulado el acuerdo pesquero de la UE con Marruecos en lo relativo a las aguas del Sahara. No puede llamarse soberano a quien no le corresponde los recursos de un territorio.
No hay soberanía sin autodeterminación. En los territorios no autónomos pendientes de ejercer el derecho de autodeterminación, sus ciudadanos están llamados a decidir su futuro. La metrópoli no puede ser considerada soberana, ya que carece del poder de decisión.
Gibraltar tampoco puede ser soberana. La ONU no le reconoce el derecho de autodeterminación y, por ello, tampoco puede ser sujeto de soberanía.
Si la soberanía de Gibraltar no le corresponde a ésta porque la ONU no le reconoce derecho a la autodeterminación, ni al Reino Unido porque es una simple "Potencia administradora", la soberanía de Gibraltar debe ser española, única legitima destinataria de un territorio cuya actual situación viola su integridad territorial.
Si alguna vez el Reino Unido tuvo la soberanía de Gibraltar, la perdió cuando fue inscrito en la lista de territorios a descolonizar. Una vez transcurrido el plazo dado por la ONU para reintegrarlo a España, el Reino Unido se ha transformando en un ilegítimo ocupante.
El Auto del Supremo no le reconoció legitimidad a los tribunales gibraltareños porque, o bien la cesión territorial llevada a cabo en 1713 lo fue desnuda de soberanía y, por tanto, de jurisdicción, o bien, si conllevó esa transmisión de soberanía territorial, su legitimidad actual está en cuestión a la vista de las normas sobre el derecho de tratados, del actual derecho de la descolonización, y del hecho, en fin, de que el estatuto actual de Gibraltar deriva del uso de la fuerza y que sus efectos y consecuencias pugnan con los postulados de la integridad territorial.
Gibraltar es un resquicio por el que los británicos se niegan a asumir su historia y les recuerda que por mantener esta plaza, perdieron medio continente.
La idea de que la independencia de Estados Unidos dependió en una medida importante de hispanos y de la ayuda económica y militar de España ha sido, y resulta aún, una conclusión difícil de aceptar para buena parte de la ideología oficial de Estados Unidos. Lo mismo que Gibraltar era parte del precio. Es significativo que en 200 años los Estados Unidos no hayan sido capaces de desarrollar, con todos los recursos de la ciencia historiográfica, un detalle correcto de la participación hispánica en su proceso de nacimiento.
Sin embargo, sin ayuda exterior masiva los colonos norteamericanos no habrían obtenido la independencia de los Estados Unidos. Al menos no se habría conseguido en el momento en que se produjo y con el protagonismo de Washington, Franklin, Jefferson, Adams o Paine los caracteres que la concibieron en origen, dando lugar a la república que ahora conocemos.
No habría bastado la ayuda francesa para lograr la independencia. Los datos del conflicto son la más eficaz refutación de esta idea: la alianza entre la rebelión americana y el Reino de Francia carecía de dos ingredientes fundamentales para producir la independencia de las colonias: cantidad suficiente de plata y el dominio del mar. Gran Bretaña era una manzana demasiado grande para la Francia de entonces. Hasta la entrada de España los datos son concluyentes y el Reino de Francia (y la rebelión americana) pasan por una situación crítica.
En ese momento y en esas circunstancias ayudar a los rebeldes americanos no parecía ningún buen negocio. Además, España limitaba con Inglaterra en 5 continentes, a través del mar… Un conflicto con ese país sería necesariamente mundial y aquella situación amenazaba con repetir los desastres de la Guerra de los 7 años en que La Habana, Manila y Florida fueron saqueadas por fuerzas británicas.
Sin embargo, Carlos III de España no se mantuvo neutral nunca en este conflicto. Financió desde el primer momento a los rebeldes, los protegió en su territorio, les abrió sus puertos y les dio acceso a sus arsenales. Otro de los aportes españoles fundamentales fue el desmantelamiento de todas las posibles alianzas británicas en Europa comenzando con Portugal. El Tratado de Aranjuez (15 de abril de 1779) con Francia vinculó finalmente a España con una guerra que no podrá cerrar ningún acuerdo sin que se concierte la independencia de Estados Unidos (artículo 4) y ambas partes se comprometieron a no deponer las armas, ni hacer tratado alguno de paz, o suspensión de hostilidades, sin que hubieran obtenido respectivamente la restitución de Gibraltar para España y la libertad de fortificación de Dunquerque para Francia. Esta propuesta era congruente con el pacto secreto acordado entre los norteamericanos y Francia para que esta última pudiese acomodarse con España. El último esfuerzo británico de apartar a España de la guerra fue la oferta de Gibraltar por el Comodoro Johnson, jefe de la escuadra británica en Lisboa en 1779.
Las colonias americanas sin recursos, sin industria, sin fuerza naval considerable, poco y mal armadas se dieron cuenta que una mera dimensión local del conflicto les era insostenible frente a Inglaterra. El imprescindible teatro europeo fue posible gracias a algunas de las mentes más valiosas de Norteamérica que lo entendieron así y se desplazaron al viejo continente para que el conflicto fuera global. Por eso en Europa se libraron algunas de las más decisivas batallas de aquella guerra: la guerra económica que tanto debe a España, Francia y Holanda y que desbordó la capacidad financiera del Reino Unido, la de los mares europeos y las plazas de Gibraltar y Mahón. Aquellas fueron algunas de las batallas más sangrientas, duras y costosas de toda la guerra de independencia de Estados Unidos. Batallas invisibles ahora en los libros de historia pero no lo vivieron así los norteamericanos de aquella época.
De hecho, una de las apuestas estratégicas de Benjamin Franklin fue crear una armada de corsarios desde Europa para enfrentar al comercio y los suministros británicos. Varios de aquellos buques corsarios norteamericanos, y con el protagonismo del gran John Paul Jones, padre de la marina de ese país, concebían la lucha por Gibraltar como parte fundamental de la guerra común. No sólo actuaron cerca del Estrecho sino que Jones, además de dificultar el abastecimiento de la plaza, concibió e intentó interrumpir los movimientos de la flota inglesa del báltico por su directa conexión con los abastos a Gibraltar, afirmando que, de haber sido respaldado por el intermediario francés Chaumont, "La bandera española ondearía rampante en Gibraltar". Todo ello, por supuesto, bajo la supervisión y dirección de Benjamin Franklin. El asalto de Gibraltar y Mahón obligó a Gran Bretaña a destinar una inmensa cantidad de recursos económicos y militares para mantener ambas plazas. Cualquiera de las tres expediciones para abastecer Gibraltar por Inglaterra podría haber desequilibrado el balance de fuerzas en América septentrional, impedido la derrota de Yorktown o asegurado el control para Inglaterra del territorio de Nueva York hasta Canadá.
El historiador británico Piers Mackesy no dudó de que fue la incapacidad de Inglaterra de dominar el mar lo que posibilitó la independencia. En ese sentido, Gibraltar desvió la atención de recursos que podrían haber permitido el dominio del mar por Inglaterra y que habrían permitido que incluso el general Clinton se enfrentase con éxito a Washington impidiendo que la batalla de Yorktown se hubiera sucedido.
En Gibraltar combatieron más ingleses que en la batalla de Saratoga y casi los mismos que en la de Yorktown. Los costes de mantener la defensa de la plaza fueron ingentes, y hay que tenerlo en cuenta cuando la batalla de Yorktown nunca habría sucedido sin que España no hubiera financiado en esa ocasión a las tropas francesas y a las propias americanas y, desde luego, a la propia flota francesa.
En la pugna por Gibraltar son muchas las expresiones de respaldo de George Washington, Thomas Payne, el mismísimo Benjamin Franklin, el admirable John Adams. Confiaban en que la toma de Gibraltar acabaría definitivamente con la guerra.
Sin embargo, España no consiguió la toma de Gibraltar y la dura negociación por la paz exigió, por su parte, el sacrificio de la exigencia de Gibraltar. La batalla que se perdió para España sirvió para ganar la guerra para los Estados Unidos.
 
Fuentes: La Razón, Tribuna, José María Lacho, ABC, A. Manzano. La guerra de Sucesión Española. Manuel Monreal Casamayor

REINO DE ASTURIAS -2-

Al llegar al trono de Asturias, Alfonso II trasladó la sede a Oviedo y modernizó la ciudad, construyó monasterios y varias iglesias que aún se conservan. Con respecto a los musulmanes estaba claro que se oponían a seguir pagando tributos y dejaron de hacerlo con Alfonso II. Los musulmanes saquearon Oviedo y al volver fueron vencidos en el 794.

ALFONSO II DE ASTURIAS 

Tuvo una expedición militar que pudo controlar y en el 796 volvieron pero no consiguieron su propósito y desde entonces no volvieron a pisar tierras astures.
Alfonso II sufrió revueltas en su reino y se retiró durante siete años, cuando volvió organizó el reino y declaró la independencia del reino frente a cualquier intento de hegemonía del Imperio Carolingio. Si bien tuvo una buena relación con Carlomagno y se casó con su hija, o quizá su sobrina.
Resistió varias incursiones musulmanas en Galicia, Astorga y León afianzando así su poder.
Es con Alfonso II (791-842) con quien la monarquía se afianza gracias al triunfo de las tesis hereditarias de acceso al trono. Entre los siglos VIII y X el reino astur se expande por las despobladas tierras del valle del Duero y se traslada la capital de Oviedo a León, denominándose desde entonces Reino de León, (o Astur-Leonés). Será Alfonso II quien conciba el proyecto de la Reconquista y protagonice la primera peregrinación del camino de Santiago al ser descubierta la tumba del apóstol bajo su reinado. Con Alfonso III (866-910) se extenderá la frontera hasta la línea del río Duero, repoblando la zona. A mitad del siglo IX se liberó León del asedio islámico y se venció al ejército musulmán. Los islámicos no pudieron tomar Galicia por mar y a finales del siglo se resistió en Zamora al asedio árabe.
El reino Astur llegó a tomar Lisboa, y se contó con el respaldo incondicional de la población mozárabe, que eran cristianos que vivían en zonas árabes, impregnados de la mentalidad visigoda. 


Esto fundamentó el encadenamiento entre la monarquía y la sociedad visigoda y la astur. El elemento simbólico fundamental de la lucha contra el emirato fue el descubrimiento de unos restos que se atribuyeron al apóstol Santiago y así Compostela comenzó a ser la etapa final de una peregrinación que unió a todos los reinos cristianos peninsulares y de media Europa, impulsada además por el propio Carlomagno.
Los reinos cristianos realmente se sentían herederos del reino visigodo, y debían encargarse juntamente con la defensa, de ocuparse de la expansión de la religión cristiana, aunque no se ajustaban a fronteras naturales. Los reinos cristianos se van formando desde el siglo VIII al XI. Van extendiendo sus territorios a costa de los musulmanes.
En el mapa podemos leer “Terra de Foris”. Se refiere a los  foramontanos, que fueron las gentes, procedentes del norte con las que en el siglo IX se repoblaron El Bierzo y las tierras al norte de la meseta del Duero, que quedaran vacías como consecuencia de las guerras entre los musulmanes y el Reino de Asturias.
 

Posteriormente a estos territorios se les conocería como Reino de León, siendo los foramontanos leoneses. Con la expansión del Reino de León y el proceso repoblador los pobladores foramontanos formaron núcleos de población nuevos por la Región Leonesa, Galicia y el Condado de Castilla.
Alfonso II murió en el 842.  Alfonso III fue el último rey de Asturias y el primero de León pues trasladó el Consejo de Gobierno y el Tribunal de Justicia.
Alfonso III continuó con la expansión de su reino y se apoderó de Oporto, Chávez y Coímbra. Repobló con mozárabes en Toro y Zamora. Ocupó Burgos, Simancas y Dueñas.
Tuvo buenas relaciones con el rey de Pamplona y se casó con la princesa Jimena.
Aunque tuvo que soportar expediciones musulmanas en Galicia pero venció en Deza, y Atienza. El emir se vio obligado a pedir la paz a un rey cristiano y por primera vez  pagar un rescate. Hubo unos años de tregua y después vencieron los cristianos en Burgos y pudo avanzar por Castilla.
Sufrió una traición en su familia por ambiciones. Trasladó el reino a León y distribuyó los reinos entre sus tres hijos, que no se coronaron hasta la muerte de su padre en el 910.
Es considerado el rey más importante del Asturias. No solo tuvo éxitos militares sino que se preocupó de las artes y la cultura.
Fortificó Oviedo y construyó iglesias en diversos puntos de sus reinos.

REINO DE LEÓN 

Aunque se considera que fue el último rey de Asturias, lo cierto es que dejó León para su hijo García, Galicia para Ordoño y Asturias para Fruela
Nace el reino de León por tanto en el 910 y tuvo en total dieciocho monarcas, hasta que Fernando III el santo unió definitivamente León y Castilla constituyendo la corona de Castilla-León, también llamada sólo de Castilla.

CRISTOBAL COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (1)

Para un europeo del siglo XV era muy difícil imaginar un mapamundi de aquellos tiempos. No habían viajado por toda la tierra conocida. Tenía...