viernes, 28 de junio de 2024

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA

No fue el primer virreinato otorgado en América, ya que eso recayó en el virreinato para Cristóbal Colón como parte de las concesiones que la Corona le hizo en las Capitulaciones de Santa Fe. Sin embargo, el virreinato colombino fue de corta duración, extinguiéndose definitivamente en 1536. 


El virreinato de Nueva España fue creado en 1535 con capital en México y jurisdicción en todo el territorio actual de América Central y del Norte. Consumada la caída del imperio azteca a manos de Hernán Cortés y enfrentados los españoles a la inmensidad de sus nuevos dominios, en 1535 fue establecido el virreinato de Nueva España. Su territorio abarcó una gran extensión cuyo centro natural sería el valle de México. Sobre los cimientos de la monumental Tenochtitlan se erigió la ciudad de México, sede de la corte virreinal durante todo el período colonial. El primer virrey fue don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla. Los límites del virreinato comprendieron, por el sur, toda la América Central (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica), salvo la gobernación de Castilla de Oro con la estratégica ciudad de Panamá. Por el este, incluyó al golfo de México y al mar de las Antillas. Sin embargo, el territorio isleño compuesto por las pequeñas y grandes Antillas (Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico entre otras), no formó parte de Nueva España, constituyendo gobernaciones independientes. Al norte, la frontera del virreinato fue avanzando gradualmente y a medida que las huestes españolas doblegaban la resistencia que oponían los temidos pueblos chichimecas.

CATEDRAL DE MEXICO (1570)

La jurisdicción de Nueva España incluyó, finalmente, gran parte de la zona occidental de los actuales estados de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y parte de Colorado. Hacia el oeste Nueva España limitaba con el Océano Pacífico hasta que se agregó la administración de las Islas Filipinas, conquistadas en 1564 por López de Legazpi.

La presencia de España se extendió durante 309 años, desde que el 12 de abril de 1513, cuando Juan Ponce de León llegó a las costas de Florida; hasta 1822 coincidiendo con la independencia de México. 

Cuadro de la entrada de las fuerza de Itubide el 27 de septiembre de 1821, terminando así la Guerra de la Independencia y el Virreinato de Nueva España

En la segunda mitad del siglo XVII el Virreinato de Nueva España alcanzó su madurez económica y comenzaron a cosechar los frutos que se sembraron desde los inicios de la etapa virreinal en el siglo XVI.  A lo largo del siglo XVII, las principales ciudades de Nueva España se consolidaron como centros políticos, religiosos, económicos y financieros que regían la vida no sólo de sus habitantes sino de amplias zonas rurales a su alrededor. En ellas se concentraban también las actividades culturales, siendo la Ciudad de México la más importante. 

La minería que había sido la principal actividad económica del siglo XVI,  continuó su desarrollo y alrededor de los nuevos centros mineros se fundaban nuevas ciudades y se construían nuevos caminos. El crecimiento de las ciudades favoreció que se establecieran mejoras y servicios como el empedrado de las calles, vigilancia y alumbrado público. 

La producción agrícola y ganadera de las grandes haciendas favoreció también la construcción de buenos caminos para transportar sus productos. La producción manufacturera se desarrolló de forma asombrosa, creándose cientos de ingenios para refinar azúcar, molinos de trigo para obtener harina  y obrajes donde se cardaba la lana para fabricar tejidos.

MAPA DEL VIRREINATO 
El incremento en la producción llevó al comercio a un dinamismo tal, que éste se convirtió en la principal actividad económica del Virreinato en la segunda mitad del siglo XVII. Los comerciantes establecían vínculos con las áreas rurales y con otras ciudades. Gracias a ellos se mantenía la comunicación entre las diversas regiones. En las ciudades de menor tamaño y en los pueblos predominaban pequeños comerciantes locales que dependían de los medianos para su abasto. Estos últimos eran quienes llevaban y traían mercancías de una ciudad a otra. El comercio a gran escala se realizaba primordialmente en la Ciudad de México, donde los grandes comerciantes llevaban las mercancías que procedían de otros continentes para distribuirlas por todo el territorio, y también controlaban las exportaciones.

Veracruz era el único puerto en el Golfo de México al que llegaban mercancías de Europa y del que salían productos americanos. Mientras, en la costa del Pacífico el puerto de Acapulco estaba autorizado para recibir y enviar mercancías a Asia (Filipinas) a través de los Galeones de Manila.

En 1700, la América española conservaba la misma organización territorial que en los primeros tiempos del siglo XVI, con dos Virreinatos, La Nueva España y El Perú, y diez Reales Audiencias (México, Guadalajara, Santo Domingo, Guatemala, Panamá, San Fe de Bogotá, Quito, Lima, Charcas y Santiago de Chile). Las pérdidas de territorios se habían limitado a la isla de Jamaica (1655), la costa oeste de la isla de La Española (1665) y las Antillas menores en las que España no había mostrado interés (1621-1700).

El Virreinato de Nueva España era la posesión más rica del Imperio español al finalizar el siglo XVII, pues en su territorio a lo largo de ese siglo se había incrementado el comercio interno y se habían abierto nuevos caminos, sobre todo hacia el norte, donde se habían descubierto minas y fundado pueblos. 

Al iniciarse el siglo XVIII Nueva España era el primer productor de plata en el mundo, la producción agrícola y ganadera estaba consolidada y la producción de manufacturas era suficientemente amplia como para satisfacer gran parte de las necesidades de la mayoría de su población. El comercio era dinámico y promovía la expansión del virreinato hacia el norte, por lo que el territorio llegó a abarcar incluso más de la mitad de lo que actualmente conforma los estados Unidos de América. 

La floreciente economía del virreinato permitió que la población comenzara a crecer y se recuperase de la drástica disminución sufrida en los siglos XVI y parte del XVII, de tal forma que a lo largo del siglo XVIII se duplicaría pasando de tres a seis millones de habitantes.

Ya en el siglo XVIII, con el reinado de Felipe V y sus descendientes se aumentaron los impuestos a ciertas mercancías, y se pusieron a la venta importantes cargos públicos (escribanías, alcaldías, repartidores de correos y cargos en los ayuntamientos), que tradicionalmente habían ocupado españoles peninsulares. Muchos de ellos fueron comprados por los criollos permitiéndoles acceder a la toma de decisiones económicas y políticas del gobierno virreinal. El poder alcanzado por los criollos, así como la consolidación de las corporaciones, el crecimiento económico y comercial, el florecimiento cultural y la estabilidad política interna, fueron factores que otorgaron a Nueva España una determinada autonomía política y económica, e incluso cierta grandeza con respecto de una metrópoli en decadencia.

La ocupación de Texas comenzó formalmente cuando el general Alonso de León y el padre Massanet fundaron la misión de San Francisco de los Tejas en 1690, consolidándose en 1715 al fundarse otras misiones, principalmente la de San Antonio de Valero, llamado después El Álamo, y otra en San Antonio de Béjar, que es la actual ciudad de San Antonio y que fue capital española de la provincia de Texas.

Claustro de la Universidad de México. (Antigua Litografía)

En la Nueva España, permanecían en 1700 cuatro de las más antiguas Universidades de América: Universidad de Santo Tomas de Aquino en Santo Domingo desde 1538. Universidad de México desde 1551. Universidad de Mérida Yucatán desde 1624. Universidad San Carlos Borromeo (Guatemala), desde 1676.

La Universidad Pontificia de México fue la primera Universidad en el continente americano, creada por Carlos I en 1545 y refrendada poco después. 



jueves, 27 de junio de 2024

Virreinato de Nueva Granada

Fue instituido el 29 de mayo de 1717 y suprimido en 1723 y restablecido definitivamente el año 1739. Su capital fue Santa Fe de Bogotá con jurisdicción sobre los territorios actuales correspondientes a Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.

Las consideraciones que manejó la corona para su creación giraron en torno a dos hechos. En primer lugar, la zona era la más importante del continente en cuanto a la producción aurífera. En segundo lugar, su situación entre los dos océanos y puerta de entrada a la América del Sur, le permitiría enfrentar mejor el contrabando y los ataques de piratas y filibusteros del Caribe.

Según el censo de 1778, la población del virreinato ascendía a 742.759 habitantes. Se estimó que la población de los territorios de la actual Colombia ascendía a 940.000 habitantes. Finalmente, la mayor población (62%) se encontraba en los altiplanos andinos colombianos.

La injerencia extranjera, cada día más notoria en las colonias, especialmente por el contrabando y la piratería, merecía enfrentar la necesidad de la conquista administrativa y burocrática, económica y social del ya por entonces viejo imperio de ultramar. La decadencia de la producción de metales preciosos que se experimentó en el virreinato del Perú a fines del XVII provocó la búsqueda de nuevas fuentes de oro y plata, que se creyó encontrar en zonas apartadas pero conocidas de la Real Audiencia de la Nueva Granada. Se llegó a pensar que las minas del Chocó, Barbacoas, Antioquia, Patía y de algunas otras regiones bien podían reemplazar la producción de las agotadas vetas peruanas de Potosí. A lo que se debía sumar su potencialidad agrícola y la gran importancia que tenían sus puertos para el tráfico entre España y América y para el comercio entre las colonias. Todo ello redundó en que la casi abandonada Nueva Granada se convirtiera en objeto de interés y de notoria preocupación para las renovadas autoridades metropolitanas.


Todo ello se tradujo en la creación del cuarto virreinato americano. El primero fue el efímero virreinato de los hermanos Colón, que terminó en 1514. La creación del segundo, el de Nueva España, de 1535 primaron factores de dominio sobre el imperio azteca, de inmensa riqueza. El tercero, el del Perú, creado en 1542, respondió a la necesidad de un mejor gobierno sobre una sociedad lejana, levantisca y tal vez demasiado rica, como lo probaron sus primeras guerras civiles entre conquistadores. El de la Nueva Granada fue establecido por Felipe V en el año 1717, y se creó por la necesidad de la administración y control directo de las provincias marítimas del norte del subcontinente, constantemente asediadas por los extranjeros, y por la esperanza de incrementar las riquezas de la Corona.

El nuevo virreinato, delimitaba su territorio en una extensión de más de dos millones seiscientos mil kilómetros cuadrados que comprendían "toda la provincia de Santa Fe, Nuevo Reino de Granada, las de Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Caracas, Guayana, Antioquia, Popayán y San Francisco de Quito, con todos los demás términos que en ellas estuviesen incorporados". Se designaba como capital a Santafé de Bogotá. Se nombró como presidente de la Real Audiencia y encargado de preparar la transformación administrativa a Antonio de la Pedrosa y Guerrero, miembro del Consejo de Indias.

Más adelante Felipe V envió al virrey un extenso pliego de instrucciones de gobierno que compendiaba las políticas de concordia, protección y desarrollo que para las Indias se había trazado.

Por entonces había quien dudaba de la necesidad de este virreinato. El cabildo de Cartagena de Indias solicitó que el virrey radicara en la ciudad para facilitar la protección del puerto y la costa, objetivo fundamental de la nueva política. En febrero de 1720, Felipe V ordenó a sus funcionarios en Santafé, Cartagena y Popayán que informaran sobre la conveniencia de adoptar lo solicitado. La mayor parte de los consultados optaron por favorecer la determinación original. Prevaleció el criterio que había orientado siempre a la administración colonial española: desplegar las empresas colonizadoras en el interior del continente: ahora también se fomentarían empresas mineras en zonas de difícil acceso.

En noviembre de 1723 se dispuso la supresión del virreinato de la Nueva Granada, puesto que nada nuevo ni bueno se había obtenido y "permanece sin aumento de caudales, ni haberse podido evitar los fraudes y algunos desórdenes que se han ocasionado”. Se designó a Antonio Manso Maldonado como el nuevo presidente de la Real Audiencia. A pesar de que su jurisdicción pasó a pertenecer al virreinato del Perú, el Consejo de Indias dictaminó "que el Presidente de la Audiencia, Capitán General de las provincias de Santafé, tenga uso, y ejerza por sí solo la gobernación de todo el distrito de aquella Audiencia, así como lo tienen los Virreyes de la Nueva España". Con lo que se le proporcionaba completa autonomía al gobernante neogranadino y, según sus funciones, responsabilidades y atribuciones, bien podía equipararse a un virrey. Sólo que un presidente y una Audiencia costaban menos que un virrey y su corte.

Plaza Mayor de Bogotá en  1810

En 1739 el rey designó a Sebastián de Eslava como nuevo virrey de Nueva Granada. Se estableció así su jurisdicción: "Panamá, con el territorio de su capitanía general y audiencia a saber: las de Portobelo, Veragua y el Darién; las del Chocó, reino de Quito, Popayán y Guayaquil. Provincias de Cartagena, Río del Hacha, Maracaibo, Caracas, Cumaná, Antioquia, Guayana y río Orinoco, islas de Trinidad y Margarita.

Durante el resto del período colonial tan sólo se modificó el territorio al crearse la Capitanía General de Venezuela.

Con el definitivo establecimiento del virreinato se afirmaba la necesidad de una clara centralización administrativa como alternativa coherente para la nueva administración hispánica. Así, el principal objetivo de la "segunda conquista", la de los Borbones y sus reformas, no era exclusivamente detener a los extranjeros sino, más bien, controlar a los criollos y orientar las estructuras económicas coloniales hacia la dependencia y complementariedad con la metrópoli.

viernes, 21 de junio de 2024

Virreinato del Río de la Plata.

Creado en 1776 con capital en Buenos Aires e integrado por las gobernaciones del Río de la Plata, Córdoba del Tucumán, Paraguay y el Alto Perú. Este último fue incorporado con la intención de cubrir los gastos de su administración y funcionamiento con los ingresos fiscales provenientes de la producción de plata potosina.

La fundación de esta nueva unidad político-administrativa respondió en primer lugar, a la rivalidad comercial entre Buenos Aires y Lima que generó un clima de enfrentamiento y separación que amenazó los intereses económicos de la corona. En el ámbito externo influyeron tanto la presencia de contingentes portugueses en la estratégica colonia de Sacramento frente a Buenos Aires, como las incursiones de ingleses y franceses en la Patagonia e islas Malvinas del extremo sur.

El 1º de agosto de 1776 Carlos III, rey de España, creó el Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires en el marco de una serie de medidas destinadas a reorganizar el poder imperial. El antiguo gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, fue nombrado virrey. Comprendía los territorios que hoy ocupan la República Oriental del Uruguay, la República del Paraguay, la República de Bolivia, la República Argentina y el Estado de Río Grande, que pertenece actualmente a la República de Brasil. La creación de este virreinato implicó un aumento de la población de Buenos Aires, la consolidación de la estructura urbana y una transformación de esta ciudad en un importante centro comercial entre las colonias y la metrópolis.  Las provincias españolas en esta parte del continente lindaron desde el primer día con las colonias que Portugal fomentaba en el Brasil. Los portugueses invadían las tierras de las provincias argentinas, en la región de los ríos, en el interior del Paraguay y de la Audiencia de Charcas. Llegaron en uno de sus avances hasta edificar una fortaleza en la Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental, frente a Buenos Aires, desde donde mantenían un activo comercio clandestino con los habitantes de las provincias argentinas. Desalojados, volvieron siempre, sin que los gobernadores de Buenos Aires, dependientes del virreinato de Lima, pudieran obrar con la rapidez y los recursos necesarios.

La corona de España resolvió, en 1776, encomendar una expedición militar para contener a los portugueses y expulsarlos de los territorios que, fuera de toda discusión, pertenecían a las provincias del Río de la Plata. Para darle mayor autoridad, el rey erigió el virreinato, con carácter de provisional, formándolo con las provincias del Río de la Plata, Paraguay, Tucumán, Mendoza, San Juan del Pico y el distrito de la Audiencia de Charcas.

El virrey Ceballos, con un ejército aguerrido que trajo de España, arrojó a los portugueses de los puntos invadidos, destruyó el fuerte que habían construido en la Colonia del Sacramento, y desde Santa Catalina presentó al rey la conveniencia de erigir definitivamente el virreinato. El rey accedió y en octubre de 1777, erigió definitivamente el virreinato del Río de la Plata, nombrando sucesor de Ceballos a don Juan José Vértiz.

El propósito fundamental de la corona de España era el de defender y amparar su territorio, en la desembocadura de los ríos, al Este, en el interior y al Norte, impidiendo que los portugueses continuaran sus avances.

Al virrey Ceballos le debieron las provincias del Virreinato muchos progresos en el orden administrativo, porque fue él quien propuso la creación de una Audiencia en Buenos Aires, y amplió el permiso de tránsito para las mercaderías en las provincias interiores, favoreciéndose al comercio general.

Complementando el propósito de descentralización que demostraba Ceballos, la corona de España dictó en 1782, la real orden de erección de Intendencias, por la que se dividía el territorio del Virreinato, en ocho intendencias. Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Mendoza, Santa Cruz De La Sierra, (Capital en Cochabamba) La Paz, La Plata y Potosí.

Así abarcaba el Virreinato una extensión mayor a la cuarta parte de todo el continente, con las regiones más ricas y el sistema fluvial más poderoso.

La guerra con Portugal terminó por el tratado preliminar de límites, firmado en 1777. El virrey Ceballos, cuando acusó recibo de la cédula real que transcribía el tratado, habló de las dificultades con que se tropezaría en la demarcación, y dio su opinión en una forma que precisaba el estado de estos pueblos. Por esa ignorancia en que permanecieron todos los gobiernos y que aprovecharon los portugueses en sus invasiones, el Virreinato del Río de la Plata perdió gran parte de su primitivo territorio. La población no estaba tampoco en armonía con la enorme extensión del país, pues en esos años, (1778) la Intendencia de Buenos Aires tenía solamente, según el censo que se levantó, 37.679 habitantes, y no era de las menos pobladas.

Se dio comienzo a la demarcación. Durante la administración del criollo virrey Vértiz, se sublevó, en el Alto Perú, Túpac Amaru y arrastró a casi todos los indios peruanos. Vencido, sufrió un horrible castigo: los jueces le condenaron a presenciar el suplicio de todos los miembros de su familia, y después de cortarle la lengua, fue atado a cuatro potros y descuartizado.

El virrey Vértiz fue el primer funcionario de la colonia que tuvo iniciativas en el sentido del progreso moral y material de las provincias argentinas.

Extendió las fronteras y combatió contra los indígenas que habían empezado a invadir las estancias en la provincia de Buenos Aires para robar ganados.

Esas invasiones se llamaban “malones” y coincidieron con el comercio de los productos de la ganadería que se hacía por el puerto de Buenos Aires, y con los contratos con los gobiernos de Chile, para comprar ganados a los indios.

Desde 1777 a 1810, el virreinato tuvo once Virreyes. El último fue don Baltasar Hidalgo de Cisneros.

 

martes, 18 de junio de 2024

DESPOBLAMIENTO EN LA CONQUISTA DE AMÉRICA

La conquista española desencadenó una catástrofe demográfica sin precedentes en la historia de la humanidad: la población indígena disminuyó drásticamente en los años inmediatos al contacto y siguió haciéndolo durante mucho tiempo. Aceptado este hecho como indudable, debemos saber cuántos habitantes tenía América en 1492. Cifra complicada de establecer por la inexistencia de fuentes fidedignas y perturbada por el empeño en juicios morales, a favor o en contra, que restan objetividad a los cálculos. Por eso, eminentes especialistas, trabajando con modernos sistemas, para todo el continente, y sin considerar cálculos ya en el olvido, las cifras que se siguen manejando oscilan entre 13,3 millones (Rosenblat) y 15,5 millones (Steward) como estimaciones más bajas.  

Entre estos extremos hay toda una gama de propuestas intermedias. La guerra de cifras tiende a diluirse en una creciente aceptación de los cálculos medios, basada más en razonamientos lógicos que en demostraciones científicas que probablemente nunca lleguen. Por ejemplo, hasta el año 1930 América Latina en conjunto no superó los cien millones de habitantes (de ellos 33 millones correspondían a Brasil, donde hacia 1.500 no habría más de dos millones y medio de personas), tras décadas de intensa inmigración europea y en una situación sanitaria y productiva muy superior a la de fines del siglo XV.

Que México tuviera doble número de habitantes en 1519 (32 millones) que en 1930 (16.600.000), es difícil de creer, aunque lo verdaderamente difícil es demostrarlo. Sin embargo, aunque los especialistas no se ponen de acuerdo para establecer la población total del continente antes de la llegada de los europeos, todos aceptan como válido el cálculo hecho hacia 1570, sin sofisticados medios estadísticos, pero sí con buenas fuentes, por Juan López de Velasco, cosmógrafo del Consejo de Indias, según el cual en la América española había en ese momento algo menos de diez millones de indios (9.827.150). Por consiguiente, según sea la cifra inicial que aceptemos, resultará que la población había disminuido entre un 30 y un 90 por 100, o dicho de forma más absoluta y siniestra: habían desaparecido unos 3 o 4 millones de personas, o más de 90 millones, en siete décadas. La magnitud de la catástrofe es enorme, en cualquier caso. Además, el despoblamiento continuará después de 1570 y a lo largo del siglo XVII, si bien a un ritmo menor. A continuación, comienza una recuperación demográfica, que se generaliza a partir de mediados del siglo XVIII, de manera que, al concluir el período colonial, hacia 1825, en la América española hay unos ocho millones de indios (el 42 por 100 de la población total), concentrados en México, Guatemala, Quito (Ecuador), Perú y Charcas (Bolivia), los grandes núcleos de población india que existían al comienzo del período, y en la actualidad.

No sabemos con exactitud cuánto, pero sí sabemos por qué disminuyó la población indígena, aunque tampoco sea posible valorar con precisión lo que cada una de las causas conocidas representa en el fenómeno global. De la amplia gama de causas que usualmente se mencionan, citaremos sólo tres de las más significativas: Una, la violencia española. Dos, el "desgano vital" indígena. Tres: las epidemias. La violencia o brutalidad de los españoles, tanto en la conquista como en la colonización, ha sido desde Las Casas uno de los argumentos más repetidos como explicación del fenómeno, siendo la base de las conocidas teorías homicídicas y del genocidio. Sin duda la conquista fue extremadamente violenta y ocasionó una gran mortandad indígena, aunque no hasta el punto de provocar una contracción tan profunda y duradera en unos pueblos ya de antiguo acostumbrados a guerrear entre sí.

Lo mismo cabe decir sobre la explotación laboral (incluyendo malos tratos, trabajos excesivos, desplazamientos de población), que, siendo evidente y cierta, no proporciona una explicación suficiente del hundimiento poblacional, sobre todo para los pueblos mesoamericanos y andinos, acostumbrados también a enormes esfuerzos y trabajos. La colonización obligó a los indígenas a un reacondicionamiento económico y social (Nicolás Sánchez Albornoz) que agravó el derrumbe demográfico iniciado por las guerras de conquista. El impacto psicológico causado en los indios por su derrota y dominación (con la consiguiente anulación de todo su sistema de vida y creencias) es un factor muy importante, aunque muy difícil de evaluar. Se refleja en el llamado desgano vital, pronto traducido en suicidios -incluso colectivos- y en la reducción de la capacidad reproductiva indígena.

A la mortalidad causada por la violencia, desnutrición, agotamiento, se suma la caída de la fertilidad, impidiéndose así una pronta recuperación demográfica. La contraconcepción, el aborto y el infanticidio no son más que prácticas defensivas derivadas de la condición de sometimiento y explotación: "las mujeres han huido el concebir y el parir, porque siendo preñadas o paridas no tuviesen trabajo sobre trabajo; muchas, estando preñadas, han tomado cosas para mover y han movido las criaturas, y otras después de paridos, con sus manos han muerto sus propios hijos, para no dejar bajo de una tan dura servidumbre" (Fray Pedro de Córdoba).

Sobre esta población anímicamente deprimida y físicamente agotada se cebaron además las enfermedades epidémicas, que resultaron así una de las principales causas de la catástrofe, o la principal causa según muchos autores. El aislamiento americano había completamente indefensos ante la repentina invasión de gérmenes europeos, que se reprodujeron entre ellos a gran velocidad. Incluso enfermedades benignas para los adultos blancos, como sarampión, tos ferina o gripe, resultaban letales para los indígenas, y más aún lo eran otras como la viruela, el tifus o la peste bubónica que también causaban estragos en Europa; o enfermedades africanas como la fiebre amarilla y la malaria, que se harán endémicas en el Nuevo Mundo. Y si las epidemias fueron un poderoso aliado en la conquista ("costó esta guerra de México muchas vidas de indios, que murieron, no a hierro, sino de enfermedad", dice López de Gómara), incluso precediendo a la presencia física de los españoles (el inca Huayna Capac murió de viruela años antes de la llegada de Pizarro), los sucesivos y reiterados brotes a lo largo de los siglos XVI y XVII, frecuentemente asociados a hambrunas, explican la perduración del derrumbe demográfico indígena.

El virrey de Perú, marqués de Castelfuerte, en 1736: "Las causas de la decadencia de la población de las Indias son varias, y aunque todos los que han tratado y hablan de ellas ponen el principal origen de la ruina en... el trabajo de las minas, y aunque no dudo que este trabajo, el de los obrajes y otros concurren poderosamente al decaimiento, sin embargo, la universal que aun sin estas causas ha ido a extinguir esta nación es la inevitable de su preciso estado, que es la de ser regida por otra dominante, como ha sucedido en todos los imperios".

CRISTOBAL COLÓN Y LA FUERZA DE SU PASIÓN - (1)

Para un europeo del siglo XV era muy difícil imaginar un mapamundi de aquellos tiempos. No habían viajado por toda la tierra conocida. Tenía...