lunes, 9 de enero de 2017
FELIPE II - EL REY PRUDENTE
Pues allí estaba nuestro Felipe II en persona, que en sus dominios no se ponía el sol. O eso dijo al menos. Me quedo con el sobrenombre de “El rey prudente”.
La puñetera Leyenda Negra, alimentada por las muchas amistades peligrosas a quienes la poderosa España molestaba, se cebó en él como si el resto de los gobernantes europeos, como la hija de Ana Bolena y el bestia parda de Enrique VIII, que gobernaba Inglaterra, Isabel I se llamaba, nos odiaba cordialmente, los protestantes ni te cuento, el rey franchute Enrique II, el papa de Roma y demás elementos periféricos, fueran almas de la caridad.
Pero Felipe I de Nápoles, Felipe I de Inglaterra y Felipe I de Portugal, no es otro que nuestro Felipe II, una de las grandes figuras de la historia.
La hija del inglés Enrique VIII, la primera, era María Tudor, hija de Catalina de Aragón, a su vez hija de los RR CC. Felipe se casa con ella, su tía, el 25 de julio de 1554. Para poder esposar a su tía segunda, once años mayor que él, Felipe ha de firmar unas estrictas capitulaciones que le convierten en Rey de Inglaterra pero le impide gobernar, “el rey reina pero no gobierna”. En realidad le importaba un carajo la cuestión y la tía, porque creo que era fea de narices y de todo lo demás también, y él era un chaval de 30 años con toda su potencia de forma que en 1557 abandona el país para no volver nunca más. No tuvieron descendencia, y eso era lo malo porque heredará Isabel, la segunda hija de la bestia parda de Enrique VIII y la cortesana y favorita Ana Bolena. Felipe será rey de Inglaterra hasta el mismo día en que muere su esposa María, algo joven quizá. El hecho más reseñable de ese periodo es el breve retorno de Inglaterra al catolicismo, realizado el 30 de noviembre de 1554, y retornado apenas cinco años después promulgado por Isabel I de Inglaterra, en 1559.
Su reinado en Nápoles, sin embargo fue mucho más duradero. Y lo es porque para que el matrimonio de Felipe con María de Inglaterra fuera un matrimonio inter pares, de igual a igual, entre dos reyes, su padre Carlos V había abdicado en él la corona napolitana. Una corona que recibiría exactamente un día antes de recibir la corona inglesa, el día 24 de julio de 1554, de manos del regente de Carlos V en Nápoles. Lo cierto sin embargo es que Felipe II no estuvo en toda su vida en Nápoles, de donde sin embargo será rey hasta el mismo día de su muerte, el 13 de septiembre de 1598.
En agosto de 1578 se produce la muerte en Marruecos del Rey Sebastián I de Portugal. Un Sebastián que por otro lado, es sobrino de Felipe II, hijo como es de su hermana Juana de Austria. Luego de una serie de carambolas dinásticas que enredan la comprensión del tema, la cuestión es que los derechos dinásticos recaen sobre Felipe II por ser hijo de Isabel de Avis, o sea nieto del Rey Manuel I de Portugal. Pero antes de que Felipe pueda hacer valer sus derechos, se proclama rey Portugués un fulano llamado Antonio, Prior de Crato, que aunque es nieto como él del rey portugués Manuel I, el menda era lo que se decía “hijo no legítimo” de Luis de Avis, hermano de Isabel de Portugal, la madre de Felipe. Éste hace, sutilmente, es decir que lo hace enviando un potente ejército al frente del Duque de Alba. La batalla de Alcántara culmina con un “pies en polvorosa” de Antonio “el breve”.
El 12 de septiembre de 1580 y en Lisboa, Felipe II es proclamado Rey de Portugal con el nombre de Felipe I. Por lo tanto toda a península ibérica era española. Se desplazará a Lisboa entre 1581 y 1583, después de lo cual nombra regente del país a su sobrino el Cardenal Archiduque Alberto de Habsburgo. Igual que ocurre con Nápoles, Felipe será rey de Portugal hasta el mismo día de su muerte, el 13 de septiembre de 1598.
Felipe, casero, prudente, más bien tímido, marido y padre con poca suerte, heredero de medio mundo, hizo un sistema administrativo notable, que se conserva, para gobernar aquel tinglado internacional que lógicamente era muy complicado.
Para ser un tío tranquilo, la verdad es que anduvo de bronca en bronca. Guerras las tuvo con Francia, con Su Santidad, con los Países Bajos, con los moriscos de las Alpujarras, con los ingleses, con los turcos y algunos más que no me acuerdo, bueno sí, lo de la Armada Invencible y Lepanto. Se casó cuatro veces, tuvo un hijo medio boludo, un secretario golfo y lo de Portugal, que fue una ocasión perdida para la unidad territorial definitiva con España, porque se embarcó en la construcción de El Escorial para celebrar la batalla de San Quintín a los franchutes, y al centrar su política de esa forma en vez de llevarse la capital a Lisboa, se enrocó en el centro de la Península, gastándose el dineral que venía de las posesiones ultramarinas hispanolusas, además de los impuestos con los que sangraba a Castilla en las contiendas antes citadas. Aragón, Cataluña y Valencia, con el rollo de sus fueron no pagaban ni un maravedí.
Eso sí, sus embajadores vestidos de negro, arrogantes y soberbios, se paseaban por una Europa a la que con nuestros tercios, nuestros aliados, nuestras estampitas de vírgenes y santos, nuestra chulería y tal, seguíamos teniendo acojonada.
Felipe II fue un buen funcionario, diestro en la administración, un meapilas culto, sobrio, poco amigo del lujo, (ver su modesta habitación en El Escorial).
La verdad es que como economista le falló la puntería. Se fundió la tela, que era mucha, y nos endeudó hasta por donde cargan los carros, con banqueros alemanes y genoveses. Hubo tres bancarrotas que dejaron España con el culo al aire para el siguiente siglo, mientras la nobleza y el clero, que se escaqueaban silbando bajito, empezaron a vender títulos nobiliarios, cargos y toda clase de beneficios. Con el detalle de que los compradores, a su vez, los parcelaban y revendían para resarcirse. De manera que, poco a poco, entre el rey y la peña fueron montando un sistema nacional de robo y papeleo, y de papeleo para justificar el robo, que se parece a los ERES o al Caso Gurtel, como les plazca a sus señorías.
En mayo de 1565, la armada otomana llegó a las costas de Malta e inició el asedio a la isla, defendida por los caballeros de la Orden de San Juan u Orden de Malta. El asedio fue durísimo. Por suerte, este gran ataque fue detenido por los miles de soldados que envió España para socorrer a los sitiados. De haber caído en manos del Imperio Otomano, Malta se hubiera convertido en el trampolín perfecto para asaltar Italia.
En previsión de un ataque a la isla, el papa Pío V solicitó a España y Venecia la creación de una alianza militar con los Estados Pontificios con el objetivo de frenar la expansión otomana en el Mediterráneo. En 1571, Madrid, Venecia y Roma crearon la Santa Liga. Luego vendría la batalla de Lepanto, que le dedicaremos un capitulo como se merece.
Por otro lado, hablando de la Inquisición se puede decir que Felipe II, no mandó al cadalso a más que los luteranos, o Calvino, o el Gran Turco, o los gabachos la noche de San Bartolomé; o en Inglaterra María Tudor (Bloody Mary, de ahí viene), que se cargó a cuantos protestantes pudo, o la inglesa hija de Enrique VIII Isabel I, que aparte de inventar la piratería autorizada, hoy héroes nacionales allí, mató a católicos todos los que pudo.
Toda esta mierda de la Leyenda, y los gastos para defender la religión, surgida en el XVI se la debemos a Inglaterra y a Flandes (hoy Bélgica, Holanda y Luxemburgo), donde nuestro muy piadoso rey Felipe metió la pata hasta la ingle: «No quiero ser rey de herejes aunque pierda todos mis estados». Pues los perdiste al final Felipe. Nos metimos en charcos ajenos porque con nuestra península y la América que dominábamos teníamos más que de sobra para andar sacándole las castañas del fuego al Papa de turno y embarcarnos en guerras con unos y otros, todo por establecer por cojones una religión que estaba corrupta hasta las trancas,(de ahí Lutero), que en el fondo algo de razón tenía. Por ende también muchos no querían pagar impuestos «España nos roba», quizás les suene, y el rey prudente, en esto no anduvo fino, porque escuchó más a los confesores que a los economistas. Y a los flamencos y alemanes y demás, con sus rubias tetonas, bebiendo cerveza, lo de la religión dura y pagando, como que no.
Felipe II fue un hombre inteligente, muy culto y formado, buen mecenas, y coleccionista de arte.
Tuvo siempre una mala slud, sufrió enfermedades perdiendo la movilidad de la mano derecha.
Murió el 13 de septiembre de 1598. Fue el más poderoso monarca del mundo en aquel tiempo el que dejaba esta vida en el Monasterio de El Escorial, donde fue sepultado.
Pintura de Felipe II por Antonio Moro (1557)
Estatua de Felipe II realizada por Felipe de Castro en 1750
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