Una ciudad Patrimonio de la Humanidad que, a pesar de no ser
capital, lo tiene todo, y todo bien regado donde lo tradicional y lo vanguardista ponen la guinda a una localidad bañada
de olivos y de la luz única del sur.
En la caída del
Califato de Córdoba en 1031, llega la
época de los reinos de Taifas durante la cual “Bayyasa” será sometida por unos
y otros. En 1147 es reconquistada por Alfonso VII el Emperador. La ciudad
acuñará moneda para el rey leonés.
Poco después los almohades la conquistan. Pero a raíz de la
batalla de las Navas de Tolosa las tropas cristianas comandadas por Alfonso
VIII destruirán el Imperio Almohade. En unas terceras taifas, Bayyasa se erige
en capital de una efímera Taifa de Baeza. Su "emir" se declaró
vasallo de Fernando III, apoyándole en campañas contra otros emires musulmanes
pero murió asesinado a traición en Almodóvar del Río y Fernando III,
toma posesión definitiva de Baeza e integra la ciudad en el Reino de Castilla.
Con la llegada del 1700, el nuevo siglo trae también una
nueva dinastía, los Borbones, que dieron otro aire al reino de España. Para la
Baeza agotada, quizá fue ya demasiado tarde. Muy grave resultó el terremoto de Lisboa, de 1755, que quebrantó la mayoría de edificios y
viviendas.
Baez se encuentra en el mismo centro geográfico de la provincia
de Jaén, enclavada en la comarca de la Loma de la que se considera su capital
occidental. Ubicada cerca del río Guadalquivir, en un paisaje de tierras
fértiles de huertas, olivares y cereal. La ausencia de tierras no agrícolas
reduce los espacios de interés natural al río Guadalquivir y a los humedales de
la laguna Grande, de gran riqueza ecológica y la mayor de la provincia.
Plaza de Santa María
La Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza se
alza desde el siglo VII escribiendo su historia como sede episcopal visigoda,
más tarde como musulmana y nuevamente cristiana tras la Reconquista. Tras su
hundimiento, fue reconstruida por Andrés de Vandelvira con su característico
toque renacentista, a los que se añaden otros góticos y mudéjares. Igualmente
maravilloso es su Museo Catedralicio y su exterior, donde preciosos callejones
transportan a los paseantes a la época musulmana entre piedra y silencio. A pocos metros, la pequeñísima Plaza Santa Cruz aloja la
iglesia homónima, del siglo XIII, curiosa por su cantería típica del norte de
España y con frescos que datan del siglo XV, que representan escenas como la de
la Santa Cena. Casi desde su puerta es posible ver la sorprendente fachada del
Palacio de los Marqueses de Jabalquinto, obra de Juan Alfonso de Benavides
Manrique y Monumento Histórico Artístico por ser un bello ejemplo de gótico
isabelino, con ventanales en punta de diamante, arquerías de medio punto y
columnas renacentistas.

La presencia de Antonio Machado en la localidad no pasa
desapercibida. El legado que dejó el poeta, que se trasladó a Baeza meses
después de enviudar para dar clases, sigue presente como un velo cultural que
ya es una más de sus señas de identidad. A pesar de la pena que arrastraba el
profesor y las primeras impresiones negativas de un lugar en el que no quería
estar –había solicitado plaza en Madrid–, muchas son las pruebas de amor a esta
tierra que dejó en su obra.
Baeza se asienta sobre un terreno que ha estado
continuamente habitado, al menos desde la Edad del Bronce. Por esta razón, y a
pesar de las sucesivas destrucciones sufridas por las construcciones de todos
los períodos, la ciudad aún retiene un destacado patrimonio histórico y
cultural de carácter monumental, en el que están representadas diversas
culturas, períodos y estilos artísticos. En Baeza pueden contemplarse restos de
la Edad del Bronce, de la Época Romana, y de la Hispania visigoda, islámica y cristiana.
No obstante, el más rico patrimonio monumental conservado corresponde a los
diversos estilos artísticos presentes en la Baeza cristiana: desde el tardo-románico
y el gótico, al renacentista, manierista, barroco y neoclásico. No en vano en
2003 el casco histórico de la población, con su antigua ciudad intramuros, fue
declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.
Uno de los lugares que guarda más de su recuerdo es la
Antigua Universidad de Baeza. Fundada en el siglo XVI, fue una de las cuatro
universidades más antiguas de Andalucía hasta que la desamortización la
convirtió en centro de enseñanza secundaria. Además de su hermoso patio de
doble arcada, se conserva aún el Aula Antonio Machado con el mobiliario de la
época y retazos de su paso por el lugar. Contigua al edificio se encuentra la
Capilla Universitaria de San Juan Evangelista, otra de las bellas estampas que
deja la calle Conde Romanones.
Hace más de seis mil años las gentes que se asentaban en
esta atalaya frente al valle del Guadalquivir trabajaban el silex, creaban
piezas de cerámica lisa y tallaban piedra pulimentada. Desde entonces la vida
se fue abriendo paso y fue creando una geografía urbana que ha llegado al siglo
XXI con no pocos y hermosos testigos pétreos de su historia.
Rey Fernando III, el santo
En la zona que fue intramuros, antes de que desaparecieran
las poderosas murallas de Baeza, al principio de la soberbia Cuesta de San
Felipe Neri que culmina en la Catedral, nos encontramos con la singular fachada
de un palacio de piedra dorada. En su piel escribieron los autores un relato
cuyos ecos se escuchan entre el veraniego revoloteo de las golondrinas, y el
silencio de niebla de los inviernos, desde hace más de quinientos años.
Seminario San Felipe Neri
Es el palacio de Jabalquinto levantado a finales del siglo
XV, cuando el gótico se resistía a abandonar la piel de los edificios y el
renacimiento invadía su espacio entablando una conversación que en España se dio
en llamar Estilo Isabel, o Gótico Flamígero.
La sede del Señorío de Jabalquinto
Baeza, ciudad de realengo desde su reconquista en 1227, era
el hogar de múltiples familias nobles llegadas del norte, que lograron sus
títulos por sus actividades en campañas militares a favor de la Corona. En
recompensa, ésta les cedía señoríos en los territorios conquistados. Una de
aquellas familias, oriunda de León, fue la del linaje de los Benavides que por
sus servicios a los reyes sucesivos, obtuvieron el señorío de Jabalquinto, que
le da nombre a este edificio.
Catedral de Baeza
Según la interpretación de los escudos que aparecen en la
fachada, fue Juan Alfonso de Benavides Manrique, segundo señor de Jabalquinto y
notable guerrero, quien comenzó la fábrica de este emblemático palacio sobre
las fincas adquiridas por su padre, Manuel Benavides, hacia 1484.
De aquellos comienzos sólo se conserva la fachada principal.
Sus dos primeros cuerpos están enmarcados por dos machones circulares, en cuyo
remate la ornamentación evoca ecos mudéjares, por los mocárabes que envuelven
la especie de capitel que sujeta el suelo de los sencillos balcones que los
coronan. Por cierto el gracejo popular ha convertido la ornamentación de estos
"capiteles" en símbolos sexuales que representan ambos géneros, a uno
y otro lado de la fachada.
El resto del muro es un derroche ornamental cuya exuberancia
crece entre pináculos, cardinas y vanos conopiales geminados del más puro sabor
tardo gótico, y la siembra simétrica de puntas de diamante, flores de piña,
escudos nobiliarios, amorcillos, gotas, seres humanos y fantásticos animales,
del nuevo lenguaje renaciente que llegaba a la Península.
García Lorca visitó Baeza en 1916 y en 1917, cuando Antonio
Machado era allí profesor de francés. Os dejamos la visión de esta fachada de
aquel joven poeta:
…En estas cabalgatas hombres musculosos van desnudos,
apretando guirnaldas de rosas que cubren sus sexos, y las mujeres llevan las
bocas abiertas lujuriosamente y sus brazos son serpientes que se retuercen para
convertirse en hojas de acanto y lluvias de bolitas. Las marchas las cortan
monstruos marinos con cuernos de árboles y manos de flores, que abriendo sus
bocas hacen huir a las demás figuras. Algunas vuelan absurdamente y otras
descansan muy serias con las manos sobre los senos.
Cobija este bosque decorativo
de flores y figuras un gran alero primorosamente labrado, sostenido por grandes
zapatas en las que hay hombrones destartalados, perrazos enormes, caras de
noble expresión, entre ramajes de rostrillos, de margaritas, de puntas de
diamante, y de cabecitas de chivo… Coronando el palacio hay una veleta que
tiene forma de corazón, a su lado se eleva un ciprés. Impresiones y Paisajes.
(1918)
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