martes, 5 de agosto de 2025

RESTAURACIÓN BORBÓNICA - REGENTE MARÍA CRISTINA

La Restauración es la vuelta de la Casa Borbón y la consolidación de Fernando VII en 1814 hasta su muerte en septiembre de 1833. Su hija hereda, en virtud de la ley promulgado por Fernando VII, pero como era menor de edad tuvo de regente primero a su madre, María Cristina de Borbón, cuarta mujer de Fernando VII, que ocupa la Regencia de 1833 a 1840, tras la muerte de su marido.

MARÍA CRISTINA DE BORBÓN - A LOS 66 AÑOS 
Durante ocho años y madre de la futura Isabel II, no debe confundirse con otra María Cristina que también fue regente años después, María Cristina de Habsburgo-Lorena, viuda de Alfonso XII y regente en nombre de su hijo Alfonso XIII desde 1885 hasta 1902.
Durante la regencia de María Cristina de Borbón, las revoluciones urbanas habían potenciado el acceso de los liberales progresistas a los Ayuntamientos y ello hacía más difícil el control gubernamental de las grandes ciudades. Isabel tenía tres añitos cuando murió su padre. Reinaría durante poco más de cuarenta años, de 1833 a 1874.
La primera y mayor preocupación de la regente y el Gobierno fue controlar a los partidarios de don Carlos, hermano de Fernando, que desde Portugal, se había proclamado rey de España al conocerse la muerte del rey.
El movimiento Carlista surgió cuando Fernando VII abolió la “Ley de Sucesión Fundamental” que había instaurado Felipe V. Según las condiciones, las mujeres podrían heredar el trono aunque únicamente de no haber herederos varones en la línea principal, hijos, o lateral, hermanos y sobrinos. Fernando decretó la “Pragmática Sanción”, que volvía a establecer el sistema de sucesión tradicional de Alfonso X de Castilla, por el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones. Es decir, que podía reinar su hija Isabel, (como así lo hizo), en lugar de su hermano de él, Carlos María Isidro de Borbón. 

Carlos María Isidro de Borbón.
También los liberales eran mirados con recelo, los futuros progresistas. Ante la presión carlista María Cristina decidió acercarse a los liberales pues era la única manera de defender el trono de su hija. Sin embargo, la separación de lo que se ha denominado las dos Españas era mucho más compleja. Con Don Carlos se encontraban la mayoría de la opinión de País Vasco, parte de Cataluña y Navarra, hostil a la dinastía que les había privado de sus libertades particulares (fueros). La nobleza en cambio, al frente de los grandes latifundios apoyaba a la Corona, que era el régimen en que se habían perpetuado esos privilegios. El importante retraso que España había acumulado con respecto a las otras potencias europeas a nivel económico y social no fue solucionado después de la guerra.
La regente rompió toda relación con el liberalismo, pero también con los absolutistas más radicales que luego apoyarán a Don Carlos, sólo consiguió atraerse las críticas de la mayoría de la población. En ningún momento quiso recurrir a las ideas liberales y persiguió implacablemente a todo aquel que las defendía. Sólo se fio en su camarilla sin percatarse de que los miembros de esta cuidaban más de sus intereses personales que de los de la nación. Las provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la existencia de un régimen representativo basado en el muy moderado, Estatuto Real de 1834. Sustituyó a Cea Bermúdez por el liberal "moderado" Francisco Martínez de la Rosa, quien mantuvo al absolutista "reformista" Javier de Burgos.  El proyecto del gobierno fue iniciar una controlada transición política. Esa estrategia reformista fue la promulgación del "Estatuto Real" en abril de 1834.

ESTATUA DEL GENERAL ESPARTEROS EN MADRID 

Estallidos revolucionarios se produjeron entre 1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837 que imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso la reina regente, en el ejercicio de sus funciones.
A excepción del Gobierno presidido por el liberal progresista Mendizábal —que logró sacar adelante su Decreto desamortizador de 1836 y dejó preparada la Ley desamortizadora de 1837—, los otros tres Gobiernos eran de signo moderado.
En el verano de 1836 se desencadenaron una serie de levantamientos en Málaga, Granada, Cádiz y demás provincias andaluzas, Aragón, Valencia y luego al resto de España. Finalmente, la noche del 12 de agosto de 1836, en el Real Sitio de La Granja —donde la reina María Cristina y sus hijas se encontraban pasando el verano— se consumó el pronunciamiento de los sargentos, siendo obligada la Reina gobernadora a restablecer la Constitución de 1812 poniéndose fin de este modo al Estatuto Real de 1834.
María Cristina se vio obligada a encomendar el poder a los progresistas. El nuevo presidente del Consejo de Ministros fue Calatrava, y éste nombró a Mendizábal ministro de Hacienda, quien pudo entonces sacar adelante su Ley desamortizadora de 1837.
Se convocaron Cortes Constituyentes en octubre de 1836, para revisar la Constitución de 1812. Se designó una Comisión encargada de la reforma constitucional, se elaboró un nuevo texto constitucional: la Constitución de 1837, que fue sancionada por la Reina gobernadora el 18 de junio de 1837.
El gobierno de Calatrava cayó y a consecuencia de esta inestabilidad política, los carlistas aprovecharon para reiniciar su ofensiva, llevando a cabo personalmente el pretendiente Carlos la llamada Expedición Real, llegando a las puertas de Madrid con sus tropas en septiembre de 1837. Pero Carlos no atacó Madrid, pues venía con la intención de pactar con su cuñada y sobrina María Cristina.

ISABEL II DE JOVEN 
Los sucesos del mes de agosto de 1836 habían supuesto una humillación que, desde entonces, pensó en la posibilidad de hacer un acuerdo secreto con Carlos María Isidro, ofreciéndole para su hijo, la mano de Isabel II. Pero María Cristina se arrepintió y no abrió la capital a Carlos, quien tuvo que abandonar Madrid sin pacto alguno y en su retirada, sufrir la derrota en Guadalajara por el general Espartero.
Al caer Calatrava, la Reina gobernadora ofreció el Gobierno a Espartero, pero éste lo rechazó con el pretexto de tener que ponerse al frente del ejército que combatía a los carlistas.
Acababa la Guerra Carlista, el general Espartero, ya conde de Luchana y ahora duque de la Victoria tras el abrazo de Vergara, era considerado el héroe de la Guerra Carlista y el militar de máximo prestigio del momento. María Cristina ya se dio cuenta claramente de que Espartero se había convertido en el hombre fuerte del progresismo.
La Reina gobernadora y su hija Isabel II llegaron a Barcelona el 30 de junio de 1840. Dejó bien patente el enfrentamiento que existía una gran diferencia entre la postura de María Cristina, identificada por completo con los moderados, y la de Espartero, vinculado totalmente a los progresistas. Espartero presionó personalmente a la reina María Cristina con la amenaza de un estallido popular si Pérez de Castro seguía al frente del Gobierno.
Espartero envió a la Reina regente su programa en forma de ultimátum: disolución de las Cortes, convocatoria de nuevas elecciones. María Cristina sancionó la Ley de Ayuntamientos, lo cual supuso la inmediata ruptura con Espartero, quien dimitió de todos sus cargos.
Unas fuertes manifestaciones hicieron caer al Gobierno de Pérez de Castro. La reina María Cristina tuvo que dar paso a un nuevo Gobierno de carácter progresista.
La Familia Real decidió marcharse a Valencia y estalló el 1 de septiembre de 1840 en Madrid primero y después en toda España un movimiento revolucionario que cristalizó en la creación de juntas revolucionarias de gobierno. Ante la gravedad de los acontecimientos, María Cristina llamó a Espartero y le pidió que pusiera fin a aquella revolución, a lo que Espartero contestó que no podía hacerlo porque él se sentía plenamente identificado con ella.
La Reina gobernadora se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que abdicar la Regencia en la persona del general Espartero. Depuesta como regente en 1840 y desterrada junto a su esposo don Fernando Muñoz, volvió a España tres años después, coincidiendo con la mayoría de Isabel II. No obstante, este hecho le llevaría otra vez el exilio temporal en 1856, que habría de convertirse en definitivo con el destronamiento de su hija en 1868. Falleció en Sainte-Adresse (Francia) en 1878, poco después de ver con satisfacción la restauración borbónica en España en la persona de su nieto Alfonso XII. Foto de los generales Espartero y Maroto poniendo fin a las guerras Carlistas. 


El pronunciamiento incruento de Torrejón de Ardoz, del 22 de julio de 1843, puso punto final a la regencia del duque de la Victoria, quien tuvo que abandonar España el 30 de julio y refugiarse en Inglaterra.
Los moderados, con el general Narváez a la cabeza, llegaban de nuevo al poder y era proclamada reina de España Isabel II, a los trece años, adelantándose cinco años su mayoría de edad.
Con los moderados gobernando, la reina María Cristina había regresado a España en 1844, sin pensar en corregir el gran error que la había conducido al exilio: identificarse por completo con el Partido Moderado, además de constituirse en un apoyo básico para la exclusión política del Partido Progresista, lo que a la larga le trajo graves consecuencias.
A su regreso del exilio María Cristina fijó su residencia habitual con su esposo en el palacio de la madrileña calle de las Rejas —próximo al Palacio Real—, ejerció una gran influencia sobre su hija Isabel II, interviniendo directamente en muchos temas políticos durante la Década Moderada (1843-1853), temas que no eran de su competencia sino de su hija, reina constitucional de España.
Más adelante María Cristina se volvió a instalar con su familia en Francia y, aunque su hija Isabel II, durante el Gobierno Largo de la Unión Liberal (1858-1863), pidió al general O’Donnell que autorizase la vuelta de la Reina madre a España, el duque de Tetuán se opuso a ello. Quedaba muy lejos la antigua identificación del joven general O’Donnell con la Reina gobernadora, que no volvería ya nunca a España.

viernes, 1 de agosto de 2025

LA DIVISIÓN AZUL ESPAÑOLA

Fue la 250ª División de Infantería de las fuerzas armadas alemanas que luchó en el frente del Este. La formaron unos 45.500 hombres, de corte mayoritariamente falangista al principio (voluntariado azul) y militar al final (“caquis” obligados).

El ataque alemán a la URSS se desencadenó en la madrugada del 22 de junio de 1941, 3.050.000 hombres en total, con la ayuda de 18 divisiones finlandesas y 12 rumanas, embistieron las posiciones soviéticas a lo largo de un frente de 2.400 kilómetros, desde el océano Ártico hasta el mar Negro.
Pero volvamos a España y sus problemas de aquellos tiempos. Terminada la guerra civil en 1939, con la derrota del gobierno, poco tiempo después estalla la II Guerra Mundial. Alemania trata de conseguir la adhesión de la España fascista, la Falange pero no lo consigue y ésta se declara neutral. De todas formas Franco estaba en deuda con Alemania por la aportación de la legión Cóndor durante la guerra, y después de la adhesión de Italia, Franco se declara “no beligerante”, que es una forma de tomar parte por un bando sin participar directamente en la guerra.
En el verano de 1941 se lanzó la Operación Barbarroja, que fue la invasión de la Unión Soviética de Stalin por parte de las tropas de Hitler lo que consigue que Franco encuentre la ocasión para saldar su deuda con Alemania, seguir siendo no beligerante, pues no declara la guerra a la URSS.

El Ministro español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, informó a Franco, su cuñado, y le planteó la posibilidad de contribuir a la lucha alemana con un contingente falangista voluntario.
Se aprueba el envío de tropas de voluntarios, una división, que sería la llamada División Azul.  El mando español estaría compuesto por oficiales, pero los soldados muchos no eran profesionales. Se organizó una serie de oficinas de reclutamiento por el país y el éxito fue grande. Aunque se realizó propaganda, se desbordaron las expectativas. Al principio fueron militares con experiencia y muchos simpatizantes de la causa falangista. Se les garantizaba un doble sueldo y las familias cobrarían un subsidio, cartilla de racionamiento más amplia, etc.
Los que se alistaron lo tenían claro. No era para ayudar a Hitler, era para luchar contra el comunismo, que era el gran peligro que amenazó a España años atrás. Fueron casi 50.000 soldados, no todos profesionales los que participaron en varias batallas en Rusia, entre 1941 y 43. No voy a entrar en la ideología de si estuvo bien o estuvo mal, solo en el hecho de aquellos hombres que fueron a pelear, sufrir, morir congelados, ametrallados, en campos de concentración otros y muchos heridos, amputados, etc. solo porque querían participar en algo que motivaba una acción de ese calibre. Casi 5.000 españoles murieron, cerca de 9.000 heridos. Los que fueron hechos prisioneros, muchos no pudieron sobrevivir al cautiverio en los Gulag, campos de trabajo forzado. Los que fueron liberados lo consiguieron diez años después, una vez muerto Stalin. Los que murieron en combate se encuentran en un cementerio en Novgodod, en Rusia, pero muchos están enterados en el mismo sitio donde cayeron.

Es verdad que tuvieron que jurar fidelidad a Hitler, pero exigieron que constase que lo hacían para combatir al comunismo.
Marcharon y se concentraron en la localidad bávara de Grafenwörhr donde tuvieron un intenso programa de entrenamiento durante más de un mes.
El viaje hacía Rusia fue muy duro. Necesitaron 53 días, hasta mediados de octubre de 1941, para llegar al frente. La primera parte del viaje la hicieron en tren, pero desde Suwalki (Polonia) hasta las proximidades de Moscú lo hicieron a pie, casi 900 kilómetros. Se impuso un ritmo de entre 30 y 40 kilómetros diarios.
Cuando la División Azul transitaba ya por la autopista que la conducía a Smolensko, Muñoz Grandes recibió la inesperada orden de virar. En lugar de dirigirse a Moscú, debía hacerlo hacia el norte, hacia Novgorod. Era una decisión de Hitler ante la necesidad de refuerzos en la zona y ante los malos y prejuiciosos informes alemanes sobre los españoles. La unidad mantenía una ambigua relación con sus colegas alemanes, cuyo “orgullo racial” y concepto del orden dificultaban la interacción con personas de ámbito mediterráneo, más propensas al individualismo y la improvisación. 

Durante la marcha, en la ciudad de Grodno, los divisionarios confraternizaron con las muchachas judías, para disgusto de los alemanes. Cantaban, iban con los primeros botones de la guerrera desabrochados y se relacionaban con los residentes, al margen de credos y prejuicios raciales. Sus tratos con los civiles rusos generalmente fueron sencillos y amables, afectuosos incluso.

Pero una vez en el frente, los españoles se ganarían la confianza de los alemanes por su manera de entender el combate, sin concesiones a los reveses, lo reconoció Hitler ante los suyos, en privado, y ante los micrófonos de la radio. Y cuando se cambiaran las tornas para los invasores, sabrían resistir e improvisar. La reconciliación hispano-alemana de manos de la lucha lo sería hasta tal punto que, tras su repatriación, la “Blaue Division” se echaría en falta.
El momento del combate llegó en la zona del río Voljov, en torno a la ciudad de Novgorod. El avance español, que empezó con el cruce del río y la toma de diversas localidades, duró unos días y alcanzó Posselok, Otenski y Possad. Pero la reacción soviética obligó a los divisionarios a una dura lucha en el invierno de 1941 y 1942 que fue el más frío de cuantos se habían vivido en lo que se llevaba de siglo.
Las noticias que fueron llegando a España con el tiempo, durante el invierno de 1941 a 1942, del primer contingente sobre la dureza del invierno hizo más difícil conseguir reemplazos. Opositores al régimen se alistaron para obtener una “limpieza de antecedentes”.


En Rusia se dio una de esas amargas paradojas propias de nuestra Historia y nuestra permanente guerra civil; porque en el frente de Leningrado volvieron a enfrentarse españoles contra españoles.
De una parte estaban los encuadrados en las guerrillas y el ejército soviético, y de la otra, los combatientes de la División Azul: la unidad de voluntarios españoles que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromisos con la Alemania de Hitler.
Sabemos de primera mano que un exsoldado republicano, se alistó en la División Azul para ayudar a su padre encarcelado tras la Guerra Civil. Ése fue el caso de muchos de los voluntarios para Rusia, en cuyas filas, junto a falangistas y anticomunistas, hubo otros que fueron por necesidad, hambre o deseo de aventura. El caso es que, sin distinción de motivos, y aunque su causa fuese una causa equivocada, todos ellos, compatriotas nuestros, combatieron allí con mucho valor y mucho sufrimiento. Por eso, para recordarlos, voy a contar hoy la historia de los españoles del lago Ilmen.
10 de enero de 1942: nieve hasta la cintura, un lago helado, grietas y bloques que cortan el paso, temperatura nocturna de 53º bajo  cero. En una orilla, medio millar de soldados alemanes cercados y a punto de aniquilación por una gigantesca ofensiva rusa. En la orilla opuesta, a 30 kilómetros, la compañía de esquiadores del capitán José Ordás: 206 extremeños, catalanes, andaluces, gallegos, vascos… La orden, cruzar el lago y socorrer a los alemanes cercados en un lugar llamado Vsvad. La respuesta, muy nuestra: “Se hará lo que se pueda y más de lo que se pueda”. El historiador Stanley Payne definió aquella acción en tres escuetas palabras: “Una misión suicida”. Y lo fue.

“Nosotros, los españoles, sabemos morir”, escribe un joven teniente a su familia en vísperas de la partida. Apenas se internan en el lago empiezan a cumplirse esas palabras. Arrastrando entre la ventisca los trineos con las ametralladoras  la columna de hombres vestidos de blanco avanza por el infierno helado. Veinticuatro horas después, la mitad está fuera de combate: 102 muertos o afectados por congelación. El resto, tras superar seis grandes barreras de hielo y grietas con el agua hasta la cintura, con casi todas las radios y brújulas averiadas, alcanza la otra orilla. Allí, uniéndose a 40 letones de la Wehrmacht, los 104 españoles bordean el Ilmen hacia la guarnición cercada, peleando.
El 12 de enero, los españoles toman una aldea y la defienden de los contraataques soviéticos. A esas alturas sólo quedan 76 hombres. El 17 de enero, 37 de ellos toman varias aldeas. El contraataque ruso es feroz. Dos días más tarde, otra sección encaja el contraataque de una masa de blindados, artillería, aviación e infantes soviéticos, y sólo logran replegarse, tras defender tenazmente sus posiciones, cinco españoles y un letón (mensaje del capitán Ordás) “La guarnición no capituló. Murieron con las armas en la mano»” Veinticuatro horas después, otro violento avance de blindados rusos es detenido con cócteles molotov (mensaje de Ordás: “Punta de penetración enemiga frenada. Los rusos se retiran. Dios existe”.


El 24 de enero, retirándose ya todos, los rusos les cortan el paso. Quedan 34 españoles vivos, la mitad heridos. Los que pueden combatir se presentan voluntarios para recuperar la aldea y los cadáveres de sus compañeros muertos cinco días atrás. Apoyados por un blindado alemán, 16 españoles atacan y la toman de nuevo. El termómetro marca 58º bajo cero y el frío hiela los cerrojos de los fusiles. Por fin los españoles regresan a su punto de partida. De los 206 hombres que salieron dos semanas atrás, sólo hay 32 supervivientes. Todos recibirán la Cruz de Hierro alemana, la Medalla Militar colectiva, y el capitán Ordás, la individual. El más exacto resumen de su epopeya entre Ordás y el cuartel general: “Dime cuántos valientes quedáis en pie”… “Quedamos doce”.
Hay gente que no se rinde nunca. Su origen y destino fue diverso: de entre los niños enviados a la URSS durante la Guerra Civil, de los marinos republicanos exiliados, de los jóvenes pilotos enviados para formarse en Moscú, de los comunistas resueltos a no dejar las armas, salieron numerosos combatientes que se enfrentaron a la Wehrmacht encuadrados en el ejército ruso, como guerrilleros tras las líneas enemigas o como pilotos de caza. Uno de éstos, José Pascual Santamaría, conocido por Popeye, ganó la orden de Lenin a título póstumo combatiendo sobre Stalingrado. Y cuando el periódico Zashitnik Otechevsta titulaba "Derrotemos al enemigo como los pilotos del capitán Alexander Guerasimov", pocos sabían que ese heroico capitán Guerasimov se llamaba en realidad Alfonso Martín García, y entre sus camaradas era conocido por El Madrileño. 

O que una unidad de zapadores minadores integrada por españoles, bajo el mando del teniente Manuel Alberdi, combatió desde Moscú hasta Berlín, dándose el gusto de rebautizar calles berlinesas escribiendo encima, con tiza, los nombres de sus camaradas muertos. En cuanto a lucha de guerrillas, la relación de españoles implicados sería interminable, haciendo de nuevo verdad aquel viejo y sombrío dicho: "No hay combatiente más peligroso que un español acorralado y con un arma en las manos". Centenares de irreductibles republicanos exiliados lucharon y murieron así, en combate o ejecutados por los nazis, tras las líneas enemigas a lo largo de todo el frente ruso, y también en Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia y otros lugares de los Balcanes. El balance oficial lo dice todo: dos héroes de la Unión Soviética, dos órdenes de Lenin, 70 Banderas y Estrellas Rojas (una, a una mujer: María Pardina, nacida en Cuatro Caminos), otras 650 condecoraciones diversas ganadas en Moscú, Leningrado, Stalingrado y Berlín, y centenares de tumbas anónimas.

Y en Rusia, en el frente de Leningrado volvieron a enfrentarse españoles contra españoles. De una parte estaban los encuadrados en las guerrillas y el ejército soviético, y de la otra, los combatientes de la División Azul: la unidad de voluntarios españoles que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromisos con la Alemania de Hitler. En ella, conviene señalarlo, había de todo: un núcleo duro falangista y militares de carrera, pero también voluntarios de diversa procedencia, desde jóvenes con ganas de aventura a gente desempleada y hambrienta o sospechosos al régimen que así podían ponerse a salvo o aliviar la suerte de algún familiar preso o comprometido. Y el caso es que, aunque la causa que defendían era infame, también ellos pelearon en Rusia con una dureza y un valor extremos, en un infierno de frío, nieve y hielo, en el frente del Voljov, en la hazaña casi suicida del lago Ilmen (los 228 españoles de la Compañía de Esquiadores combatieron a 50º bajo cero, y al terminar sólo quedaban 12 hombres en pie), en el frente de Leningrado o en Krasny Bor, donde todo el frente alemán se hundió menos el sector donde, durante el día más largo de sus vidas y muertes, 5.000 españoles pelearon como fieras, a la desesperada, aguantando el ataque masivo de 44.000 soldados soviéticos y 100 carros de combate, con el resultado de una compañía aniquilada, varias diezmadas, y otras pidiendo fuego artillero propio sobre sus posiciones, por estar inundados de rusos con los que peleaban cuerpo a cuerpo. Obteniendo, en fin, del propio Hitler este comentario: “Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados”. Y confirmando así unos y otros, rojos y azules, otra vez en nuestra triste historia.

CEMENTERIO DE LOS DIVISIONARIOS ESPAÑOLES EN RUSIA 

Moscú no había sido tomada y Leningrado resistía. A principios de 1943, un ataque soviético en Krasny Bor, otra barriada de Lenningrado, provocó 2.252 bajas entre los españoles en un solo día con 1.125 muertos.
En octubre la División Azul abandonaba el frente de combate. Sin embargo, quedó allí una Legión Azul como una especie de parche del régimen de Franco para justificar ante Alemania la retirada de la División Azul. Sólo vivió un mes en el frente. A finales de febrero, Hitler decidió su repatriación. Acabada también la Legión Azul, quedaron aún al lado de Alemania unos cientos de combatientes españoles, pero ya no como unidad oficial, sino como voluntarios que luchaban clandestinamente, pues el régimen abominó de ellos. La causa aliada se imponía de forma clara a un Eje en paulatina descomposición. Franco cambió de rumbo: la de congraciarse con los aliados. Y ello hasta el extremo de olvidarse a varios cientos de divisionarios en el presidio soviético durante más de 10 años (entre 1941 y 1954). Éstos llegaron el viernes 2 de abril de 1954 al puerto de Barcelona a bordo del buque Semíramis.

Sin embargo al regresar a casa el régimen de Franco les da la espalda. Los exdivisionarios siempre se quejaron de que en comparación con los excombatientes de la Guerra Civil a ellos se les consideraba medio proscritos, medio malditos. Esto se debe a que el franquismo se tenía que reinsertar en el concierto internacional. Es a partir de los años 50, cuando el Gobierno español presenta a la División Azul como suerte de abanderada, de precursora de la guerra fría. Se había ido a combatir contra el comunismo, al lado de Alemania, pero no por Alemania.
Al volver a casa cada divisionario se las tuvo que apañar de acuerdo con sus conocimientos previos y sus conocidos. Unos ocuparon puestos como funcionarios y otros fueron a alcaldes. 

Sin embargo otros terminaron marginados, como el caso del divisionario que en Bilbao estaba pidiendo por la calle, con la Cruz de Hierro prendida, para escándalo del cónsul alemán.
 
 

miércoles, 30 de julio de 2025

BATALLA DE TRAFALGAR – 1805

Napoleón se había proclamado emperador en 1804.  Fue cuando Carlos IV de España y Napoleón I de Francia, merced los varios tratados firmados con la anterior República Francesa (1792-1804), el de Basilea en 1795 que puso fin a la guerra entre ambos países y España cedió su parte de Santo Domingo a Francia, y el Tratado de San Ildefonso en 1800 que entregó Luisiana a Francia a cambio de la creación del reino de Etruria con capital en Florencia.


España, como siempre deseaba recuperar Gibraltar, por lo que esa ocasión podría interesarle. Además de que esos acuerdos obligaban a España a poner a disposición de éste la Armada para combatir a la flota británica. Con lo cual nos hicimos aliados de Francia para invadir a Inglaterra comenzando por la famosa y batalla de Trafalgar. Tuvo lugar el 21 de octubre de 1805.
El origen del conflicto es en mayo de 1803. Los ingleses que rechazaban a Napoleón por su interés en dominar Europa, comenzaron las hostilidades contra Francia pese a un acuerdo firmado anteriormente. Ambas potencias sabían que la posición de España sería vital. Poseía un poderosa flota.
Napoleón reclamó a España su adhesión reclamando su compromiso de acuerdo con los Tratados que ya hemos expuesto.

HORATIO NELSON
La postura  de España estaba comprometida y se convino la aportación de la flota, hombres y gastos. Su neutralidad por tanto no existía y así lo entendió el gobierno británico, y tomó medidas registrando cualquier barco español. Esto ya en 1804 y en el mes de octubre varias fragatas atacaron un convoy español proveniente de América y hundieron un barco con pasajeros.
Esto fue lo que ya España no podía dejar sin respuesta, por lo que declaró la guerra a Gran Bretaña el 12 de diciembre de 1804 y firmó un tratado con Francia en enero del año siguiente.

FEDERICO GRAVINA 

Napoleón decidió reunir en el campo de Boulogne un ejército de 200.000 hombres para intentar un desembarco en Inglaterra. España, aportaba a disposición de Francia una treintena de navíos de línea. Ya era necesario componer una buena estrategia para distraer a la flota británica del canal de la Mancha.
Tres escuadras francesas con la incorporación de las españolas, debían reunirse en las Antillas para atraer hacia allí a la armada británica.
Un plan complejo, y la descoordinación de las distintas escuadras dio al traste con la operación. Sólo el almirante francés Pierre Charles Silvestre de Villeneuve consiguió salir de Tolón evitando la escuadra del almirante británico Horatio Nelson, que vigilaba el Mediterráneo. Una vez la escuadra española, al mando del teniente general Federico Gravina, se incorporó a la flota francesa, las naves pusieron rumbo al Caribe.
Tras realizar varios ataques se vio que Nelson había mordido el anzuelo, Villeneuve volvió a Europa. Pero en Finisterre, la flota combinada se topó con la escuadra británica que bloqueaba El Ferrol. El combate pese a la superioridad numérica franco-española, quedó en tablas. Dudoso Villeneuve no esperó en aguas gallegas la llegada de refuerzos franceses y acabó por poner rumbo a Cádiz, donde llegó en agosto.

DIONISIO ALCALÁ GALIANO 

Cuando Napoleón supo de la maniobra de Villeneuve, montó en cólera y le obligó a abandonar la ansiada invasión de Inglaterra. Napoleón decidió sustituir a Villeneuve y envió en su lugar, a Cádiz, al almirante François Étienne de Rosily. Pero, mientras este no llegaba, dio orden a Villeneuve de adentrarse en el Mediterráneo para apoyar las operaciones terrestres en Nápoles. Esta orden acabaría resultando fatal.
La bahía de Cádiz estaba entonces bloqueada por una escuadra  de Nelson, que esperaba la ocasión. Villeneuve se aprestó a cumplir las instrucciones de Napoleón y hacerse cuanto antes a la mar. En octubre en una reunión los españoles aconsejaron a Villenueve esperar a los británicos en la bahía y no arriesgar la salida ya que se anunciaba mal tiempo. “Aquí lo único que baja es el valor”, exclamó el contra-almirante francés Charles Magon, acalorando los ánimos. El brigadier español Dionisio Alcalá Galiano exigió una disculpa y acabó retando a Magon a un duelo que nunca tuvo lugar porque ambos murieron días más tarde. Al final, se decidió permanecer en Cádiz. Federico Gravina y otros altos mandos españoles, como Cosme de Churruca (al mando del navío San Juan Nepomuceno) o el general Cisneros (al mando del enorme Santísima Trinidad), y otros mantuvieron fuertes discusiones con los mandos franceses. Estos optaban por salir de Cádiz, mientras que los españoles recomendaban esperar, por ser el viento desfavorable y aproximarse un temporal en la zona.

COSME DE CHURRUCA

Pero Villeneuve se decidió arriesgarse para recuperar su prestigio. Ordenó la salida de la flota combinada. El brigadier Cosme Damián Churruca le dijo a un familiar que servía a sus órdenes: “Despídete de tus padres, porque mi suerte será la tuya: antes de rendir mi navío lo he de volar o he de echarlo a pique”. Cuando Rosily llegó a Cádiz, el desastre ya se había consumado.
Hasta el amanecer del 20 de octubre, la flota combinada no pudo dejar la bahía debido a la falta de viento. Se componía de 33 navíos de línea,  entre ellos el más grande de la época, el barco de la Real Armada española Santísima Trinidad, al mando del general Baltasar Hidalgo de Cisneros, con cerca de 1.200 hombres y 136 cañones. Por la tarde, Villeneuve ordenó a la flota poner rumbo a Gibraltar. Nelson sabía de las evoluciones de Villeneuve y su flota navegaba hacia la franco-española para interceptarla.
La madrugada del 21 de octubre, ambas flotas se avistaron. A las 8 de la mañana, Villeneuve tomó una decisión que resultó catastrófica. Ordenó virar en redondo para evitar que Nelson pudiera cortarle la retirada a Cádiz. Al ver la señal, Churruca exclamó: “El almirante no sabe lo que hace, estamos perdidos”. La maniobra fue ejecutada, pero, al ser el viento más flojo en cabeza que en cola, se provocaron apelotonamientos y la línea de batalla quedó confusa. El almirante Gravina, que había quedado en retaguardia con su barco, el Príncipe de Asturias, dio órdenes para rectificar la formación, pero poco se pudo hacer ante la llegada de la flota británica.

BALTASAR HIDALGO CISNEROS

Nelson disponía de 27 navíos en dos columnas, una encabezada por su buque insignia Victory, y otra al mando del vicealmirante Cuthbert Collingwood. Antes de mediodía, Nelson envió la señal de batalla a sus buques. Los españoles izaron en el mástil una cruz de madera, a la vieja usanza de su marina desde Lepanto, y se dispusieron a recibir a los británicos. Villeneuve dio orden de abrir fuego.
La columna de Collingwood se interpuso entre la retaguardia y el centro de la línea franco-española, y la de Nelson más retrasada, marchaba directa a incrustarse en el centro aliado, donde se hallaban el Bucentaure y el Santísima Trinidad. La genial maniobra del inglés consiguió cortar la línea aliada en dos partes, quedando 10 barcos en vanguardia. Los otros 23 navíos se enzarzaron con los británicos en escaramuzas que terminaron  a favor de los ingleses.
El Bahama se enfrentó inicialmente contra dos navíos de la columna de Collingwood y después contra otros dos hasta que un proyectil arrancó la cabeza a su comandante, Alcalá Galiano. Aunque antes del combate había gritado a su tripulación: “¡Tengan todos entendido que la bandera está clavada! ¡Este barco no se rinde!”. Pero, ya muerto el comandante el Bahama, capituló.
Magon, el contraalmirante francés que tenía una cuenta pendiente con Alcalá Galiano, también resultó mortalmente herido en el Algesires, y también el vasco Churruca en el San Juan Nepomuceno. Este ocupaba el último lugar de la línea de batalla y se enfrentó sucesivamente a cinco navíos británicos. Churruca perdió la pierna de un cañonazo, pero, en un gesto heroico, pidió un barril de arena a fin de cortar la hemorragia y permanecer erguido para continuar dando órdenes. Muerto su jefe y tras cuatro horas de combate, el Nepomuceno acabó rindiéndose a los ingleses. Como había escrito Churruca a su hermano: “Si oyes hablar de la captura de mi barco, piensa que he muerto”.
El Victory de Nelson sufrió el fuego de cuatro navíos antes de recibir refuerzos. Arrimado al Redoutable francés, hubo  tentativas de abordaje y fuego de fusilería sobre las cubiertas intenso. Una bala hizo saltar una astilla de la cubierta que hirió al capitán Thomas Hardy, comandante del Victory. Al rato, otra bala hacía blanco en el almirante inglés: “¡Por fin lo han conseguido, Hardy!  ¡Me han roto la espina dorsal!”. Eran las 13:25; Nelson fallecería tres horas más tarde, sabedor de la victoria.
Ante la superioridad británica, Dumanoir huyó con cuatro barcos franceses hacia Gibraltar sin apenas haber luchado, en tanto que Gravina, con la batalla ya decidida y mientras acechaba el temporal, logró reunir 11 navíos y los dirigió a Cádiz en busca de refugio. Hacia las seis de la tarde, el combate acabó tras la explosión de un navío francés, el Achille, que fue el único barco hundido durante la jornada.
La flota franco-española perdió 23 de los 33 barcos que iniciaron el combate en Trafalgar.
Collingwood, al mando de la escuadra británica tras la muerte de Nelson, decidió afrontar el temporal mar adentro llevándose consigo los 17 navíos apresados. Al día siguiente, a pesar del mal tiempo, algunos barcos de la flota combinada volvieron a salir de Cádiz y liberaron a los españoles Santa Ana y Neptuno.
En Londres, la victoria quedó ensombrecida por la muerte de Nelson, un héroe nacional. Villeneuve fue llevado prisionero a Inglaterra y asistió al funeral de su adversario. Liberado bajo palabra, volvió a Francia e intentó justificarse ante Napoleón, pero no fue recibido y acabó suicidándose. “Era un hombre valiente, pero sin talento”, comentó el emperador. Diferente consideración tenía de Gravina, “todo genio y decisión en el combate”, muerto seis semanas antes por las heridas recibidas en Trafalgar.
La pérdida de tantos bravos soldados y la tragedia humana vivida en Trafalgar harían decir a Galdós, en boca de uno de sus personajes: “¡Cuánto desastre, Santo Dios, causado por las torpezas de un solo hombre!”.


Una pequeña información de alguno de los hombres que participaron en esta famosa batalla.
Horatio Nelson Fue un vicealmirante de la Marina Real británica, conocido por sus victorias durante las Guerras revolucionarias francesas y las Guerras napoleónicas, particularmente por su victoria en Trafalgar.
Federico Carlos Gravina y Nápoli (Palermo, 12 de agosto de 1756-Cádiz, 9 de marzo de 1806) fue un marino y militar siciliano naturalizado español. Resultó gravemente herido, perdió un brazo, y esa herida terminaría causando su muerte meses más tarde. A pesar de ello, logró llegar con su navío Príncipe de Asturias a Cádiz.
Cosme Damián de Churruca, fue un científico, marino y militar español, brigadier de la Real Armada y alcalde de Motrico. En la batalla de Trafalgar estuvo al mando del navío de línea San Juan Nepomuceno, a bordo del cual encontró la muerte.
Dionisio Alcalá-Galiano fue un destacado marino, cartógrafo, militar y científico español, brigadier de la Real Armada Española, célebre por su heroica actuación y muerte en la batalla de Trafalgar al mando del navío de línea Bahama.
Baltasar Hidalgo de Cisneros y de la Torre (Cartagena, España, 6 de enero de 1756 - Cartagena, 9 de junio de 1829) fue un marino y administrador virreinal español que llegó al grado de almirante y que fue el último virrey del Río de la Plata. Fue uno de los marinos españoles más destacados que participaron en Trafalgar. Ostentaba además el rango de general y Jefe de escuadra y enarboló su insignia en el navío Santísima Trinidad, que era el barco mayor de todos los que tomaron parte en la batalla y que protagonizó uno de los episodios más intensos

martes, 29 de julio de 2025

PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS - MADRID

Las Ventas es el nombre que se le dio a la plaza de toros de Madrid porque así se llamaba la zona en la que se sitúa. Desde 1994, la plaza de toros es un edificio considerado como “bien de interés cultural con categoría de monumento histórico-artístico”. 


De estilo neomudéjar, con estructura metálica y fachada de ladrillo visto, construcción iniciada en 1919 durante la dictadura del General Primo de Rivera y se finalizó en la Segunda República. La anterior plaza, situada en la carretera de Aragón, donde se encuentra ahora el Palacio de los Deportes, tenía una capacidad inferior a la demandada por el público. En la fachada, los escudos realizados en cerámica, representan todas las provincias españolas.
Fue inaugurada el 17 de junio de 1931, con el nombre de plaza de Las Ventas del Espíritu Santo, por ser el nombre de la zona en esa época, en una corrida a beneficio del paro obrero.
Salvo en circunstancias muy determinadas por agenda institucional, el rey Felipe VI suele acudir a la Corrida de la Prensa. Se sienta en el palco que tantas veces utilizó su abuela, la condesa de Barcelona, y su padre, don Juan Carlos. En la feria de San Isidro, la tarde de la Prensa es una de las más tradicionales junto a la de la Beneficencia, marcada en el calendario taurino.



EL TENDIDO DEL 7
Mucho se ha hablado y escrito sobre el tendido siete de Las Ventas en Madrid. Casi siempre para mal; casi siempre para demonizar, casi siempre para desacreditar.
En cualquier festejo fuera de San Isidro: de todos los de la plaza, es el más concurrido. Los demás, como de temporada, son ocupados por unos y otros según la temperatura; el siete no. Su temperatura la da el estar al calor de lo que podríamos denominar “el sentirse arropado”... por la afición. Difícil será una tarde aburrida si usted ha caído, aunque sea por casualidad, en el famoso tendido; de cualquier compañero de localidad que le toque, podrá aprender. Distinto será en San Isidro, pues si no se es abonado o muy aficionado, será difícil acudir allí. Sin que nadie lo diga ni exija: hace falta carné que avale los conocimientos.

BUEN PASE DE PECHO MIRANDO AL TENDIDO DEL 7
Decenas de años que me han permitido ver los toros desde la grada del siete, y puedo asegurar que el tendido siete no existe, es fruto de la imaginación de la gente. Cierto es que está allí, y son de piedra sus incómodos asientos, y en las barreras, que dan al callejón, llevan marcado el guarismo “7”; todo eso es cierto, pero no existe como un ente, una agrupación, una peña, una asociación, ni tan siquiera como una corriente. No existe, sin más. Quizás, para muchos, sea de interés que exista, tal como lo tienen acuñado “El tendido siete”, pero, al caer la tarde, cuando todo se acaba y cada espectador enfila la puerta de salida y coge la calle de Alcalá o el metro, ese “tendido siete” se deshace como un azucarillo y no vuelve a aparecer ante los ojos de los que les critican, -insisto, que para los demás no existe- hasta que una nueva corrida se vuelve a dar y en ella aparezcan signos de alguna manipulación.

Es evidente, siempre igual: la sombra para el 9,10, 1 y 2; el sol para el 4, 5, 6 y 7; y entre medias, a dos tendidos les tocaba aparecer en los carteles como sol y sombra, el 3 y el 8. Y era verdad, no engañaban ni los carteles ni el precio. ¡Ay, el precio!, diferencias abismales.
Conociendo la plaza  sabemos que en el cuatro da más pronto la sombra, pero todo cuanto sucede en la lidia se hace junto al siete.
Tengan en cuenta que la suerte de varas ha de realizarse entre el 7 y el ocho; que el burladero de matadores se encuentra a un paso, entre el ocho y el nueve; y, naturalmente, los matadores tienen querencias, como los toros, y suelen girar sus saludos capoteros y faenas alrededor del burladero de referencia. Por si fuera poco todo eso, la Puerta Grande está ahí en el siete, para ver salir triunfantes a los toreros buenos. Todo esto, casi es un tratado de conocimiento de la plaza, pero para ello, para conocerla hay que acudir muchas veces.

Es fácil deducir quienes son los que pueblan ese sector de la plaza; los que más van y saben buscar el mejor sitio para presenciar la lidia. Sólo se podrá poner un pero, y ese afecta al bolsillo. Se puede tener visión igual en el nueve o diez, pero ahora mismo les digo la diferencia: tres veces más de valor de las entradas. Además de ser menos las gentes que disponen de esos dineros, también son menos proclives, los adinerados, a manifestarse en una plaza o cualquier otro lugar, ¿o es que alguien ha visto alguna manifestación de protesta, donde todos lleven corbata y trajes de Armani?, A más dinero, más ocupaciones y más opciones donde gastarlo. Eso impide verlos con más asiduidad en las localidades. Y los aficionados de verdad, que los hay, por la primera razón, se les oye poco. Exigen, pues saben mucho de esto, protestan, pues saben de lo que va y conocen sus derechos. Son celosos del toro que ha de salir, pues como aficionados que son, requieren el toro íntegro para dar sentido a cuanto ha de venir después. Rigurosos con los toreros, sobre todo con los anunciados en San Isidro, pues conocen las condiciones de todos los matadores que pueblan el escalafón y con ello, tienen escalafón propio, que no coincide en casi nada con el que se nos ofrece en el carrusel en el que están montadas las ferias. Y sueñan y luchan, y eso nunca será un delito, por una Fiesta mejor y más digna.

El siete es eso y algo más: una referencia a seguir, una reliquia que da sentido a la Fiesta, cuando el público asistente tenía participación.
Es equivocado el tachar de reventadores a cuantos pueblan las localidades del 7, que tan difícil digieren los figurantes  -es decir, los que rellenan- del resto de la plaza. Cuando un cualquier domingo de agosto, todos ellos no están, siempre podrás ver, allí, aprendiendo de toros y de toreros, un día más, a cualquiera de los odiados del siete.
El siete es la suma, así de claro, de la afición de muchos cientos de aficionados de siempre en Madrid. Eso les une, nada más... y nada menos. Unos conocimientos arraigados en una afición señera, en muchos casos heredada de sus mayores, que sigue teniendo a bien entender de toros y de toreros (razón importante, cuando saben que en el ruedo hay algunos -toros o toreros- que tienen muchos menos méritos que otros que ellos conocen, aunque los desconozcan en el resto de España pues no pertenecen al circuito ferial) y que no quiere perder aquello que ama: una Fiesta de verdad, donde el toro ostente el papel tan importante que le corresponde.
Tras sus abonos está la experiencia y a pesar de haber mejorado económicamente, muchos ya no se marchan de allí. No soportan compartir localidad con algunos de los que allí van a figurar. Como en todo, los hay gritones, inoportunos, insolentes, educados, generosos, sensibles, silenciosos; de esto último, tanto o más que en otros tendidos, doy fe, pero el peso no está en sus protestas aunque eso es lo que se ve y se oye; su peso está en que es la afición más entendida y con más horas de vuelo de Madrid. Y diciendo Madrid, se dice el mundo, pues no hay lugar donde se den más festejos, festejos que utilizan, utilizamos, para seguir aprendiendo cada día más.
(Tendido del 7, autor: Adofo Jiménez. Expresidente de la Peña) 

LOPE DE VEGA CARPIO – EL GENIO

Uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura española. De vida polémica, muchas veces alejado de las normas y la mo...