domingo, 20 de diciembre de 2020
62.- CORONA DE CASTILLA (25)
ÚLTIMOS TIEMPOS DE ISABEL----
Durante la última década del siglo XV la salud de Isabel había empeorado. Los enormes conflictos que se desarrollaron toda su vida, la gobernación misma del reino, las desgracias con hijos y nietos, todo esto contribuyeron a agravar sus dolencias. Por entonces sus relaciones con su hija Juana que estaba aquejada al parecer de esquizofrenia, tenía una obsesión con su esposo, tema de sobra conocido por novelas y películas, muy deformado por cierto. Ella culpaba a su madre de querer separarla de Felipe, su marido, que a la sazón se hallaba en Flandes. Los celos o el amor no parecen que fuera la obsesión desencadenante sino el efecto de su trastorno que se concretaba en aquella idea fija. Hubo escenas tormentosas entre madre e hija. La madre de Isabel había fallecido sumida en la demencia, por lo que Isabel suponía que aquél desvarío de su hija era hereditario y pensaba que ella misma era hija y madre de locas. Su hijo Juan, el heredero a las coronas de Castilla y Aragón se casó en 1497 con Margarita de Austria, nada menos.
El príncipe con diecinueve años falleció seis meses después. La viuda, embarazada, sufrió un aborto, con lo cual por esa línea la sucesión quedaba imposible En 1498, su otra hija, la primogénita Isabel, y su esposo Manuel de Portugal, viajaron a Castilla para ser proclamados herederos de la corona, al fallecer Juan. Las Cortes castellanas aceptaron sin problemas pero no así las de Aragón, dado que en ese reino las mujeres no podían reinar ellas mismas. Había que esperar a que diera a luz un varón y de nacer niña el reconocimiento quedaba en el aire. Isabel manifestó claramente su gran enfado por esto. Pero en agosto de 1498 nació el esperado varón y su madre murió dos días después. El rey portugués marchó a Portugal y dejó a su hijo en manos de sus abuelos, para que fuera educado como futuro soberano. Se proclamó al niño Príncipe de Asturias al año siguiente, y los aragoneses lo reconocieron como heredero. Pero el niño murió antes de cumplir los dos años. Otra línea de sucesión cerrada. Quedaba por tanto únicamente la de Juana, que con Felipe (el hermoso), habían tenido a su primogénito Carlos, ese mismo año de 1500. Isabel no había cumplido aún los cincuenta años, pero como reina y madre hubo de sufrir todas estas desgracias incidiendo negativamente en su salud. El padre de Felipe "el hermoso" era Maximiliano I de Habsburgo, el titular del Sacro Imperio Germano-Romano, por lo que Felipe era su sucesor. Isabel veía con preocupación que su yerno se inclinaba más por la política francesa en lugar de seguir la de su padre o la de sus suegros. De esto se comprende, que Isabel más adelante, confiara a su esposo la regencia de Castilla. En octubre de 1502 otro golpe hubieron de sufrir nuestros reyes. Su hija Catalina, casada con el Príncipe de Gales acababa de enviudar sin que el matrimonio se hubiera consumado, por lo que el rey inglés, Enrique VII, ordenó que se enviara a Catalina a España, incluso con la devolución en parte de la dote que se había abonado. Dado que el inglés atravesaba dificultades económicas, a regañadientes, aceptó casar a Catalina con su otro hijo, el futuro Enrique VIII al que Dios confunda. Isabel se encontraba realmente mal y todos esperaban el fatal desenlace. Felipe acudió desde Zaragoza a Madrid a la espera de convertirse en rey de Castilla. Juana le acompañó y Fernando estaba ausente, por lo que las Cortes aragonesas exteriorizaron su enfado suspendiendo sus sesiones, y las reanudaron a la vuelta de Fernando, tras una mejoría de Isabel. Mientras el reino continuaba sus campañas en Italia que al menos daban satisfacciones en lo militar y político. Pero Juana, que estaba embarazada de su hijo Fernando, quería ir con su esposo a Flandes, lo que se consideró improcedente. Esta separación fue el desencadenante de una de las peores crisis de Juana, que llegó a insultar gravemente a su madre en junio de 1503. Las enormes diferencias de costumbres, mucho más liberales en la corte borgoñona que en la castellana, mucho más austera y religiosa, conjuntamente con la obsesión de Juana por Felipe vino a agravar la situación. Estos contrastes tan amplios, el desprecio en la corte flamenca por lo español, considerándolo beato y tosco, era a su vez respondida desde España ya que consideraban a ellos, como libertinos e informales.
Juana agravó su comportamiento con su madre, incluso con los criados, sirvientes y cortesanos. Veía hasta en los funcionarios enemigos aliados con la reina para apartarla de Felipe. Se negaba a comer y contrajo manías. Todo esto se le ocultó a Isabel en la medida de lo posible, ya que su salud era más frágil cada día.
En 1503, Juana, presa de una gran agitación y empeñada en ir a Flandes a reunirse con su esposo Isabel decidió acompañarla a Fuenterrabía tratando de dilatar el viaje. Si se conseguía en esos días la paz con Francia, Juana podría viajar por tierra atravesando ese reino, en caso contrario debía esperar mejor tiempo y embarcarse en Cantabria. Ese era el plan de Isabel, pero en el viaje hubo de detenerse en Segovia, por la fiebre alta que contrajo. Hablo con el obispo Fonseca, hombre de su confianza para que obstaculizara lo conveniente el viaje de Juana, que se encontraba en Medina del Campo. Pero Juana se había escapado y en uno de sus brotes psicóticos se dedicó a vagar toda una noche, apenas vestida, por los campos en pleno invierno del mes de noviembre. Consiguieron llevarla a casa y en la cocina con la servidumbre permaneció varios días sin querer vestirse ni comer. Advertida la reina, pese a la fiebre, se dirigió a Medina. Cuando llegó Juana la recibió con insultos. A la fuerza fue llevada a la cama y llegada la tregua con Francia, se le permitió atravesar el país para ir a Flandes (marzo de 1504). Isabel, falta de fuerzas y viendo cercana su muerte dictó su último testamento que firmó el 12 de octubre de 1504. El escrito es absolutamente pragmático y centrado en asuntos de Estado, dejando las cosas claras sin lugar a la retórica. También dio orden de que se comunicara a todos de su inminente muerte, en particular a Juana y a Felipe. Mientras, Juana en Flandes abofeteó en público a la amante de su marido, y la respuesta de Felipe no fue precisamente tolerante y además de reprender agriamente a Juana llegó a abofetearla. Juana fue recluida en sus aposentos, lo que provocó las protestas de los embajadores españoles. Isabel debió comprender con amargura en su lecho la situación de su heredera y lo que significaba la influencia de Felipe en Castilla. Por esto el 23 de noviembre de 1504 añadió un codicilo a su testamento en el que por ausencia de Juana ponía a Fernando al frente de la corona de Castilla, reiterando las peticiones que dos años antes había hecho en las Cortes.
La reina murió dos días después. Fernando estaba con ella y dictó un documento comunicando la noticia y entre otras cosas decía “...el dolor por ella me atraviesa las entrañas, pero viendo que murió tan santa y católicamente como vivió, es de esperar que Nuestro Señor la tenga en la gloria, que es para ella el mejor y más perpetuo reino que los que acá tenía”
Pintura: Doña Isabel la Católica dictando su testamento - 1864. Eduardo Rosales Gallinas. Obra cumbre de la pintura de historia del siglo XIX.
En la penumbra del dormitorio regio instalado en el Castillo de la Mota, la moribunda reina Isabel, aparece tendida en su lecho, cubierto con un dosel y rematado con el escudo de armas de Castilla. Recostada su cabeza sobre dos altos almohadones y tocada con su característico velo.
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