domingo, 20 de diciembre de 2020
63.- CORONA DE CASTILLA (26)
CASTILLA DESPUES DE ISABEL-----
Precisamente en el año en que muere Isabel, 1504, Fernando había logrado uno de los objetivos que había acariciado durante más tiempo. Por fin, tras décadas de intentos, el reino de Nápoles había pasado a poder español. Su famoso lugarteniente, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, conquistó el reino de Nápoles para Fernando y él se convirtió en virrey. Las tropas y el dinero de Castilla consiguieron expulsar a los franceses de aquella antigua posesión aragonesa y derrocar a la dinastía local gracias a una serie de sensacionales victorias del Gran Capitán, el genio de la guerra de aquel tiempo. Un éxito como pocos que habría coronado una gloriosa trayectoria vital. El fallecimiento de Isabel produjo sin duda en el monarca aragonés un profundo impacto emocional, pues, pese a los deslices de Fernando y puntuales desacuerdos, entre ambos había surgido un respeto y cariño mutuos que completaban lo que fue una alianza política. Pero también le dejó en una posición política muy débil, ya que sus derechos al trono castellano dependían únicamente de su condición de rey consorte. La heredera legítima era su hija, Juana, casada con el archiduque Felipe de Habsburgo, “el hermoso”, como le llamó Francisco I, rey de Francia al presentarlo, como un hermoso archiduque. Era hijo del emperador Maximiliano. Una hija aquejada de una evidente inestabilidad mental y que además estaba enamorada de forma obsesiva de su esposo, quien la manejaba a su antojo. Estaba claro que su joven yerno, una vez que se hiciera con el trono castellano, no iba a permitir las injerencias de Fernando. La muerte de la reina Isabel, además, reabrió viejas heridas mal cerradas en el tejido social castellano. La gran nobleza, que odiaba con saña al “viejo aragonés”, como lo llamaban, los principales magnates, que habían sido sojuzgados en tiempos pasados, esperaban la llegada de Felipe para tener la oportunidad de desprenderse del yugo de la monarquía y de volver a sus acostumbrados abusos, rapiñas y usurpaciones.
En esta tesitura, el genio político de Fernando el Católico se puso de manifiesto una vez más. Todo parecía haberse puesto en su contra: abandonado por la nobleza castellana, acosado en Nápoles por los franceses, cuya potencia militar era muy superior, enfrentado al emperador Habsburgo, al rey de Aragón se le cerraban todas las salidas. Pero todo cambió gracias a una jugada maestra de la diplomacia. Fernando se alió con su acérrimo enemigo, Luis XII de Francia, y se casó por poderes con la sobrina de éste, Germana de Foix, de apenas 17 años, en octubre de 1505 y celebrándose las velaciones de dicho matrimonio en Dueñas el 18 de marzo de 1506. El matrimonio levantó las iras de los nobles de Castilla, ya que lo vieron como una maniobra de Fernando el Católico para impedir que Felipe el Hermoso y Juana I heredasen la Corona de Aragón. Con ella tuvo, en 1509, otro hijo, Juan, que murió a poco de nacer. De haber vivido sería el heredero de la corona de Aragón, desplazando así a Felipe. También la Corona de Aragón hubiese quedado separada de la de Castilla. Fue así como, nada más desembarcar Juana y Felipe en La Coruña, en abril de 1506, procedentes de los Países Bajos, se puso en evidencia el cambio de lealtades de la aristocracia. A medida que los nuevos reyes se iban internando en el territorio peninsular, se iban añadiendo a su séquito infinidad de tropas enviadas por la más alta nobleza. En Villafáfila, una villa de Zamora, es donde firmaron el acuerdo Fernando y Felipe, junio de 1506, y donde se reconoce la enajenación mental de Juana I de Castilla.
Fernando renuncia al gobierno de Castilla aunque seguirá administrando las órdenes religiosas y percibiendo la mitad de las rentas de América. Felipe el Hermoso, quedaba como único rey de Castilla y de León. Fernando, que venía gobernando Castilla (a través del regente cardenal Cisneros), en virtud de lo indicado en el testamento de Isabel la Católica y de lo acordado con Juana y Felipe en la Concordia de Salamanca un año antes, se retiraba a sus reinos de Aragón. La suerte también jugó a favor de Fernando. ¿Quién iba a suponer que el joven y robusto Felipe caería gravemente enfermo y moriría de repente? Es lo que sucedió a los tres meses. Tan rápido se desarrolló todo, que más de uno habló de que alguien lo había envenenado, cosa nada rara en la época, aunque más bien parece que el impetuoso príncipe flamenco fue víctima de una epidemia de peste que asolaba la Península. Comoquiera que fuese, la desaparición de Felipe permitía a Fernando volver a ocupar el poder en Castilla, esta vez como regente en nombre de su hija Juana (la Loca) y de su nieto, el futuro emperador Carlos V, por entonces un niño de seis años.
La noticia de la muerte de su yerno le llegó a Fernando cuando se encontraba en Italia, en un pueblo de la bahía de Génova. La reciente conquista del reino, dirigida por el castellano Fernández de Córdoba, se había realizado sobre todo con dinero y tropas también castellanas; ahora, como rey de Aragón, Fernando pretendía integrar el reino italiano en su corona, y justamente por ello temía que se le pudiesen discutir sus derechos. Además, estaba la incómoda figura del Gran Capitán, de quien algunos decían que estaba dilapidando el patrimonio regio napolitano repartiendo toda suerte de mercedes a sus subordinados. A oídos del rey Fernando llegaron incluso rumores de que el aclamado general tramaba dar un golpe de mano para convertirse él mismo en rey de Nápoles. De modo que, nada más abandonar Castilla, Fernando se dirigió a Barcelona y allí se embarcó con rumbo a Italia. En Génova se entrevistó con el Gran Capitán, al que colmó de muestras de afecto y de títulos. Pero cuando llegó a Nápoles, sabiendo ya la muerte de Felipe, no tuvo contemplaciones. El Parlamento del reino lo reconoció como rey, lo que significaba que automáticamente el Gran Capitán cesaba en sus funciones de virrey. Para compensarlo, el Rey Católico le concedió un nuevo título, el de duque de Sessa, así como el cargo de maestre de la Orden de Santiago. El veterano general tenía 56 años, se vio obligado a abandonar Italia, el país que había conquistado para un rey que ahora se deshacía de él sin contemplaciones. La leyenda añadió luego una famosa historia en torno a las relaciones entre Fernando el Católico y Gonzalo Fernández de Córdoba, la de las “Cuentas del Gran Capitán”.
EL GRAN CAPITAN GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA-----
La historia, de cuya veracidad no hay pruebas, servía para poner de manifiesto el generoso desprendimiento del noble militar, en contraste con la mezquindad de Fernando, y reflejaba la imagen negativa que se llegó a crear en torno a un rey nada agradecido a sus vasallos, por mucho que a éstos les debiera. En el verano de 1507, el Rey Católico emprendió el retorno a España decidido a recuperar el poder que antes le habían arrebatado en Castilla. Tras desembarcar en Valencia, se adentró en tierras castellanas a través de Soria.
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