martes, 26 de marzo de 2024

BATALLA DE LEPANTO

7 de octubre de 1571. “La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros”
Cervantes escribió esto recordando la batalla que cuarenta años atrás combatió como soldado. Fue herido y quedando disminuido para siempre.


Don Juan de Austria, Barbarigo, Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Lope de Figueroa, Sebastián Veniero, Alejandro Farnesio, Juan de Cardona, Colonna, Luis de Requesens, Miguel de Cervantes, y otros y otros valientes que dieron todo por su justa causa. Dios los tenga en su seno, por siempre orgullosos.
El Turco Solimán el Magnífico desde 1520 había realizado un gran expansión. Conquistó Belgrado parte de Hungría y la isla de Roda. Fue frenado en Viena en 1530 y 1532 pero hasta el punto de que el Emperador le pagaba un tributo para mantener una tregua. Contaba con la fuerte base de Argel y navegaba a placer por el Mediterráneo oriental.
El Desastre de los Gelves fue la derrota de un flota española en 1560 desembarcada en Yerba, cerca de Túnez. 27 galeras apresadas, 9.000 muertos y 5.000 prisioneros fue el tremendo balance negativo para España.
Solimán muere en Hungría y fue un pequeño descanso para España pero tenía que enfrentarse a la rebelión calvinista en Flandes y para mayo de 1568 era una guerra abierta, y además la sublevación de los moriscos en la Navidad de ese año.
El nuevo sultán retomó la ofensiva y declaró la guerra a Venecia con 56.000 hombres en su posesión en Chipre. Una ayuda de algunas galeras de España y del Papa terminó en desastre. La decisión del sultán de intervenir en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, y su clara amenaza sobre la cuenca occidental del Mediterráneo después que sus escuadras recuperaron la plaza de Túnez, presagiaban una amenaza directa por el Mediterráneo contra España desde donde los turcos pretendían conquistar otra vez a Europa, como hicieron sus mayores en tiempos don Rodrigo el rey visigodo de Hispania en el 711.
La Europa cristiana estaba realmente atemorizada pues los turcos parecían invencibles.
España encarriló a los moriscos, el duque de Alba sometió a los rebeldes flamencos y por fin Felipe II podía distraer fuerzas para el Mediterráneo. Pero ni Francia, ni Inglaterra, ni el Imperio Romano (en tregua), iban a ayudar. Ni siquiera la propia Venecia aceptaba el liderazgo de España. Pero gracias al papa Pío V se pudo firmar una alianza, llamada la Liga Santa en mayo de 1571. Finalmente la firmaron España, Venecia y el papado. Un acuerdo para tres años.


Se designó a Juan de Austria capitán General de la Liga. Este hombre venía de liderar la victoria contra los moriscos, tenía prestigio como militar.
Los otomanos construyeron una poderosa escuadra con la que estaban seguros de aniquilar a la española. Incrementaron el número de los jenízaros, hijos de esclavas cristianas en su mayoría, con los que se instituyó una verdadera nobleza militar ansiosa de dar su sangre por su señor y su fe. Todo el mar se llenó con su nuevo terror.
Cuesta creer hoy día que las tranquilas aguas del mar Mediterráneo fueran en otro tiempo escenario de asedios, batallas y guerras.
La flota de la nueva y flamante “Santa Liga” decidió iniciar los preparativos para acabar de una vez por todas con sus enemigos de la media luna. La Santa Liga juntó una de las mayores flotas que han surcado los mares a través de la historia. Contaban con 228 galeras, 6 galeazas, 26 naves y 76 menores. (234 de ellas de combate), Por su parte, los turcos contaban con 210 galeras, 42 galeotas y 21 fustas (252 de combate). Además, entre las tropas de la Santa Liga destacaban los famosos Tercios españoles, que esos primero mataban y después preguntaban, si acaso. Felipe II había ordenado el embarque de unas 40 compañías procedentes de cuatro Tercios distintos. En total, la Santa Liga sumaba unos 90.000 hombres, entre soldados, marineros y remeros. En cuanto a la armada del Imperio Otomano, el número de hombres era muy similar, y entre sus soldados sobresalían los temidos jenízaros (cristianos que, tras ser capturados de pequeños, se convertían al islam y eran educados para la guerra. El buque más utilizado era una galeaza que se trataba de un barco cuya función principal consistía en servir de plataforma para la lucha cuerpo a cuerpo. El uso de las Galeazas fue determinante para los cristianos.


DON JUAN DE AUSTRIA 

Así, con las tropas preparadas para asestar el golpe definitivo a los turcos, la flota partió hacia Grecia. El grupo, formado en su mayoría por buques españoles, estaba dirigido de manera general por Don Juan de Austria. No obstante, cada nación aportó además un capitán para su facción.
La flota aliada se internó en el golfo de Patrás buscando a la turca y la encontró el 7 de octubre de 1571 en Lepanto, un estrecho que separa el golfo de Patrás con el de Corinto. Sería una de las batallas más sangrientas de la historia. Durante la mañana, y con la extraña calma que suele preceder a la amarga batalla, ambas escuadras finalizaron su despliegue. En el bando español el centro estaba regido por “La Real”, la nave de Don Juan de Austria. En el flanco izquierdo, se situaba amenazante el veneciano Agostino Barbarigo, a quién se le dieron órdenes de impedir que el enemigo les envolviera. Finalmente, el ala derecha estuvo regida por Juan Andrea Doria, genovés al servicio de España, y por último, el español Álvaro de Bazán tenía bajo su responsabilidad las galeras de la reserva, que debían socorrer un frente u otro.
La flota tura se despliega formando una media luna, con los cuernos hacia afuera. La flota cristiana forma en línea con 6 galezas en vanguardia, Juan de Austria en el centro, Andrea Doria en el derecho y Álvaro de Bazán en el izquierdo.
Después de que se arbolaran los crucifijos y estandartes y los sacerdotes absolvieran a los soldados por si morían en combate, los remeros comenzaron a sacar las palas. Desde “La Real”, un grito, el de don Juan de Austria, ahuyentó el miedo de los marinos: “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone”. La situación no era mejor en el flanco contrario, donde Uluch Alí había conseguido atravesar la línea cristiana haciendo uso de una estratagema que alejó el ala derecha cristiana de la batalla. Por suerte, la escuadra de reserva acudió a socorrer el centro de “La Santa Liga”. No obstante, no llegó lo suficientemente rápido como para salvar a varias galeras cristianas cuyos ocupantes fueron pasados a cuchillo sin piedad. A partir de ese momento rindió la anarquía entre las diferentes naves, que trataban de resistir, junto al buque aliado más cercano, la acometida del enemigo. En este momento de incertidumbre, el joven Cervantes recibió varios disparos, uno de los cuales le alcanzó en la mano izquierda, dejándosela inútil para siempre. Por suerte, el posteriormente conocido como “el manco de Lepanto” pudo seguir escribiendo durante años con su brazo derecho.
“La Real” con Juan de Austria y la capitana de Alí Pachá están juntas, se suceden terribles ataques y contrataques durante hora y media hasta que los refuerzos de Álvaro de Bazán permiten imponerse.
En esta situación, cuando la batalla se encontraba en el momento más decisivo, un disparo de arcabuz mató a Alí Pachá, lo que provocó el desmoronamiento de la resistencia a bordo de la Sultana. El estandarte musulmán fue arriado, al tiempo que los gritos de victoria en las filas cristianas iban pasando de una galera a otra. El pescado estaba vendido. La batalla de Lepanto fue una matanza terrible, sin precedentes, pero sirvió para demostrar que el esfuerzo conjunto de las naciones cristianas podía frenar el avance del Imperio Otomano. Entre 25.000 y 30.000 otomanos murieron en la batalla. A pesar de la gran derrota, el Imperio Otomano volvería a planta batalla tan sólo tres años más tarde, cuando consiguió conquistar Túnez a los españoles. A su vez, en 1574, Venecia firmó en secreto la paz con el sultán, rompiendo la Santa Liga y traicionando a España y al Papa. De esta forma, y aunque el pacto le ofrecía ventajas comerciales, también obligaba a esta república a pagar un tributo a Estambul y renunciar a Chipre. La paz era humillante para Venecia, pero, al fin y al cabo, era una república de mercaderes y prefería garantizar la seguridad de sus intercambios comerciales con Oriente antes que seguir aventurándose en inciertas campañas militares. Así pues, España volvía a estar sola en su lucha contra el expansionismo otomano, lo que parecía anunciar nuevas e inevitables guerras. Sin embargo, el conflicto entre ambos imperios sólo duró hasta 1577. Las galeras del sultán se pudrieron en los puertos y nunca más volvieron a suponer una amenaza para la seguridad de los estados cristianos del Mediterráneo. La derrota para el imperio Otomano supuso el final de su expansión hacia Occidente, su freno en Europa, donde llegó hasta Viena de donde saldrá derrotado un siglo más tarde, su cambió de teatro al Indico, donde hizo sufrir de los lindo a los portugueses, lo que contribuirá a la unión de los reinos peninsulares.
Lo que no sabían todos aquellos soldados es que no sólo habían aplastado a la gran flota otomana que amenazaba el Mediterráneo, sino que también se habían ganado un hueco en la historia española y europea.
El propio Felipe II señaló que había arriesgado demasiado. De haber perdido, Europa no sería después lo que ha sido.


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