jueves, 30 de julio de 2020

¡GRACIAS, ROMA!

Roma fue uno de los muchos pueblos que tanto antes como después llegaron a la península. Como toda metrópoli a sus colonias, Roma explotó económica y socialmente a sus provincias de lo que llamó Hispania. Pero la península recibió un legado cuya trascendencia llega hasta el presente. Todas las lenguas hispánicas, salvo el euskera se derivan de la romana, es decir del latín, hablado por los mercaderes y soldados. Y hoy junto con otras lenguas europeas, (francés, portugués, rumano, etc.) forman el tronco de las lenguas románicas. También los conceptos básicos del derecho tienen su origen en el derecho romano. El arte y los estilos habían llegado de Grecia y también a través de Roma. Y en los últimos tiempos del Imperio fue el intermediario imprescindible para la introducción de la religión cristiana, que acabaría por unificar a la península como dato identitario.
Con Roma la península Ibérica entró definitivamente en los anales de la historia, recibió el nombre con el que se la conoce, Hispania, y forjó por primera vez una unidad política. Pero siempre se debe huir de proyecciones nacionalistas, que no favorecen la realidad histórica. Don Marcelino Menéndez Pelayo apuntó a que gracias a Roma dejamos de ser una multitud de tribus, dispersas, luchando unas contra otras y nos da la unidad del idioma, de la religión, de la administración, el ejército, la cultura de la arquitectura y las magníficas obras de ingeniería. En fin, nos sacaron de la oscuridad, aunque no lo hicieron pidiendo permiso, precisamente.
Pero entrando en harina, hay que tener presente que la romanización no fue un hecho pacífico, como no lo es ningún cambio trascendental en la historia. Roma entra en la península a causa de su pugna con Cartago por el control del Mediterráneo. En el 149 hasta el 146 a. C. se produjo la Tercera Guerra Púnica en la Península Ibérica, venciendo Roma a Cartago y desapareciendo ésta. Los romanos fueron recibiendo ayuda de griegos e íberos en sus luchas contra Cartago. Finalizadas las Guerras Púnicas, los griegos que quedaban en la península se fueron romanizando al igual que los aliados celtíberos. A partir del años 150 a.C. los romanos se propusieron extender sus dominios al interior de la península, encontrando resistencia por parte de algunas tribus y alianzas por parte de otras. Roma ya tenía la alianza de los íberos en sus filas. La conquista se prolongó durante un largo periodo, no solo por la gloriosa resistencia tantas veces magnificado en la enseñanza, sino porque responde su dominio a diferentes proyectos expansivos de Roma, no a un plan establecido puramente militar. Los romanos son la nueva civilización dominante en la península. Roma realizó una expedición hasta la Gallaecia (el norte de Portugal y Galicia). Y en el 133 a.C. fue destruida la ciudad de Numancia, con impresionante resistencia de su población, el hambre hacía imposible la resistencia. Los jefes celtíberos se suicidaron con sus familias y el resto de la población fue vendida como esclavos. La ciudad fue arrasada. Era el último bastión de los celtíberos. Vascones y celtíberos se disputaron las tierras del valle del Ebro. Los celtíberos eran enemigos de Roma, y los vascones eran sus aliados. Cuando fue destruida Calagurris (Calahorra), por los romanos, fue repoblada con vascones Entre los años 29 y 19 a.C. desarrollaron una campaña militar. Cuando termina la conquista de la península con la guerra contra los galaicos, cántabros y astures sobre el 29 al 19 a.C., el emperador César Augusto realiza una nueva organización en provincias, subdivididas en conventos jurídicos. Los romanos aprovecharon a fondo las posibilidades económicas de Hispania, en particular sus explotaciones mineras. En el distrito minero de Carthago Nova, en donde se extraía ante todo plata, pero también plomo, se calcula que trabajaban unos 40.000 hombres. Otra actividad destacada era la pesca, en particular los salazones de la costa atlántica de Andalucía. Importante fue asimismo el desarrollo de la esclavitud, que alcanzó cotas muy elevadas.
El Siglo II d. C., a finales, es la época floreciente en Hispania. Se enseña latín, se realizan obras espectaculares de ingeniería y arquitectura, calzadas, puentes y acueductos, se aplica el Derecho Romano que es la base del actual Derecho en Europa. Los emperadores de origen hispano son los que llevan al imperio a su máximo esplendor y la época de paz, Trajano y su sucesor, Adriano. La conquista romana de la Península Ibérica comienza en el 218 a. C. (fecha del desembarco romano en Ampurias) y se mantuvieron hasta los principios del 400 d. C. En el 415, en virtud de un pacto (foedus) celebrado entre el emperador romano Honorio y el rey visigodo Walia, los visigodos se asentaron en la provincia romana de Aquitania Secunda, en el sur de las Galias. A lo largo de este extenso periodo de más de seis siglos, tanto la población como la organización política del territorio hispánico sufrieron profundos e irreversibles cambios, y quedaría marcado para siempre con la inconfundible impronta de la cultura y las costumbres romanas. Antiguos campamentos militares y asentamientos iberos, fenicios y griegos fueron transformados en grandes ciudades, unidas por una extensa red de carreteras. El desarrollo de la construcción incluye algunos monumentos de calidad comparable a los de la capital, Roma. La ingeniería civil está representada en imponentes construcciones como el Acueducto de Segovia o el Acueducto de los Milagros de Mérida, en puentes como los de Alcántara sobre el Tajo, el de Córdoba sobre el Guadalquivir o el de Mérida sobre el Guadiana. También se construyeron faros como el que aún está en uso en La Coruña, la Torre de Hércules. Las construcciones civiles fueron fundamentales. La arquitectura lúdica como los teatros de Mérida, Cartagena, Sagunto, Tiermes o Cádiz, los anfiteatros de Mérida, Itálica, Tarraco y Segóbriga y los circos de Mérida, Córdoba, Toledo, Sagunto y muchos otros prueban de la importancia de Hispania. La arquitectura religiosa también se extendió por la península. Monumentos funerarios y mausoleos, arcos de triunfo, etc. Roma estableció su dominio sobre la Península Ibérica, pero también trajo su cultura, su particular forma de entender la vida: su economía, su legislación, el sistema político y militar, las infraestructuras que les permitieron crear y conservar un imperio y las manifestaciones artísticas de todo tipo. De todo ello se conserva hoy un importante legado no sólo arqueológico, sino también cultural. La latinización, fue un proceso que trajo la pérdida de los idiomas indígenas, a excepción del euskera, y la sustitución de éstos por el latín, del que más tarde derivarían las lenguas romances. La escritura ibérica se siguió usando en muchos ámbitos durante siglos, baste comprobar los grafitos marcados a punzón sobre cerámicas o bien los nombres de las ciudades escritos sobre monedas en ibérico o en latín de modo que, a veces se vuelve al uso del ibérico después de haber acuñado monedas con textos latinos. La religión de Roma fue fundamental en la vida de las personas e influye en las decisiones. La palabra religión procede del latín religare o re-legere, que significaría volver a ligar o unir. Es decir, atar lo mortal con lo divino. El culto a los dioses en Roma era un deber cívico. A comienzos del siglo IV, el emperador Constantino abraza la fe católica y deja de ser perseguida para ser la religión oficial de Roma, el cristianismo se encontraba ya desarrollado en Hispania. Tras haber sido impuesto como religión oficial, sufrió la segregación entre el arrianismo que traían los germánicos y el catolicismo de los hispanorromanos hasta la conversión al cristianismo de Recaredo en 586. Los Hispano-romanos eran las gentes habitantes de Hispania tras la dominación romana que se habían quedado como propia la cultura romana, en toda su extensión. Son los ascendientes de los que luego fueron los reyes cristianos. En otro orden de cosas los romanos dieron a Hispania una fisonomía distinta, al dotarla de grandiosas obras de arquitectura e ingeniería. Con su sistema constructivo basado en sillares de piedra, el arco y la bóveda, levantaron grandes murallas, arcos triunfales, templos, puentes y acueductos. Además de teatros, anfiteatros, circos, y todo tipo de monumento conmemorativo o funerario. Las ciudades de Hispania compitieron por la grandiosidad y la proliferación de sus construcciones monumentales. Roma era un imperio, una cultura, un pueblo de conquistadores, pero que trataba de consolidar su poder más allá de la simple ocupación militar. Un dominio que iba a incidir profundamente en las costumbres y la cultura.
A partir del final del siglo II el sistema imperial romano fue debilitándose. Decaía el sistema esclavista en el que se asentaba la economía. Levantamientos y revueltas sociales fueron numerosas. Las oligarquías abandonaron el poder y se trasladaron a sus villas. Se debilitó la demanda y la producción. El poder legítimo de Roma existía sólo en una mínima parte, la franja costera de la Tarraconense y las zonas del curso medio y bajo del Ebro. El resto del territorio estaba ya en manos de aquellos bárbaros a los que otros romanos, usurpadores, que se lo habían servido en bandeja. Los visigodos, tras esta primera incursión en Hispania, regresaron al sur de la Galia. Volverían pocos años después para instalarse definitivamente. Sin embargo, gracias a Roma dejamos de ser tribus poco civilizadas para ser un pueblo unificado. Y a partir de Roma se irá creando un país independiente tras los Pirineos. Por cierto, no se nos ocurre reclamarle ahora a Italia, por la invasión de los romanos 200 años a.C.

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