domingo, 19 de junio de 2016

ESPAÑA SIGLO XVIII (FINALES)

SIGLO XVIII (FINALES) - PARTE 25 Estamos en 1763, se firma la “Paz de París” con lo que finalizó la guerra hispano –francesa contra Inglaterra, ratificó el poder inglés de su armada y terminó con el Imperio francés en América. España recuperó Manila y La Habana pero no consiguió Gibraltar, pero era un paz tensa, Inglaterra se estableció por las bravas en las Islas Malvinas La realidad es que Europa estaba llena de graves problemas. Inglaterra, con las protestas de las trece colonias, que acabó en insurrección a favor de la Independencia. España mantenía su Imperio Americano prácticamente intacto, pero temía un contagio independizador, pero continuó ayudando a Estados Unidos pretendiendo Menorca y Gibraltar a cambio de neutralidad. No fue posible con lo cual la guerra franco española con Inglaterra era inevitable. Se invadió Florida y cercó a Gibraltar, que no se logró pero mantuvo a raya a la armada inglesa con la intención de invadir Inglaterra. Ésta, obligada concertó la “Paz de Versalles” en 1783, reconociendo la independencia de los Estados Unidos y devolvió Menorca, Honduras y Florida a España. Pero nuestro rey Carlos III muere en 1788 y asciende al trono su hijo Carlos IV. Con la desaparición de Carlos III y luego sus ministros ilustrados, se fastidió lo que habían sido casi tres décadas de progreso, de iniciativas sociales y científicas. Aquella indolente España, era incapaz de sacar provecho del vasto imperio colonial, frenada por una aristocracia ociosa y por una Iglesia católica que defendía sus privilegios, pero lo cierto es que, impulsada por hombres inteligentes y lúcidos que combatían todo eso, se había empezado a levantar poco a poco la cabeza.
Nunca había sido España tan unitaria ni tan diversa al mismo tiempo. Teníamos monarquía absoluta y ministros todopoderosos, pero por primera vez no era en beneficio exclusivo de una casa real o de cuatro golfos con título nobiliario, sino de toda la nación. Los catalanes, que ya podían negociar con América e iban con sus negocios para arriba, ni se acordaban de sus fueros en aquellos momentos. Los vascos, integrados en los mecanismos del Estado, en la administración, el comercio y las fuerzas armadas, siempre ha habido vascos en todas las hazañas bélicas de la época, entonces no discutían su españolidad ni hartos de vino. Y los demás, tres cuartos de lo mismo. España, despacio pero notándose, empezaba a respetarse a sí misma, y aunque tanto aquí como en la América hispana quedaba tela de cosas por resolver, el futuro pintaba prometedor. Y entonces, por esa extraña maldición que pesa sobre esta desgraciada tierra, donde tan aficionados somos a cargarnos cuanto conseguimos edificar, a Carlos III le sucedió el imbécil de su hijo Carlos IV. Además en Francia estalló una sangrienta revolución que iba a cambiar Europa, y todo se nos fue al carajo. Al Carlos IV, cornudo feliz, bondadoso, apático y mierdecilla como él sólo, la España recibida en herencia le venía grande. Lo habían casado con su prima María Luisa de Parma, que aparte de ser la princesa más fea de Europa, era más puta que María Martillo. Aquello no podía acabar bien, y para colmo entró en escena Manuel Godoy, que era un guardia de palacio alto, simpático, apuesto y guaperas, que además de calzarse a la reina le caía bien al rey, que lo hizo superministro de todo. Así que España quedó en manos de aquel nefasto ménage à trois, precisamente en un momento en el que habría necesitado buena cabeza y mejor pulso al timón de la nave.
Porque en la vecina Francia había estallado una revolución sangrienta, violenta y exportable. Guillotinaban rapidito, no daban abasto. Primero aristócratas y luego a todos, al rey Luis XVI y a su consorte María Antonieta los habían afeitado en seco. Eso produjo en toda Europa una reacción primero horrorizada y luego belicosa, y todas las monarquías, puestas de acuerdo, declararon la guerra a la Francia regicida. España también, qué remedio; y hay que reconocer, en honor de los revolucionarios gabachos, que cantando su Marsellesa y tal nos dieron una enorme mano de hostias en los Pirineos, pues llegaron a ocupar Bilbao, San Sebastián y Figueras. Temiendo que el virus revolucionario contagiase a la peña de aquí, se cerró la frontera y se pusieron a machacar a todos cuantos hablaban de ilustración, modernidad y progreso. La Iglesia católica y los sectores más carcamales se frotaron las manos, y España se convirtió de nuevo en defensora a ultranza del trono y de la fe. Pero había reformas que ya eran imparables, y el tal Godoy a quien el cargo venía grande pero no era en absoluto gilipollas, dio cuartelillo a científicos, literatos y gente ilustrada. Aun así, el frenazo en materia de libertades y modernidad fue general. Los que hasta entonces defendían reformas políticas fueron considerados sospechosos; y conociendo el percal hispano, procuraron ocultar la cabeza bajo el ala. Encima, nuestros nuevos aliados ingleses, encantados, como siempre, de que Europa estuviera revuelta y en guerra, después de habernos hecho la puñeta todo el siglo, aprovecharon el barullo para seguir dándonos por saco en América, en el mar y donde pudieron. El Despotismo Ilustrado se acababa, estamos en unos momentos especiales en Europa y por tanto en el mundo, la Revolución Francesa, La Revolución Industrial Inglesa, el Liberalismo Económico, y entonces, señoras y señores, para dar la puntilla a aquella España que pudo ser y no fue, en Francia apareció un fulano disfrazado de demócrata con teorías expansionistas llamado Napoleón.

HERMANOS DE CRISTOBAL COLÓN

Bartolomé Colón en 1479 se inició como cartógrafo en Portugal con su hermano Cristóbal, de lo que vivía en Lisboa en 1480. También era conoc...