viernes, 1 de junio de 2018

FRANCISCO PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL INCA

Por aquellos tiempos no eran muchos los que se atrevían a marchar a las desconocidas e inexploradas tierras, donde quizá, podías volver con oro o plata, y quizá, lo más fácil, morir en el intento. Entre los que se atrevieron se encontraba Francisco Pizarro, que dirigió varias partidas de exploración a Perú y llegó a vencer, junto a otros 200 españoles, a un ejército de casi 40.000 incas. Pizarro fue hijo bastardo, criador de cerdos y sin cultura. Nació en Trujillo (Cáceres) Aunque a día de hoy todavía no se conoce la fecha exacta en la que nació se ha establecido la posibilidad de que fuera entre 1476 y 1478. Fue hijo bastardo de don Gonzalo Pizarro (héroe de guerra que luchó a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el «Gran Capitán») y Francisca González. Su padre lo puso a cuidar gorrinos siendo pequeño. Le culparon de una enfermedad infecciosa y por temor huyó a Sevilla con 15 años. Como desparpajo no le faltaba, desde allí iniciaría su vida militar, pues decidió embarcarse rumbo a Italia para luchar en los Tercios. Luego viajó a América, en la expedición de Ovando, gobernador de “La Española” como muchos, seducido por las aventuras y la posibilidad de ganar dinero. Tras su llegada participó como soldado en varias expediciones sabiendo de antemano que, debido a que era un hijo bastardo, le sería muy difícil ascender. Su andanzas por aquellos parajes los inició con 24 años. Un golpe de suerte era lo que necesitaba. Alonso de Ojeda, el capitán, con la intención de tomar el golfo de Urabá (cerca de Panamá) realizaba una expedición en la que iba Pizarro. Los nativos no se dejaban conquistar. Luchaban con flechas envenenadas, asediaron el emplazamiento español levantado en el territorio: el fuerte de San Sebastián. Lo que parecía fácil se estropeó. Tras combates los españoles perdieron muchos hombres, y Ojeda recibió un disparo. Pizarro, recibió su primer mando. Realmente era su mejor soldado. No dudó en dejarlo al mando ascendiéndolo a capitán y nombrándolo jefe de la expedición en su ausencia
Ojeda ordenó a Pizarro resistir durante 50 días en el fuerte con los escasos soldados de los que disponía. No lo dudó y se aprestó a defender el lugar durante 50 días que le habían dado. Claro que nadie fue a ayudarles. Se las ventilaron malamente, y pasado el tiempo necesario, se habían comido hasta sus caballos, fueron muriendo, cosa que Pizarro había calculado porque en lo bergantines no cabían todos, con lo cual destruyeron el fortín y se amontonaron en los dos bergantines y se fueron a San Sebastián de Urabá en Nueva Andalucía, que después sería Cartagena de Indias. Pronto llegó a convertirse en alcalde de Panamá, un territorio que se convirtió en la punta de lanza para la conquista española de Perú. Decidió asociarse con otros dos buscadores de aventuras y poner rumbo hacia Perú. Las promesas de riqueza cautivaron así al conquistador español, que organizó en 1524 una primera expedición formada por dos desvencijados barcos, 110 hombres, 4 caballos e, incluso, un perro de guerra. No obstante, y a pesar del dinero invertido, esta primera aventura no tuvo demasiado éxito. A pesar de todo, no se dio por vencido, y tan sólo dos años después planeó un nuevo viaje en el que, partió de nuevo en busca de Perú, pero las dificultades llegaron en la jungla, donde los soldados, hambrientos, sedientos y carcomidos por las enfermedades, tuvieron que hacer frente a los indígenas. Muchos hombres, casados de luchar, de promesas y dificultades estaban muy desalentados. Pizarro lanzó un discurso de gran emotividad “Desenvainando su espada, trazó una línea sobre la arena y propuesto pasarla a aquellos que, en vez de la oscuridad y de las miserias seguras de Panamá, ¡prefirieran el oro y la gloria de Perú!. (…) Según la tradición, trece hombres atravesaron la línea trazada por su jefe. La historia de la Conquista los conoce bajo el nombre de los “Trece de la Fama” Tuvieron suerte y consiguieron el objetivo. Solicitaron al gobernador que les concedieran un año más de permiso para la conquista peruana. Concedida la licencia navegaron hasta Guayaquil y desembarcaron en la bahía de Tumbes, la primera ciudad de los Incas, donde fueron bien recibidos y agasajados. Quedaron los españoles maravillados. Pasado ya sobrado el tiempo permitido, regresaron a Panamá. Las riquezas que Pizarro y Almagro habían visto los animaron a buscar ayuda para volver. Pero no se les permitió y se les envió a España. Cuando llegaron a Sevilla Pizarro fue encarcelado por deudas. Enterado Carlos I de sus hazañas lo puso en libertad y le concedió hidalguía y nombró gobernador de las tierras a conquistar. La reina firmó las capitulaciones de Nueva Castilla que fue como se llamó al Perú. Apenas dos años más tarde llevaba más de 180 hombres y una buena treintena de caballos a los combates contra los indios, porque el objetivo ya no era explorar Perú, sino más bien conquistarlo militarmente. El 15 de noviembre de 1532 Pizarro entró con sus tropas en la ciudad de Cuzco, que se encontraba prácticamente desierta. Buscaba un encuentro decisivo con el soberano inca Atahualpa, quien preparaba su entrada triunfal en Cuzco tras haber resultado vencedor de la cruenta guerra de sucesión que le había enfrentado a su hermano Huáscar. De hecho, planearon invadir a la civilización Inca. Le llegaron informes de que Atahualpa se había puesto al mando de un contingente formado por miles de incas en el norte. Pizarro decidió que partiría con sus soldados al encuentro del inca. Dio un discurso a los soldados. Pizarro esperaba que todos dieran “muestras de coraje como tenían costumbre como buenos españoles que eran”. El contingente español formó decidido a avanzar hacia la ciudad de Cajamarca (ubicada en la sierra norte de Perú), al encuentro del poderoso líder inca. Desconocían si este combatiría o no, y confiaban en sus cañones, en sus fieles arcabuces, cuyo estruendo asustaba a los indios y en sus caballos, que los nativos creían infernales y ante los que huían aterrados. El 15 de noviembre de 1532, vio por fin la entrada de Cajamarca, una bella ciudad pétrea a 2.700 metros de altura. Los españoles se quedaron mudos por el gran espanto que sintieron al ver la extensión del campamento enemigo. En él habría unas 40 o 50.000 personas, más de la mitad guerreros, según diferentes fuentes.
Curiosamente, pronto llegó al encuentro de Pizarro un emisario inca para informar a los españoles de que su jefe, Atahualpa, se encontraba acuartelado junto a sus hombres en un complejo cercano. No había más que hablar: Pizarro encomendó a su hermano dirigirse al lugar y entrevistarse con el líder suramericano. Pizarro pensó que Atahualpa podía atacar esa noche, así que tomó la iniciativa. Invitaría al Inca a cenar con él, y en ese momento lo apresaría. Tras seleccionar a una pequeñísima escolta, Hernando se presentó ante Atahualpa. Altivo, el líder Inca no se dirigió en ningún momento de forma directa al representante español. Atahualpa tenía su propia estrategia él iría ante los españoles aparentemente sin mala intención, pero muy decidido a tomarles por sorpresa, a matarlos junto a sus monturas, y a reducir a la esclavitud a quienes se salvaran. Pizarro estableció que el rapto de Atahualpa se llevaría a cabo en el centro de la plaza. Todos se encomendaron a Dios, pues sabían que su única forma de sobrevivir en aquella ciudad era capturar al inca, de lo contrario, serían aplastados por el inmenso ejército enemigo. Atahualpa llegó al campamento casi al anochecer, se destacaban en sus filas miles y miles de combatientes ansiosos de acabar con los españoles conquistadores. Todavía en aparente paz, el sacerdote de la compañía fue el primero en dirigirse, con su traductor, a Atahualpa. Como estaba planeado, el religioso se acercó al rey inca para pedirle que se convirtiera al cristianismo y aceptara la palabra de Dios. Le entregó una Biblia al poderoso líder, base de la cristiandad. Atahualpa, no consiguió ni tan siquiera abrirlo. De hecho, al poco de tratar de averiguar cómo funcionaba aquel extraño artilugio, lo lanzó contra el suelo con odio para después acusar a los españoles de haber robado y saqueado sus ciudades. Pizarro, armado con su espada, se abalanzó entonces sobre Atahualpa. En ese momento, los casi cincuenta jinetes españoles se lanzaron sobre los soldados. Casi en trance, la escasa tropa atravesó y despedazó con sus espadas a la guardia personal del inca, que, finalmente, fue capturado. Media hora después la plaza era un caos. La mayoría de las tropas enemigas habían huido de la ciudad con pavor. Por otro lado, casi tres mil cuerpos, una inmensa parte de los soldados de Atahualpa, salpicaban el suelo. Había sido una masacre, y había sido perpetrada por tan sólo dos centenares de españoles que habían puesto en fuga a un ejército de unos 40.000 hombres. Atahualpa fue confinado en una sala de Cajamarca con sus tres esposas y se le dejaba seguir conduciendo sus asuntos de gobierno. Le enseñaron el idioma español y a leer y a escribir. De esta forma, fue posible comunicarse con el rey inca, que le informaba de sitios donde había oro. Atahualpa prometió una fortuna por su rescate y envió emisarios a fin de reunir el tesoro prometido. Atahualpa ofreció a Pizarro su hermana favorita en matrimonio, Quispe Sisa, hija del emperador inca Huayna Cápac. Pizarro mantuvo una estrecha alianza con la nobleza del Cuzco, partidaria de Huáscar, lo que le permitió completar la conquista del Perú. Tras nombrar Inca a un hermano de Atahualpa, Túpac Hualpa, marchó al Cuzco, capital del Imperio inca, que ocupó en noviembre de 1533. Su hermano Juan fue nombrado regidor de la ciudad. Todo marchaba bastante bien. Atahualpa propuso a Pizarro llenar la habitación donde se encontraba preso, el conocido Cuarto del Rescate, dos veces, una con oro y otra con plata a cambio de su libertad, lo que Pizarro aceptó. Los súbditos trajeron oro en llamas durante tres meses hacia Cajamarca de todas las partes del reino para salvar su vida. Finalmente lograron reunirse 84 toneladas de oro y 164 de plata. Cuando lo condujeron a Cajamarca, Atahualpa mandó matar a Huáscar, su hermano de padre, para que no le sustituyeran por él. Esto dividió a los pueblos que configuraban el Imperio Inca. Los de Cuzco, partidarios de Huáscar pidieron venganza a Pizarro. Éste decidió procesar a Atahualpa. Entre tanto llegó en abril de 1533 Almagro con 150 hombres y un mes más tarde los españoles se hicieron con el tesoro del Templo del Sol que juzgaron suficiente como pago por el rescate. A insistencia de los indios no se dejó en libertad al inca y algunos de sus capitanes exigían la muerte del rey Atahualpa. A pesar de haber recibido el rescate más alto de la historia, lo mandó ajusticiar la noche del 26 de julio de 1533 por los delitos de sublevación, poligamia, adoración de falsos ídolos y por haber ordenado ejecutar a Huáscar. Además, se creía que había mandado un ejército para luchar contra los españoles desde el sur hacia el norte comandado por el general Calcuchimac. Se le ofreció ser quemado vivo o convertirse al cristianismo y ser estrangulado y eligió el estrangulamiento. Fue bautizado con el nombre de Francisco y estrangulado en el poste. Esa noche miles de súbditos de Atahualpa se suicidaron para seguir a su señor al otro mundo. El 18 de enero de 1535, Pizarro fundó en la costa la Ciudad de los Reyes, pronto conocida como Lima, y Trujillo, con lo que se inició la colonización efectiva de los territorios conquistados. Mientras tanto, su hermano Hernando, que había partido a España para entregar el Quinto del Rey a la corona, regresó portando el título de marqués para su hermano Francisco, y el de adelantado para Almagro, al cual se le habían concedido 200 leguas al sur del territorio atribuido a Pizarro. Almagro, considerando que el Cuzco estaba dentro de su jurisdicción destituyó a Juan Pizarro y lo encarceló junto a su hermano Gonzalo. Francisco acudió desde Lima y firmó un acuerdo con Almagro en Cuzco, tras lo cual Almagro partió para Chile acordando esto con Pizarro. Esto hizo que las guarniciones quechuas quedaban indefensas por lo que Manco Capac conspiraba para sublevarse junto con los indios de Cuzco. Reunió un ejército y cercó la ciudad y otras facciones hicieron lo mismo con Lima. Ésta fue salvada por Pizarro y también gracias a la ayuda que llegó desde Panamá. A la vuelta de su infructuosa expedición, Almagro trata de ocupar de nuevo el Cuzco, el cual, defendido por su regidor Hernando Pizarro, estaba resistiendo un largo cerco por parte de los incas sublevados al mando de Manco Inca, que había conseguido huir de los españoles. Tras la llegada de Almagro al Cuzco, Manco Inca levantó el cerco, lo que aprovechó Almagro para encarcelar a Hernando y Gonzalo Pizarro. Tras derrotar al lugarteniente de Pizarro, Alonso de Alvarado, en la Rota de Abanday, llega a un nuevo acuerdo con Pizarro en Mala (1537), por el que Hernando es puesto en libertad. La paz fue corta y ambos bandos vuelven a enfrentarse en la batalla de las Salinas (1538), cerca de Cuzco. Los almagristas son derrotados y Diego de Almagro procesado, condenado a muerte y ejecutado. Tras la muerte de Almagro, Pizarro se dedicó a consolidar la colonia y a fomentar las actividades colonizadoras, envía a su hermano Gonzalo a Quito y a Pedro de Valdivia a Chile. Después de semejantes proezas, otro más al que se le dio vuelta la tortilla como a Cortés. Una docena de sus partidarios atacaron por sorpresa a Francisco en su casa de Lima el 26 de junio de 1541. Se defendió hasta el final, el viejo conquistador español y finalmente un golpe mortal, no ya de un indio, ni una enfermedad, sino una estocada de una espada española, hizo que cayera muerto en Lima, la ciudad que había fundado años antes. Sus huesos, que descansan en la Catedral de Lima fueron estudiados por el antropólogo forense E. Greenwich en 2007, quien llegó a la conclusión de que Pizarro murió con al menos 20 heridas de espada. Greenwich afirma que por las evidencias «Pizarro se defendió bravamente» por lo que, recibió una estocada que indica que le vaciaron el ojo izquierdo y otro corte recto en el pómulo derecho. También le cercenaron de tajo parte del hueso de un codo. También existen varios cortes en el tórax, y otras zonas. Lo que asesinaron fue a un valiente, un hombre que nunca morirá en el recuerdo de todos aquellos que estamos en deuda por la grandeza de sus proezas.

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Bartolomé Colón en 1479 se inició como cartógrafo en Portugal con su hermano Cristóbal, de lo que vivía en Lisboa en 1480. También era conoc...