martes, 10 de enero de 2017

D. JUAN DE AUSTRIA

A principios del mes de octubre de 1971 estaba yo en Barcelona paseando por el puerto. Mi padre venía en barco desde Argentina. Allí, en el puerto, supe de una exposición que conmemoraba la batalla de Lepanto. Poco sabía yo entonces de aquel hecho y me acerqué a curiosear. En una gran nave, había una enorme mesa donde estaba un gran diorama de la batalla con la disposición de los barcos que participaron en la lucha. También había documentos, pinturas, y diferentes elementos usados en el combate. Se conmemoraban 400 años de la batalla, y me fui dando cuenta que logró cambiar el curso de la historia. La epopeya la protagonizó Juan de Austria, que en aquel momento tenía 25 años, solo dos más de los que tenía yo. Entonces fue cuando la historia de España me empezó a interesar. Supe que el Imperio Otomano se estaba haciendo con Europa y solo el Imperio Español era capaz de contenerlo. Con arcabuz, espada, y el arrojo típico de un militar venido de la Península Ibérica. Así combatieron los soldados españoles que, un 7 de octubre de 1571, derramaron su sangre sobre la cubierta de decenas de buques para detener, en el golfo de Lepanto, las pretensiones expansionistas turcas ¿Y si se hubiera perdido? Estaríamos conquistados por los musulmanes otra vez. ¿Dominarían definitivamente Europa? Es posible. ¿Quién era este valeroso Juan de Austria? Para conocer esto es necesario remontarse unos años atrás.
Su abuelo Fernando (el Católico) se casó siendo viudo de Isabel con Germana de Foix. Él tenía 53 años y ella 18. Estamos en 1505. Es decir que con tal de tener descendencia no le importaba casarse con una chavala. Su hija Juana, la reina de Castilla y heredera de Aragón, estaba encerrada y gobernaría el hijo, Carlos I, ya que Felipe el Hermoso había fallecido hacía años. Carlos vivía en Gantes y al morir su abuelo debía hacerse cargo de los reinos. Cuando vino a la península tenía 17 años. Ahora estamos en 1517. Fernando había muerto el año anterior. Carlos conoció entonces a su abuelastra, Germana de Foix, de 29 años. Y siguiendo la tradición familiar, pues no tuvieron mejor idea, ambos, de mantener una relación con derecho a roce. Les nació una hija que Carlos nunca reconoció. Pero bueno, el hecho es que Carlos estaba prometido con su prima Isabel de Portugal, que dicho en castellano, estaba como un jamón, de sabrosa digo, era también nieta de los Reyes Católicos y la hermana de Carlos era su madre, Catalina de Austria que estaba casada con el rey de Portugal. O sea, que la cosa interesaba. Carlos I se casó en 1526 y su mujer fue el amor de su vida. Parece ser que se portó bien. Incluso cuando ella falleció trece años después, en 1539 Carlos tuvo una fuerte depresión que provocó su hundimiento, retirándose al monasterio de la Sisla durante dos meses. Es cuando le llega la noticia del motín que se produce en su ciudad natal, Gante. Y allí se fue Carlos. La cuestión es que unos años después Carlos, por aquellas tierras, en una fiesta conoce a una dama de la aristocracia alemana, Bárbara Blomberg, que además de ser buena, también estaba buena, e hizo lo que pudo por alentar y alegrar al Emperador. ¡Y lo consiguió! Tal es así que éste se vino arriba, y ya se sabe que cuando “Carlitos” piensa... Bueno, total, que de sus amores nació un hijo de ambos. La madre se casó poco después con un tal Jerónimo Piramo. Por lo que se cree que al niño se le llamara “Jeromín”. Pero Carlos decide que a los tres años el niño ha de ser criado en España. Poco antes de morir Carlos reconoció al niño. El heredero nombrado, es decir, Felipe II conoció al niño en 1559. Siguiendo las instrucciones de su padre le reconoció como miembro de la casa real y le cambiaron el nombre por el de Juan de Austria. Por entonces tenía 9 años. Lo envían a realizar los estudios correspondientes y también ingresa en la Universidad de Alcalá de Henares. La verdad es que Felipe II y su padre, Carlos I, no tenían muchas cosas en común. El carácter militar y la ambición en ese sentido no existía en Felipe. Por el contrario, era muy buen gestor, realizó una gran labor administrativa para poder gobernar tan vastos territorios. Creó una burocracia que no existía hasta entonces, realmente está considerado el primer monarca moderno. Tenía un fuerte sistema piramidal de manejar el poder, peo revisaba todos los asuntos de sus secretarios, los importantes y los menos importantes. Ese sedentarismo y esos trabajos por el contrario no iban con la personalidad de Juan de Austria. Realmente había salido en esto a su padre, Carlos I. A mediados del siglo XVI, dos potencias se disputaban el control del Mare Nostrum: España (dueña de Sicilia, Cerdeña y Nápoles) y el Imperio Otomano (cuyos dominios se extendían desde los Balcanes hasta Egipto). Los intereses contrapuestos de Madrid y Estambul habían desembocado en una guerra continua, que se englobaba en el esfuerzo general de los estados cristianos europeos por frenar el imparable avance turco. A su vez, los españoles encontraron en esta época a unos fuertes enemigos en los piratas, que saqueaban sin piedad decenas de ciudades cristianas. Mientras las tropas del sultán Solimán I “El Magnífico” conquistaban Hungría y llegaban incluso a asediar Viena, los estados berberiscos del norte de África (vasallos del Imperio Otomano) vivían de la piratería saqueando los puertos de España e Italia y asaltando sus barcos en alta mar. En definitiva, la situación llegó a ser tan crítica que se esperaba que, tarde o temprano, los turcos intentarían invadir Italia. En este clima de tensión, los turcos pusieron, unos pocos años después, la guinda a este conjunto de afrentas contra los cristianos. En mayo de 1565, la armada otomana llegó a las costas de Malta e inició el asedio a la isla, defendida por los caballeros de la Orden de San Juan u Orden de Malta. El asedio fue durísimo. Por suerte, este gran ataque fue detenido por los miles de soldados que envió España para socorrer a los sitiados, pues en la Península Ibérica se conocía la importancia estratégica de este territorio. De haber caído en manos del Imperio Otomano, Malta se hubiera convertido en el trampolín perfecto para asaltar Italia. Cuando en 1565 los turcos atacaron la isla de Malta, Don Juan pidió permiso para embarcar en la armada, pero fue rechazado. Escapó de la corte pero no logro embarcar. Felipe había pensado para él la carrera eclesiástica, pero estaba claro que eso no era lo suyo. Felipe II lo nombró entonces Capitán General de la Mar.
Pero lo que finalmente hizo entrar en cólera a los cristianos fueron las exigencias planteadas por el nuevo sultán Solimán I, pidió la entrega de Chipre a su imperio. En previsión de un nuevo ataque a la isla, el papa Pío V solicitó a España y Venecia la creación de una alianza militar con los Estados Pontificios con el objetivo de frenar la expansión otomana en el Mediterráneo. En 1571, Madrid, Venecia y Roma crearon la Santa Liga. Esto no detuvo a los turcos que sin temor a las consecuencias, iniciaron el asedio a Chipre. Ante esta afrenta, la flota de la nueva y flamante «Santa Liga» decidió iniciar los preparativos para acabar de una vez por todas con sus enemigos del este. «Aunque el ejército otomano había acabado ya con el último reducto de la resistencia veneciana en Chipre (Famagusta), se decidió buscar y destruir la armada del sultán, dirigida por Alí Pachá o Alí Bajá. Cuesta creer hoy día que las tranquilas aguas del mar Mediterráneo fueran en otro tiempo escenario de asedios, batallas y guerras, y que miles de personas sufrieran el drama del cautiverio y la esclavitud. En 1571, los buques de la Santa Liga y la armada turca mantuvieron uno de los combates marítimos más grandes de la historia. La Batalla de Lepanto. Continuará.

TRATADOS CON PORTUGAL A RAÍZ DEL DESCUBRIMIENTO

Para entender los acuerdos entre el reino de Portugal y el de Castilla-León, hemos de remontarnos a la Guerra de Sucesión Castellana entre a...