jueves, 23 de noviembre de 2023

CORONA DE CASTILLA-LEÓN - (10) -

 Juan II de Aragón estaba interesado en casar a su hijo Fernando con la princesa con lo cual envió emisarios para ir tratando el matrimonio. Estamos en 1468. El arzobispo Carrillo fue un entusiasta defensor de esta causa, ya que buscaba reforzar su influencia.


Isabel envió a sus fieles hombres Chacón y Cárdenas, personas de su absoluta confianza a Cataluña para negociar y firmar los capítulos sobre su matrimonio con Fernando. Dejando de lado la literatura, para los historiadores es importante destacar que para Isabel revelaba su decisión de ejercer funciones de soberana y que tampoco quería reducir a Fernando al mero papel de consorte en Castilla. Debía establecerse un sistema que pudiera compartirse. Para Isabel estaba claro que la mujer podía estar capacitada para gobernar, y que había diferencias, pero no debía haber desigualdad. Por ejemplo, ya casados, los bastardos que Fernando había tenido, fueron llevados a la Corte, donde la reina se cuidó de situarlos convenientemente. 

Durante el matrimonio no hay documentación ni seguridad para afirmar que hubiese aventuras extramatrimoniales, y si las hubo, fueron silenciadas cuidadosamente.
En febrero de 1469 en nombre del soberano aragonés a quién representaban, Peralta y Carrillo juraron que se cumplirían al pie de la letra todos los capítulos que por los procuradores de ambas partes acordaron. La princesa Isabel poco después les entregó una nota, escrita de su propia mano, diciendo que desde ese momento consideraba a Fernando, ya como su esposo “y a mi mandéis lo quisierais que haga ahora, pues lo tengo que hacer” Una palabra dada para toda la vida.
Fernando firmó las capitulaciones tal cual estaban negociadas, bastante perjudiciales para Aragón, a las que Isabel incluyó una solo condición, que Fernando reconociera a Enrique IV como el único y verdadero rey de Castilla. Esto demuestra la firmeza y honestidad de las ideas de Isabel. Isabel sería soberana en Castilla y Fernando su consorte, mientras que Fernando sería soberano en Aragón e Isabel asumiría el papel de consorte. No suponía la creación de un Estado unificado, sino la unión dinástica. A la postre, ambos serían conjuntamente soberanos y compartirían la toma de decisiones y la dirección efectiva de los asuntos de cada reino. Ambos reinos mantendrían, además, sus propias leyes y costumbres, su moneda, lengua e incluso aduanas para el tráfico de mercancías. También se reunirían por separado las Cortes de cada reino, debiendo legislarse de forma individual para cada territorio. En resumen, la unión dinástica significaba una especie de alianza entre dos Estados que se iban a apoyar mutuamente en todo lo que fuera necesario, pero que no iban a fundirse en una misma estructura estatal.
Como dijimos quedaba la cuestión de la dispensa papal. Solicitada esta, es de suponer que Paulo II debió estar en un mar de confusiones. Deseaba la paz entre cristianos y a la vez no podía enemistarse con los reyes y los futuros reyes de Castilla ni con el de Aragón, como tampoco con el de Portugal. Con lo cual, dejó pasar el tiempo. Dejó en suspenso la solicitud de Fernando, dado que era unilateral. Sólo la solicitaba Aragón.

JUAN II DE ARAGÓN 

Los eclesiásticos que rodeaban a Isabel, con Carrillo a la cabeza la convencieron de que podía casarse sin preocupaciones de conciencia. No había orden papal de casarse con el portugués ni tampoco rechazo a casarse con Fernando. Carrillo aseguró que guardaba una bula con fecha de cinco años atrás a nombre de Fernando, para incluirla en el acta en su momento. No figuraba el nombre de la futura esposa para evitar un escándalo. A Veneris, el nuncio papal ante la corte de Enrique IV, y además embajador en Roma, doy su consentimiento al igual que Carrillo, con lo cual Isabel quedó convencida de la legalidad. El embajador de la Santa Sede y el más importante arzobispo de Castilla-León apoyaban la decisión, lo cual no era cualquier cosa. Al nuncio se le pagó generosamente, según era costumbre en la Cámara de Sicilia, la promesa de la sede episcopal de Orihuela y la villa de Tortosa cuando fuera posible.
Quedó entendido que la ceremonia de la boda sería en Castilla, donde luego se radicarían. Se necesitaba organizar el viaje de Fernando y sacar a Isabel de Ocaña, donde era prácticamente una prisionera. Enrique IV tenía que ir a Andalucía e hizo jurar a Isabel que no innovará nada en su matrimonio entes de que él volviera. Con lo cual queda claro que conocía las negociaciones con Aragón.


Dado que pronto se cumpliría el primer aniversario de la muerte de su hermano Alfonso, con la excusa de organizar las honras fúnebres, anunció a las damas que le cuidaban que viajaría a Ávila o a Arévalo. Le llegaron noticias que los caminos estaban siendo vigilados. Cambió la ruta y se fue a Madrigal. Estando allí llegaron otra vez los embajadores franceses para volver a ofrecer a su candidato, el de Guyena. Rechazado nuevamente por Isabel. Carrillo llegó oportunamente y con sus fuerzas la condujo a Valladolid, donde se sintió protegida y libre. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos cada territorio, cada señorío era una especie de isla con medios para defenderse. Desde allí Isabel escribió al rey explicándole que de los tres pretendientes había escogido a Fernando, y que éste le reconocía también como su legítimo rey. Isabel se movía dentro de la legalidad con astucia.
Fernando tenía dieciocho años, pero era todo un hombre, incluso iba a contar con dos hijos bastardos concebidos antes de casarse. En septiembre de 1469 Fernando estaba en Zaragoza y el camino hasta Valladolid era largo, pasaba por Calatayud a Soria. Se enteró que el duque de Medinaceli, Luis de la Cerda, había ordenado bloquear los caminos. Los aragoneses idearon un plan, se enviaría a dos negociadores para las cuestiones que interesaban a ambos reinos, y en la comitiva vestidos de forma de confundirse con los criados se insertaron Fernando, y otros dos personajes importantes. Salieron de Zaragoza y sin hacer un alto llegaron a Dueñas donde pasaron la noche en casa de un hermano de Carrillo.

ISABEL ACUERDA CON CHACÓN 

Isabel volvió a escribir al rey anunciándole que venía Fernando, sin armas ni intención de escándalos y males. Y pedía la aprobación del rey. Pero el rey que no había respondido a la carta anterior, tampoco lo hizo a esta. Sabemos que el que calla otorga con lo cual Isabel se consideró libre para obrar en consecuencia. Carrillo envió a ambos un escrito que debían firmar donde se especificaban los pasos que se darían a continuación. Eso es lo que entendieron los novios, pero Carrillo había redactado un documento para que le reconocieran como gobernante a él mismo, al igual que lo había sido Álvaro de Luna en su día.
El día 14 de octubre de 1469, por la noche ya, llegó la comitiva al caserón de los Vivero, (hoy Palacio de los Vivero) donde se conocieron Fernando e Isabel. Dado que nunca se habían visto, Cárdenas señalando con el dedo a Fernando, le dijo a Isabel “ese es”. En recuerdo de ese detalle, años después dispuso la reina que dos eses figurasen en su escudo.
El día 19 jueves, se celebró la misa de velaciones en el altar mayor de la iglesia románica de Santa María la Mayor, que ya no existe, y aquella noche, marido y mujer consumaron matrimonio cumpliendo con las rudas condiciones que entonces eran preceptivas. Fue exhibida la sábana de cómo la princesa había entregado su virginidad al marido y al reino, anulando de este modo aquellos actos que pudieran quedar pendientes de que el papa quisiera confirmarlos.
Nadie, absolutamente nadie formuló acusaciones o dudas de la validez del matrimonio.
Bueno, pues ya se habían casado el jueves, 19 de octubre de 1469 en Valladolid. La boda no tenía el consentimiento expreso del rey Enrique. Lo sabía y tampoco había dicho algo al respecto. Pero los contrarios a Isabel comenzaron a difundir comentarios y tratar de socavar la legitimidad del enlace. Los esposos y el arzobispo Carrillo escribieron al rey explicándole como se había realizado el enlace y que se declaraban obedientes al monarca y a los pactos habidos. Por otra parte, veladamente señalaban que no había alternativa. En román paladino, todos querían meter mano en la cuestión. Carrillo se consideraba el gestor único del proceso y a partir de ahora decidiría los pasos a seguir. Juan II de Aragón, el padre de Fernando también enviaba cartas con sus consejos. Otros nobles y prelados también aconsejaban “desinteresadamente”, ya que el asunto, tarde o temprano se convertirían en reyes de Castilla y Aragón, y había que ir tomando posiciones. Fernando demostró que no se dejaba manejar fácilmente, e Isabel ahora con más razón, al verse apoyada por su marido y coincidiendo en sus planes, escuchaban, callaban y procuraban ganarse a la mayor cantidad de gente que se adhirieran a su causa. Aparte de enviar Procuradores al rey, para que oficialmente realizara la aprobación, reclutaron una guardia de mil hombres que serían pagados con las rentas de la Cámara de Sicilia, que les pertenecía.

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